Como he tratado de decir en anteriores artículos, el plan de purificación que lleva a cabo la dictadura ante el desempeño de sus altos cargos no puede considerarse como un trabajo movido por el afán de una limpieza a fondo, por el deseo de librarse de unas pandillas de delincuentes que actuaban a placer en las altas esferas sin que sus compañeros de itinerario se percataran. Los intereses de los círculos dominantes deben mover los hilos del inesperado aseo, las pugnas entre rivales, sin dejar de señalar que se trata de un ejercicio de pulcritud jamás visto en la historia de Venezuela. De allí que no convenga la condena de un hecho inédito sin considerar lo que puede servir para el refrescamiento de las altas esferas, que están tan necesitadas de oxígeno, y para un adecentamiento general de unas conductas públicas cada vez más descalificadas o despreciadas por la ciudadanía.
La cruzada tiene sus ventajas, por lo tanto. Da gusto ver cómo un conjunto de dirigentes del oficialismo se saca las tripas sin contemplación, a pesar de las causas que han movido a los aguerridos inquisidores. Se puede pensar que realizan una justicia que el común no puede ejecutar, o una venganza alejada de las manos de la gente sencilla que la desea sin poder convertirla en realidad. Si no está mal que algunos de ellos realicen lo que muchos han querido o deseado desde lo más recóndito y genuino de sus pensamientos, o de sus sentimientos, ¿por qué no dejarlos hacer mientras contemplamos una cacería anhelada por millones de venezolanos? Una persecución de ladrones, puesta en marcha por quienes fueron hasta ayer cercanos o íntimos compañeros de caravana, no deja de ser un espectáculo bienvenido. Sus motivos no son los más cristalinos del mundo, sino todo lo contrario, pero confirman infinitas sospechas porque dan fe de las ideas que teníamos de las altas figuras de la dictadura, aunque también de muchas medianas y de bajo escalafón. Porque nos conceden razón, en suma.
Dentro de ese conflicto entre la poca atención que se presta a los intereses de los inquisidores y la justicia por la que clama la población, topamos con el arranque de señalamientos y de persecuciones contra figuras de la oposición que han participado o que han podido participar en delitos de corruptela. No parece sensato pensar que la búsqueda de reos en los terrenos de la oposición obedece a un afán de legalidad o a un empeño sincero de rectificación, pero la extensión de la cacería no deja de ser útil ante la necesidad de condenar pecados y descubrir malos pasos que nuestras narices ya habían olido, sin que los resultados del olfato hubiesen encontrado destino concreto.
Los fiscales de la dictadura, ahora más diligentes que nunca, pueden confirmar que, por ejemplo, hicimos bien cuando buscamos el auxilio del pañuelo al pasar cerca de los despachos de ciertas alcaldías de la capital que se proclaman de oposición, pero que son excesivamente complacientes con figuras poderosas de la dictadura o con gente de plata grande en antros de negocios que necesitan la medianía de unos manumisos bien presentaditos de modales y tez, disfrazados de diligencia burocrática. Que les pueda tocar una temporada en la cárcel me parece fenomenal, mientras me hago el pendejo con los atajos buscados para encerrarlos.
¿Por qué no alegrarse de una persecución que nosotros no podemos hacer por carencia de poder, o apenas con las pistas que ofrece un simple paseo por el este caraqueño? Si la “justicia” que viene estrenando la “revolución” los mete en una jaula, o les hace pagar su desfachatez, me doy por satisfecho. Sé que el camino no es apropiado para un viaje decente del todo, para un safari escrupuloso, pero nos puede librar de unos farsantes demasiado cercanos y excesivamente nefastos como para no celebrar su caída. Sería el obsequio de una purificación que es más torcida que derecha, más sinuosa que confiable, pero que puede hacer un servicio invalorable a los votantes burlados por la mediocridad y la mentira de unas infames alcaldías.