En la aldea
04 octubre 2024

Sobre la mujer venezolana en el siglo XIX

“Las venezolanas cambian de status durante el siglo XIX, en comparación con el período colonial. No en balde ocurren entonces conmociones como la emancipación política, las luchas civiles y la instauración de un régimen liberal laico que, por lo menos en el aspecto programático, se orienta hacia la democratización de la sociedad”.

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Elías Pino Iturrieta | 30 julio 2023

Dedicado a las precandidatas de la Primaria

En el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, un apéndice que debemos a Manuel Landaeta Rosales detalla la existencia de una copiosa nómina de poetisas. En Coro hay ocho, mientras que en Guayana hay cuatro; en Maracaibo hay nueve y diez en Caracas. La curiosa estadística recoge en Valencia a tres de esas señoras visitadas por las musas, dos en Barcelona y una en Barquisimeto. El inventario merece atención, desde el punto de vista cuantitativo. Son treinta y siete escritoras de poesía que  merecen una referencia del recopilador en la gran enciclopedia de la cultura nacional.

En 1859, el general Carlos Soublette ensaya otro censo relativo a las mujeres que le preocupa mucho. Son demasiadas las que participan en el comienzo de la reciente Guerra Federal, y muy aguerridas, a veces más que los varones, de acuerdo con las noticias que trasmite a la Secretaría de Guerra y Marina. El suceso conduce al veterano soldado a predecir un conflicto largo y distinto a los anteriores.

“Un investigador de nuestros días, Manuel Rodríguez Campos, asegura en sus trabajos que la mujer actúa de manera decidida en el proceso de creación y distribución de la riqueza a partir de las guerras de Independencia”

Un investigador de nuestros días, Manuel Rodríguez Campos, asegura en sus trabajos que la mujer actúa de manera decidida en el proceso de creación y distribución de la riqueza a partir de las guerras de Independencia. Parece lógico pensar, por consiguiente, que las venezolanas cambian de status durante el siglo XIX, en comparación con el período colonial. No en balde ocurren entonces conmociones como la emancipación política, las luchas civiles y la instauración de un régimen liberal laico que, por lo menos en el aspecto programático, se orienta hacia la democratización de la sociedad. Pero una cosa señalan la retórica, la lógica y los códigos, y otra, muy diferente, la vida cotidiana.

Un ejemplo que procede de las naderías de la existencia, de las cosas comunes y corrientes, ofrece pistas para una interpretación diversa. En efecto, en 1840 sale de la Imprenta de Tomás Antero una hoja suelta que recorre las calles de la capital. Su contenido se convierte en la comidilla de Caracas. Se titula Desfachatez de Eulogia Arocha, el día solemne del Viernes Santo y está suscrita por “Unos espectadores amantes del pudor”.

Veamos qué hace Eulogia Arocha para merecer el desprecio público. Llega a la Catedral “con un aire afectado que manifiesta serle indiferente la opinión pública y finalmente con aquella indiferencia necesaria para hacer trastornar y bombardear las virtudes que forman la reputación de una mujer casta”.

Pero el furor de los pudibundos no responde a la sola actitud. La entrada de la mujer al templo tiene un prólogo digno de atención, pues días antes solicitó en un tribunal la separación de su esposo “con insultantes calumnias”.

El intento les parece abominable y se solidarizan con el consorte “ultrajado”. En cuanto pérfida, deshonesta y pecaminosa, afirman, doña Eulogia no puede ser “buena madre, tierna esposa y fiel compañera”. Ni debe entrar con tanta desvergüenza en la casa de Dios, especialmente cuando los rituales conmemoran su crucifixión.

Quienes se hayan preguntado por las ventajas que obtiene la mujer en nuestro siglo XIX, encuentran una respuesta plausible en el episodio de Eulogia Arocha. La reacción que origina su actitud resume la dureza que podía caracterizar a la sociedad frente a las que pensaban en el uso de las libertades proclamadas por la centuria.

Es, justo, lo que se observa en la vicisitud de la desafortunada mujer que “soluciona” a su manera un drama de incumbencia personal. Un drama privado, ciertamente, pero con un ingrediente de independencia y sexualidad que compete a los demás porque así lo ha dispuesto la ortodoxia, aun en el cado de aquellas faltas que no parecen excesivamente ruidosas. Porque nadie pesca a doña Eulogia en la cama con otro, en evidente adulterio, ni en diversiones inadecuadas para una cristiana. Simplemente no desea yacer con su marido.

En apariencia comete pecado venial, pero solo en apariencia. En realidad su falta es de las peores, debido a que no quiere cumplir con los deberes propios de su sexo. ¿No es ese el mayor de los pecados? Es probable que con la poesía le hubiera ido mejor, o en las escaramuzas federales.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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