De los cientos de chistes que circulan sobre los gallegos, muchos inventados por ellos mismos, hay uno que suele repetirse el Día del Padre. Se trata de un audio en el cual, según lo recuerdo, un señor gallego llama por teléfono a un programa de radio en el que celebran la ocasión. Desea mostrar sus virtudes paternales. Comienza el diálogo y le preguntan:
-¿Cuántos hijos tiene?
-Son 6 o 7, -responde.
-¿Cómo que seis o siete?, ¿no sabe usted exactamente cuántos hijos tiene?
-Pues hombre, con tanta precisión no, pero vamos, le pregunto a mi mujer que está aquí a mi lado: María, ¿cuántos hijos tenemos en total? -Son cinco, -se le oye decir a ella.
-Son cinco, -repite él en voz alta, como si se tratase de un pequeño detalle.
-A ver, -continúan preguntándole-, ¿cuántos varones y cuántas hembras?
-De todo un poco, -responde él.
-¿Cómo que de todo un poco? A ver, díganos, ¿cuántos varones y cuántas hembras? No puede ser que usted no lo sepa.
Y otra vez entonces tiene que recurrir a la madre de los hijos, quejándose de la necesidad de precisión que tienen los entrevistadores.
-María, ¿cuántos varones y cuántas hembras son? -Todas niñas, -se le oye decir a ella.
-Todas niñas, -repite él para el entrevistador, muy convencido y orgulloso de lo buen padre que es.
El chiste resulta gracioso porque refleja una situación extrema, difícil de imaginar en nuestro tiempo. Los hijos no son vecinos o compañeros de trabajo, de quienes uno puede no tener una idea precisa de cuántos son. Los hijos son cosa seria, como dice el refrán popular para expresar la gran responsabilidad que implica la paternidad. La broma viene a mi mente cuando pienso sobre las empresas públicas venezolanas. Las empresas del Estado son en cualquier país cosa seria porque pertenecen al patrimonio nacional, es decir, a todos los ciudadanos. Además, generalmente se ocupan de la provisión de bienes y servicios críticos. Por eso, los gobiernos medianamente estructurados y responsables ofrecen amplia información sobre ellas: su número, ubicación, órgano de adscripción, directivas, actividades, planes, estados financieros, entre otros muchos aspectos relevantes.
En Brasil, Chile, Perú, Colombia, para mencionar solo algunos países de la región, existe un ente dedicado exclusivamente a su seguimiento y control. No en Venezuela. En Venezuela nadie sabe con mediana certeza ni lo más elemental: ¿Cuántas empresas estatales hay? No existe página oficial donde aparezca esa información. Estoy convencido que tampoco lo sabe nadie en el Gobierno. En ausencia de esa información, las organizaciones interesadas en el tema, domesticas o internacionales, deben hacer sus propios cálculos. Aparece así un abanico de valores y estimaciones que va desde las vecindades de 1.000 empresas estatales hasta cerca del doble de ese número aproximadamente.
Una de las organizaciones más serias que le hace seguimiento al tema es Transparencia Venezuela. En uno de sus últimos informes se lee que “hasta noviembre de 2022, son 914 las empresas estatales que han sido identificadas por nuestra organización”. El tono de esa oración no puede ser más revelador de la realidad que comentamos. Se trata de una operación detectivesca de identificación progresiva y trabajosa de las empresas del Estado, como el que hace la policía con los delincuentes que va logrando sacar a la luz pública.
Como resultado de este trabajo de organizaciones no gubernamentales sabemos con seguridad que el número de empresas estatales en Venezuela es enorme, no estando muy por debajo de 1.000 como mínimo. Como referencia de lo que eso significa, téngase en cuenta que Brasil posee 150 empresas estatales, Colombia 117 y México 115. Estados Unidos, el país más rico del continente tiene 117 empresas propiedad del Estado, de las cuales solo 19 corresponden al Gobierno Federal.
Usted se podrá imaginar que si no sabemos cuántas empresas estatales hay en el país, mucho menos conocemos sobre su desempeño. De algunas no se sabe ni quiénes las dirigen. Son todas cajas negras.
Generalmente, cuando se sabe algo de ellas es de manera indirecta, no oficial y nunca nada bueno, por cierto. Es de esa forma que nos enteramos, por ejemplo, de que están en condiciones físicas y operativas muy deterioradas, funcionando a mínima capacidad o totalmente paralizadas y perdiendo mucha plata. Pero no solo pierden plata. Importantes empresas estatales, empezando por PDVSA, la más grande de todas, se han convertido en serios depredadores ambientales, contaminando lagos, ríos y otras riquezas naturales.
Es sabido que muchas de esas empresas que hoy yacen en condiciones lamentables, contaminando el ambiente, alimentando la corrupción y perdiendo cientos de millones de dólares, fueron una vez empresas rentables, operadas por el sector privado y que el régimen estatizó o simplemente confiscó. Ni el Gobierno sabe cuántas son, pero el país las padece todas. El cuento del gallego es un chiste inventado por alguien ingenioso. El caso de las empresas venezolanas es una tragedia real de gran magnitud, creada por un régimen extremadamente incompetente y corrupto.