La pregunta que hoy sirve de título parece una tontería, debido a que las encuestas señalan un solo nombre en las preferencias de los consultados: María Corina Machado. En los últimos meses hemos visto el crecimiento de su aceptación en la opinión pública, sin que ninguno de los otros candidatos de la oposición se le acerque, ni siquiera un poco. Si la Primaria se realiza en breve, según los dígitos que soplan parece indiscutible la victoria de la nueva preferida de la oposición sobre el resto de los nominados. No obstante, convienen unos comentarios a través de los cuales se puede pensar que no todo está escrito en el catecismo de las preferencias electorales.
Un punto elemental, para arrancar: las encuestas reflejan opiniones y sentimientos pasajeros. En consecuencia, la situación puede cambiar en forma inesperada, no en balde la veleidad es habitualmente señora de la opinión pública, aunque parezca difícil que un torpedo popular la enfile de pronto contra la nave insignia. Pero todos sabemos que, si no hay brujas, nadie pone en duda el hecho de que vuelen, o de que parezca que vuelan. En este caso el revoloteo de esas trajinadas encantadoras no pasa del suelo, y allí se encuentra precisamente su trascendencia. Mientras aumenta el volumen del entusiasmo por una preferencia personal que se ha convertido en tendencia colectiva, la mayoría de los precandidatos que compiten con ella no cesan su trabajo de captación de simpatías. Lo cual no parece importante de veras, porque no les queda más remedio, pero sus giras por los diversos rincones del mapa habitualmente cuentan con importantes apoyos locales y regionales, debido a los cuales se desprende que no están clamando en el desierto.
El aspecto de los recibimientos de los otros precandidatos es digno de atención. No están solos y, en no pocos casos, producen movilizaciones inhabituales en la modorra y en la tristeza de la vida provinciana. En algunos casos generan revuelo. No estamos frente al universo penetrado por las encuestas, o movido por ellas, sino ante el testimonio del arraigo de las organizaciones partidistas que no pudo borrar el chavismo y ahora ofrecen la prueba de una vitalidad que parecía asunto del pasado. O ante la influencia de voceros individuales que destacan por unas cualidades convertidas en el imán que parecía desterrado del desierto de las alternativas cívicas. Tal plano de arraigos antiguos y de simpatías flamantes da cuenta de la existencia de unas organizaciones dispuestas a rescatar una trayectoria fundamental para ellas, u orientadas a un estreno alejado de los temores, debido a cuya relevancia no se puede asegurar que las encuestas hayan pronunciado ya la última palabra. En especial cuando la ungida tiene plomo en el ala.
El vuelo de María Corina Machado cuenta con el huracán de un apoyo cada vez más consistente, como se señaló al principio; pero, a la vez, se siente obstruido por las manipulaciones y las arbitrariedades de la dictadura que la ha inhabilitado para el acceso a funciones públicas. Es una inhabilitación que choca con la Constitución, con las leyes del caso y con la equidad en su sentido más elemental, pero es el plomo destinado a detener un ascenso que puede significar la desaparición de quienes se juegan la vida si lo permiten. Como parece que no hay instancias domésticas que liberen el tránsito, fuerzas venezolanas capaces de liquidar la férrea alcabala, mecanismos internos de presión que puedan arreglar el entuerto, solo a través de una cercanía real de los dos segmentos de la oposición que se han esbozado se puede pensar en un desenlace que no se advierte a simple vista. La campaña de los líderes de la oposición debe detenerse en el análisis de una encrucijada de la cual puede depender el destino de una democracia que juega las últimas caras de su sobrevivencia en una cita electoral.
Pero estamos, en esencia, ante una obligación de la bienquerida del día. Una obligación espinosa, si recordamos que su prestigio ha dependido en buena parte de no cambiar de opinión, de ofrecer una sola conducta sin modulación. Recuerden su sentencia contundente de hace poco: “no me hablen de consensos”. ¿Mirará hacia abajo y hacia los lados desde una atalaya que hoy parece demasiado elevada, que impide la captación de los humanos detalles de la política y a la cual se quiere aferrar por razones obvias? Una obligación tortuosa, debido a que no debe considerar a sus rivales como inferiores, sino como pares, desde un sitial que depende de los usuales tumbos de los sondeos de opinión. Mas sus pares también deben poner mucho de su parte porque tampoco es malo el favor de las encuestas cuando, entre calores apurados y despedidas sin lágrimas, sus estadísticas se necesitan como el oxígeno para respirar porque indican la superación de importantes barreras.