En la aldea
09 febrero 2025

¿Inclusión o sujeción?, la aceleración digital en la educación

“La posverdad, expandida por el uso abusivo del andamiaje digital y de la Inteligencia Artificial, es la que hace posible, al término, las dictaduras populistas y sus autoritarismos electivos por los caminos formales de la democracia; pues a esta se la vacía de contenido y significado”. Lección presentada por Asdrúbal Aguiar, exjuez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en el III Seminario sobre Gobernanza Global y Crecimiento en Libertad, IDEA / Miami Dade College, el 20 de junio de 2023.

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Asdrúbal Aguiar | 26 junio 2023

Agradezco al presidente Sebastián Piñera su lúcida y muy pedagógica lección magistral previa. Dos de sus metáforas me serán útiles para iluminar el sentido de mi exposición sobre la aceleración digital en la educación. Una, la de la luz solar como terapia para la desinfección, la otra, la del alumbrado público como medida de seguridad. Sus giros me recuerdan a Heidegger.

La claridad sólo tiene su reposo en una dimensión de abertura y libertad. Este lugar es, lo dice este, el más importante filósofo del siglo XX, el «claro que puede visitar la luz, y hacer jugar en él lo luminoso con lo oscuro». Y para fijar luego el contexto de mi reflexión anclé en la tesis del profesor español José María Barrio Maestre (“Educación y Verdad”, 2008): “La pedagogía tiene algo que hacer -y es seguro que lo tiene- sólo si es capaz de recuperar, desde su tradición socrática, el prestigio cultural del conocimiento; y eso no es otra cosa que el prestigio de la razón como capacidad de verdad”.

“Todo internauta o usuario de las redes encuentra su justificación a la medida, por creer que es su derecho tomar por cierta a la falsedad, cuando le complace”

Invoco a Robert Redeker, autor de la reciente obra sobre la abolición del alma (L’abolition de l’ame, 2023), pues dice bien, en una entrevista (“La abolición del alma precede a la abolición del hombre”, 19 de junio de 2023), que “puedes suprimir la palabra ‘sol’ del  diccionario, pero no puedes impedir que el sol exista. Por lo que aprecia que nuestros contemporáneos, creyéndose más inteligentes que sus místicos e ingenuos antepasados reducen toda verdad al cuerpo humano. Obvian la desnuda realidad que narra Solzhenitsyn: “Puedes hacerme cualquier cosa, puedes esclavizarme, puedes aplastarme, pero no puedes destruir mi alma, la que se llama libertad. La que es, filosóficamente, la sede de la libertad”.

Lo predicable, entonces, es que, si bien Demócrito desecha la idea de un alma que, desde antiguo fija sus anclas en el cielo, cuando menos asimila el alma a la conciencia, a la razón: “pienso, luego existo”. Pero, entre tanto, nuestra posmodernidad hace que el cielo se le caiga sobre sus cabezas y se rompa en mil pedazos contra el suelo.  

¿Qué pretendo decir con esto?

La crisis de la modernidad, el agotamiento del socialismo real, el final de la sociedad de masas que se impulsa y forja desde las redes digitales -que es el aula de nuestra educación posmoderna- sólo le hace lugar al «hombre-masa», usuario u objeto de los algoritmos. Es “un tipo de hombre hecho de prisa, montado nada más que sobre unas cuantas y pobres abstracciones…”. Ese hombre-masa “es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, un hombre dócil…”, como le describe en La rebelión de las masasJosé Ortega y Gasset.

César Cansino, en su relectura de presente precisa que “lo racional y lo objetivo ceden terreno a lo emocional o a las creencias formadas a partir de medias verdades o informaciones falsas”. Y lo grave, a todas estas, es que ya un tercio del control sobre las redes digitales -construidas para incidir sobre los sentidos y que apalancan a la vida académica y docente del momento- lo ejercen bots maliciosos. Como lo indica la información técnica “en las redes sociales, la Inteligencia Artificial es capaz de impulsar bots: cuentas de usuarios que parecen ser de gente real” (Mark Coeckelbergh, Ética de la Inteligencia Artificial, 2021). Construyen narrativas -novelas o cuentos- al detal y a conveniencia, a gusto de quien pueda y tenga el poder suficiente para manejarlos o contratarlos.

“Lo que se conoce como la experiencia, es la que le da sustento a toda civilización y a sus culturas, y la que moldea y da sus contenidos a la educación, justificándola en un plano intergeneracional”

Los políticos del siglo XXI derriban las estatuas de nuestros fundadores, queman las iglesias, prosternan los símbolos patrios, y la revolución digital, en paralelo, se vuelve negación del arraigo; perturba la memoria que es “ampliación de lo vivido”, obra del tiempo y necesaria para la formación de la personalidad, al dominar la instantaneidad de lo digital.

En mi ensayo reciente “El imperio de la mentira como fisiología del poder” (Papel Literario, 18 de junio de 2023), cuya recensión me sirvió para la lección de marras, preciso que lo vertebral o lo que más se ve afectado por el “reseteo” de memorias tras el «quiebre epocal» en marcha, es el lenguaje, sus significados precisos. Es este el que nos permite “descubr[ir] esa honda resonancia de la intimidad que alcanza, en nuestra propia historia, la historia de los otros hombres”. Todo se oscurece.

Sin estos hombres, interactuando todos y cada uno en el aula o la plaza pública bajo el sol y si nos limitamos al habla frente al espejo del narciso digital, no habrá posibilidad para una verdadera educación, menos para una educación en valores, cívica y democrática. Aquélla y ésta son tributarias de la razón iluminada, de la elección informada y veraz.

En los predios de la perturbación del “lenguaje” y la banalización de los significados -no sólo a propósito de lo que ocurre con la cuestión identitaria: Ellos, Ellas, Elles- es donde prende la mentira y se vuelve posverdad. Y la explicación huelga. El lenguaje, lo confirma Emilio Lledó, es el que “hace consciente en lo colectivo las experiencias de cada individualidad”. Si cada uno y cada cual, a la manera de una torre de Babel, forja sus propios significantes, ni los unos ni los otros podrán trasladar sus experiencias ni volverlas acervo que les asegure la confianza recíproca y su prolongación hacia las generaciones venideras. Así se explica, no de otra manera, la crisis que viven los procesos educativos en Occidente, en medio de ideologizaciones protuberantes y con una incidencia fundamental sobre la configuración de lo político.

La posverdad, expandida por el uso abusivo del andamiaje digital y de la Inteligencia Artificial (IA), es la que hace posible, al término, las dictaduras populistas y sus autoritarismos electivos por los caminos formales de la democracia; pues a esta se la vacía de contenido y significado. Me pregunto, al cabo, ¿cuánto de la data del ChatGPT procede de universidades o académicos comprometidos con la libertad y la primacía ordenadora de la dignidad humana, centros neurálgicos de la civilización occidental?

II

Los seres humanos “necesitamos articular lo vivido y convertir el «hecho» que cada instante del tiempo nos presenta en un plethos, en un conglomerado donde se integre cada «ahora» en una totalidad”. Es lo que se conoce como la experiencia. Es la que le da sustento a toda civilización y a sus culturas, y la que moldea y da sus contenidos a la educación, justificándola en un plano intergeneracional.

Debo repetir que la cuestión central de la posverdad adquiere relieve debido la disrupción tecnológica digital y la de Inteligencia Artificial. Pero el imperio de la mentira no es un fenómeno inédito. El asunto grave es que, aquí sí, si hasta ayer la manipulación o el falseamiento, el engaño o la explotación de las emociones, sea en la educación o en la cultura, o en el mercado de los bienes o en el de los votos, se la consideraba socialmente reprobable, ahora se le tolera y se le normaliza.

Cada uno y cada cual, todo internauta o usuario de las redes encuentra su justificación a la medida, por creer que es su derecho tomar por cierta a la falsedad, cuando le complace. Lo hace el Homo Twitter, que estima a la mentira -sublimada como posverdad o como Fake News– como coetánea a la libertad de asumir como derecho al error. El derecho a la verdad, entendido así y sólo como el propio y al detal, no la verdad que se busca a través de la educación clásica y kantiana, en la práctica ha mudado y se ha transformado en un joker, en un oxímoron, en un derecho a la mentira. Se esgrime como reivindicación por quienes dicen haber perdido todo, en la encarnizada lucha de clases posmoderna y globalizadora de la anomia social y política.

“¿Cuánto de la data del ChatGPT procede de universidades o académicos comprometidos con la libertad y la primacía ordenadora de la dignidad humana, centros neurálgicos de la civilización occidental?”

Gaetano Azzariti, profesor ordinario en la Universidad de Roma, La Sapienza (¿Il costituzionalismo moderno può sopravvivere?, 2013), tiene razón, entonces, al advertir sobre la pérdida de fuerza prescriptiva de las Constituciones contemporáneas. Las ve como expresiones de un Derecho débil e incapaz de hacer valer la fuerza cohesionadora de los principios y valores constitucionales: “Una escisión -o un hiato muy vasto o amplio- entre las palabras y las cosas significa, como lo dice, el final del constitucionalismo moderno”.

De igual modo tuvo razón Václav Havel al preguntar y preguntarse sobre si ¿es un sueño querer fundar el Estado en la verdad? Fija como corolario, precisamente, la importancia de discernir sobre los límites de la tolerancia en la democracia y el Estado de Derecho. El caso es que no pocos entienden por tolerancia la disolución o la pulverización, en nombre de las diferenciaciones y con distorsión avisa del pluralismo, como estándar de la democracia.

La enseñanza es palmaria. Así la esbozo en el libro que publiqué hace una década y con ella concluiré: “La persona humana tiene el derecho y el deber -reclamado por el igual derecho al desarrollo de la personalidad- de aspirar y buscar la verdad. Pero ni ella en lo individual o como expresión o testimonio del género humano es, de suyo, la verdad.

“Nadie puede presumir que la posee y luego la trasmite a quienes tienen el derecho directo o difuso de recibirla… De allí que, salvo en experiencias sociales y políticas tocadas por el mesianismo o que son víctimas de la “juridificación totalitaria” (como en ¿Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, El Salvador?) valga la regla, de genuina raíz democrática, explicada por Emmanuel Kant…: «Tal es, quizás, la razón más importante por la que el pueblo ilustrado reclama tan insistentemente la libertad de pluma porque, si ésta es suprimida, nos es sustraído también un importante medio para verificar la validez de nuestros propios juicios, y quedamos así a merced del error»”.

En medio de una «crisis de sentido» en la que el propio hombre “cree” de necesario reducir su dimensión escatológica, cada uno y cada cual, en lo sucesivo, podrá crear su propia Iglesia. Nos volveremos, de ser así, feligreses de la religión digital y de lo cuántico, que ya manda en el mercado y también en la política; que es mutante y egoísta, tanto como los usuarios digitales, en primer orden nuestros estudiantes.

Quiérase o no, en conclusión, “nadie puede tener la verdad, es la verdad la que nos posee”, lo dice con autoridad irrebatible Joseph Ratzinger, el Papa Emérito fallecido, para responderle a nuestra posmoderna crisis de sentido; esa que, como lo hemos visto y repito, favorece el imperio de la mentira como fisiología del poder en el siglo XXI.


*Exembajador y exjuez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, exgobernador, exministro y expresidente encargado de Venezuela en 1998. Abogado y Doctor en Derecho, es Doctor Honoris Causa por la Universidad del Salvador de Buenos Aires y dirige la Cátedra sobre Democracia, Estado de Derecho y Derechos Humanos en el Miami Dade College. Es miembro de la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias, Artes y Letras de España, y de la Academia Internacional de Derecho Comparado de La Haya. Entre sus más recientes libros se cuentan: El viaje moderno llegó a su final (2021) y Renovar la civilización: Temas para la posmodernidad (2023).

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