Las (pocas) personas que me conocen saben que no soy optimista sobre el futuro político de Venezuela en el corto y mediano plazo, lo que a su vez me impide ser optimista sobre el futuro económico y social, habida cuenta del rechazo tajante de la elite chavista a emprender reformas para una prosperidad inclusiva. La vista de la dirigencia opositora está puesta en las elecciones presidenciales de 2024 como próxima oportunidad para lograr el cambio político y nada parece ser capaz de cambiar eso. Sería esperanzador, de no ser porque la preparación para afrontar esos comicios en un entorno no democrático deja tanto, pero es que tanto que desear. No solamente brilla por su ausencia una estrategia para defender una victoria opositora en el predecible caso de que el Gobierno la desconozca. Es que además los aspirantes a la candidatura disidente y sus respectivos séquitos minúsculos de partidarios llevan meses peleándose por los aspectos operativos de las primarias.
Uno de los temas más espinosos es el de la pertinencia o impertinencia de la asistencia técnica del Consejo Nacional Electoral (CNE). La querella viene siendo otra manifestación más del tribalismo al que aludí en una emisión pasada de esta columna, a propósito del debate sobre las sanciones. No en balde se repite el patrón de actores pro sistema y anti sistema. Mientras que desde Voluntad Popular, La Causa R y, sobre todo, Vente Venezuela ha habido objeciones a que el ente comicial tome parte; en Primero Justicia, Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo parece haber conformidad plena con tal participación.
Como en tantas otras polémicas sobre procesos que involucran a millones de personas, la presente discusión es compleja y a duras penas se presta para posturas maniqueas. Creo que hay inquietudes legítimas en ambas “tribus”. Por un lado, pretender que el CNE es un actor independiente o con parcialidades marcadas pero manejables por quienes están del lado equivocado de aquella parcialidad. Las elecciones regionales y municipales de 2021 dejaron claro que su alineación perfecta con los intereses de la elite chavista permanece impertérrita, aunque ahora haya dos rectores libres de esos compromisos.
Pero, momento. ¿A quién pudiera favorecer el CNE en unas primarias opositoras, si su patrón, la elite chavista, no es un contendiente? Pues no es ningún secreto que el chavismo no ve a todos los partidos opositores igual. Trata con más dureza a unos que a otros. Podemos discutir todo lo que queramos sobre las razones, pero por lo general son los anti sistema los que se llevan la peor parte. De ahí que, por ejemplo, el Gobierno y sus instituciones adictas suprimieran por la fuerza el triunfo de Freddy Superlano, de VP, en Barinas, pero sí aceptaron (a medias, pues luego vino el típico retiro de competencias) el de Sergio Garrido, de AD. Sabemos además que la posibilidad de un fraude directo no es despreciable, puesto que a Andrés Velásquez se lo hicieron en Bolívar en 2017. Junte todo esto y la hipótesis de un sabotaje a las primarias es cuanto menos digna de consideración.
No sé si son mayoría, pero me atrevería a decir que una parte significativa del electorado ve con suficiente sospecha al CNE como para tener reservas sobre la legitimidad de una primaria gestionada logísticamente por él. Los defensores más enconados de la asistencia del CNE mal hacen en desestimar dichas inquietudes con burlas. Creo que consolidarán los temores y alentarán la abstención. Terrible, si uno de los objetivos opositores es llenar las redes sociales con fotos de colas de votantes. Si se asume de entrada que estas no son elecciones ordinarias y que se va a ellas en tono de protesta contra todos los vicios e injusticias del sistema, entonces, entre menos se entre en contacto con instituciones permeadas por tales vicios e injusticias, mejor. No importa si después, en la elección definitiva, sea obligatorio pasar por el CNE, porque de todas formas habrá protesta por cada atropello.
Sin embargo, todo lo anterior depende de una premisa que a mi juicio no ha sido demostrada: que la Comisión Nacional de Primaria puede llevar a cabo su tarea sin el respaldo técnico del CNE. No me preocupa tanto el aspecto del know-how. Expertos en materia electoral que no estén al servicio del chavismo hay. Pero el dinero es otra cosa. Este proceso costará millones de dólares. Sobre todo teniendo en cuenta que se deberá llevar a cabo en varios países para atender a la diáspora, compromiso que ya la Comisión asumió. Por otro lado, también hay que decir que el CNE abocándose a garantizar el derecho de los expatriados, tan despreciados por el chavismo, es un escenario dudoso. Pero incluso si pensamos solo en los venezolanos en Venezuela, la labor que la Comisión tendría que hacer sería titánica y con recursos muy limitados. ¿Pudiera la oposición emplear para ello fondos que le brindan sus aliados en gobiernos internacionales? Lo dudo, especialmente ahora que el fin del “gobierno interino” puso en entredicho el futuro de esa plata y el chavismo enfatiza la devolución de activos de la República en el extranjero como condición para reanudar el diálogo con la oposición.
Todo esto ha puesto a la Comisión Nacional de Primaria en una posición bastante incómoda. Quiso obtener la ayuda del CNE pero con condiciones que aplacaran las preocupaciones más acuciantes de la tribu anti sistema. Como era de esperarse, el CNE los mandó al demonio. “Es a mi manera o nada”, dijo. Desde entonces, la Comisión me parece desorientada en cuanto a cómo proceder. Ya anunció que volverá a pedir la asistencia del CNE, al parecer aceptando sus lineamientos. Mientras, la tribu anti sistema reafirma su rechazo a tales condiciones, y la pro sistema desestima las alertas. Pudiera decirse que es inconcebible que la Comisión, a un puñado de meses de la Primaria, no se haya preparado para lidiar con estos dilemas predecibles. Pero eso me parece injusto. La Comisión no está haciendo más que tratar de conciliar las posiciones de ambas tribus para que al final las dos tomen parte. Entonces, los verdaderos responsables, una vez más, son los partidos por su incapacidad para adoptar estrategias compartidas. Si en Europa en tiempos de Augusto todos los caminos llevaban a Roma, en la Venezuela contemporánea, quizá no todos, pero sí muchos de los caminos de la disfuncionalidad opositora llevan a esta falta de acuerdos.
No sé en qué irá a parar la diatriba esta vez, pero sí sé que la oposición está perdiendo el tiempo, para variar. Otra de las razones de mi pesimismo sobre el futuro político de Venezuela.