Pasado un cuarto de siglo, caídas ya todas las máscaras, la dirigencia chavista ni se molesta en ocultar su naturaleza. Como siempre que se aproximan procesos electorales, van a por todas, no se detienen ante norma legal o ética alguna en su propósito de mantenerse en el poder. Los viejos ideales que, aunque confusos y mazacotudos -propios del tumulto que les dio origen-, por lo menos les servían para sus sueños cívico-militares, han sido sustituidos por una lógica grotesca y distorsionada, nacida del terror. Sufren de un miedo atávico a lo que es una conducta normal para cualquier ciudadano, vivir bajo las normas de un Estado de Derecho. Desde hace años, sus decisiones no son producto de visión alguna sino el resultado de la necesidad primaria de sobrevivir. Los gobierna el temor a los otros, no otra cosa.
Si los gobernara la racionalidad y sensatez, posiblemente estarían considerando un giro de ciento ochenta, e intentar jugar el juego democrático. Podrían, por ejemplo, pensar en otro candidato que no fuese Nicolás Maduro. Alguien que pudiera reconectarlos con los venezolanos emocional y racionalmente. Para comenzar, Maduro nunca fue muy bueno que digamos en eso de vincularse con la gente. Al contrario, es un político desangelado y poco creíble; como develó Henrique Capriles derrotándolo en tan solo un mes de campaña, en 2013, tras heredar el poder de Hugo Chávez.
Para el infortunio de los venezolanos, ha sido, sí, muy hábil para manipular hechos y voluntades, para, sin haber ganado nunca de manera limpia unas elecciones, mantenerse como presidente y gobernar el país. Ha demostrado ser capaz de cualquier cosa con tal de mandar. Y eso no sólo lo sufren los venezolanos opositores, también ha sido feroz y contundente con los partidarios que se han atrevido a siquiera pensar en sustituirlo (por cierto, ¿qué pasó con Tareck?). Pero aferrarse al poder a punta de trampas, trapisondas y efectismos es muy difícil cuando no se cuenta con gente para hacerlo, cuando el apoyo popular de otrora se ha difuminado y ya no existe. Diosdado afirmó en uno de los escuálidos mítines recientes, que se iban a quedar doscientos años en el gobierno, pero eso son pancadas de ahogado.
Para el chavismo no hay, salvo la represión y el abuso de poder, razón alguna ni emocional ni racional para conducir al país. Pero es lo que se proponen hacer, causándoles a los venezolanos muchas más penurias y dolor. No hay que llamarse a engaño, su capacidad de hacer daño al prójimo es real y muy elevada. De cara a las elecciones de 2024, su estrategia está muy clara: generar un caos o falta de respuestas oportunas y convenientes en la oposición. Esa sería (salvo un fraude escandaloso) la única forma de imponerse, ante quien quiera que sea el candidato opositor. Por eso han mantenido un ataque sostenido (incluso con demandas ante el TSJ) contra las primarias, han inhabilitado a candidatos y aumentado los niveles de amenazas y violencia contra los opositores. Ha sido un gran triunfo de la voluntad de cambiar a Venezuela que no hayan logrado descarrilarlas, que sigan fijadas en octubre como un mecanismo poderoso para elegir a un candidato y líder opositor. Por eso mismo, con su estilo burlón y sarcástico (la ironía no se les da), ya han asomado que las elecciones presidenciales (como en el 2018) podrían adelantarse.
El camino que la oposición debe recorrer está minado y habrá bajas. Los venezolanos deben estar conscientes de ello. Esperemos del liderazgo opositor las respuestas creativas, inteligentes y convenientes para superar los obstáculos. Hay uno en particular que resulta preocupante y se me antoja es el que la dictadura espera con fruición: ¿qué va a pasar si el candidato o candidata ganador(a) de las primarias está inhabilitado? Lo usual en política es que los vacíos tiendan a llenarse. En situaciones como esa, se abren los apetitos de aquellos que no resultaron elegidos y se producen movimientos centrífugos que pueden deshacer las alianzas. Sin dejar de lado que, de los propios entornos de los “inhabilitados”, saltarían al ruedo espontáneos que quieran ganarse el cielo con votos que, aunque ajenos, considerarían propios. Esa es una espita que hay que cerrar antes de que se abra, valga la contradicción.
Hay que ser optimistas, sin embargo, un cuarto de siglo de destrucción debe bastar para entender que hay un objetivo clarísimo: sacar al chavismo del poder. Esa es una guía magnífica para encuadrar las conductas de todos. Las emociones son determinantes en política, pero, sólo con ellas (en especial si son conflictivas), no se llega muy lejos. La racionalidad de la conducta en algún momento debe aparecer, y aparece. Ojalá, por el bien de los venezolanos, ese momento sea éste, y las elecciones próximas la oportunidad de demostrarlo.