En la aldea
16 enero 2025

El cuento de los criados

“Imagino que hemos pasado años olvidando la violencia diaria a la que hemos sido sometidos. La indefensión, la incertidumbre. Tal vez porque es más fácil leer e imaginar con el tamiz de nuestra propia y afectiva humanidad, que ver sin velos, desde la mirada de otro, lo brutal que se puede llegar a ser. Y entonces se nos obliga a recordar lo que hemos vivido. A retomar que desde siempre hemos sido el experimento de la rana en el agua tibia”.

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Sonia Chocrón | 05 octubre 2023

Hace años leí el “El cuento de la criada” de la escritora canadiense Margaret Atwood. Pero nunca había visto la serie de TV inspirada en el cuento hasta que por un comentario de alguien a quien respeto, me picó la curiosidad y he comenzado a verla. La puesta en escena de esta historia distópica, pero tan creíble para nosotros, me impactó. Imagino que hemos pasado años olvidando la violencia diaria a la que hemos sido sometidos. La indefensión, la incertidumbre.

Esos primeros capítulos de la teleserie convierten en escenas palpables, reales y dolorosas, varias manifestaciones de civiles protestando por la merma de sus derechos, en especial las mujeres, y la represalia de unos gorilones uniformados como robots o ninjas, o como aquellos que aparecían en nuestras marchas, que de pronto, y ante la sorpresa de los inconformes, comienzan a disparar sus armas poderosas contra la población inerme, atónita e indefensa. En pocas palabras, una secuencia de protesta y represión brutal que se nos hace tan familiar porque la hemos visto en estos años repetidas veces.

“Deseo que de la contienda primaria pueda emerger un nuevo liderazgo. Uno franco. Uno que no se acople del todo, uno que no se alquile. Uno que logre fracturar nuestra distopía”

Había olvidado esos momentos, lo juro. Los había borrado. Y de pronto, me los estaban estampando de nuevo en la cara como una cachetada. Por alguna razón que no logro explicarme, ver la escena me ha impactado más que leerla años atrás cuando toda aquella violencia nos era “nueva”. Tal vez porque es más fácil leer e imaginar con el tamiz de nuestra propia y afectiva humanidad, que ver sin velos, desde la mirada de otro, lo brutal que se puede llegar a ser. Y entonces se nos obliga a recordar lo que hemos vivido. A retomar que desde siempre hemos sido el experimento de la rana en el agua tibia.

Para quien no ha leído esta historia de Margaret Atwood ni visto la serie, resumo mínimamente sin hacer spoilers. La trama central de esta historia nos presenta un futuro distópico en la República de Gilead, un país totalitario y teonómico que se estableció después de una Guerra Civil en aquello que alguna una vez fue Estados Unidos. En él, las pocas mujeres fértiles  que aún quedan, llamadas  las criadas, son forzadas a la esclavitud sexual para darle hijos a las parejas del poder. La protagonista es una criada cuyo nombre -como el de todas- es como un título de propiedad: DeFred, DeGonzalez, DeCarlos.

Tomo la fertilidad no sólo en el sentido estricto de engendrar hijos. La asumo como la metáfora de quien tiene ideas, quien crea, quien discierne, y quien es capaz de procrear incluso alguna criatura, un libro, un discurso, una obra de arte, que contradiga al statu quo.

Hay otras castas -o clases sociales, o categoría de personas en este relato- las Marthas, que son las sirvientas de cada hogar que por edad o condición ya no pueden procrear hijos, los “Ojos”, espías del totalitarismo en constante vigilancia; las tías, que son como las capo, o las madres superioras de las criadas, y al mismo tiempo maestras, mentoras, verdugos y látigo, y los Comandantes, o patriarcas de cada hogar y del propio sistema.

Los milicos pululan por todas partes. También los “ojos”. También el castigo por desobediencia, la tortura y finalmente la muerte. Que es algo tan común en esta historia que los cadáveres penden en las calles como si fueran árboles. O tal vez cuerpos que se han desplomado desde alguna azotea.

Lo segundo que se me vino a la mente fue el recuerdo de mi estada en Cuba cuando asistí a un taller en la Escuela de Cine de Los Baños: también allí había miles de ojos. Tantos, que cada vecino, en cada reparto, tenía el suyo aunque nunca supiera quién era. Y entonces revivo una escena en la que un cubano me pregunta por conocidos en Venezuela y comienza a relatarme su niñez, y la esposa lo calla porque en La bodeguita del medio todas las paredes tenían oídos.

También rememoro a aquel querido compañero del taller de cine, un nicaragüense para entonces de las filas del sandinismo, es decir, de las mismas filas de la revolución castrista, aliados y amigos, a quien un día por criticar alguna nimiedad de la Escuela, su directora, -su amiga y camarada-, mandó a expulsarlo: lo tomaron del brazo y lo condujeron sin siquiera recoger sus cosas directamente al asiento de un avión de Aeroflot, rumbo a Managua.

Evoco la desesperación del coordinador del curso por salir de la Isla. (Cosa que logró hacer cuando por fin le asignaron viajar a un festival de cine y entonces se asiló en una embajada)1.

Siento pesar por un par de amigos, él y ella, habaneros, talentosos, pero alcoholizados de desesperanza. Y también por los otros, los francamente entregados al sin vivir. Así son de caprichosas las revoluciones. Así de insensibles, de arbitrarias, pensé entonces. Siempre listas para justificar lo injustificable. Porque ni siquiera ser parte de la nomenklatura salva. No lo olvidé del todo.

Por eso cuando llegó Hugo con el discurso del mar de la felicidad supe que ahí, en ese mar, nos ahogaríamos a juro.

Gilead, como se llama ese mar de la felicidad donde ocurre el cuento de la criada, es la típica dictadura: en forma piramidal, con los poderosos en el ápice, los hombres casi siempre superando a las mujeres del mismo nivel, y luego niveles descendentes de poder y estatus, hasta abajo, donde todo mundo obedece o perece siempre en nombre del sistema.

“Si bien Margaret Atwood es considerada como una de las escritoras feministas más directas, no es una definición que Atwood elegiría. Los derechos de las mujeres y los derechos civiles están inextricablemente ligados (…)”2.

“La gente ha olvidado que los derechos civiles fueron una lucha dura y que se debe de luchar por mantenerlos porque te los van a quitar si tienen la oportunidad”, añade Atwood en esta entrevista. “Creo que generaciones enteras se criaron sin tener que luchar por esos temas y no estaban demasiado preocupadas”3.

Se trata de derechos, en efecto. Se trata de la rana en el agua tibia: en El cuento de la criada, y también en el seriado para TV, se intercalan recuerdos (flashbacks) de la protagonista, la criada DeFred, sobre su vida antes de Gilead y cómo paulatinamente los ganadores fueron suprimiendo derechos a la población hasta esclavizarlos y cerrar toda frontera.

“Los países nunca construyen estrategias de gobierno aparentemente radicales sobre fundamentos que no sean preexistentes; así fue como China sustituyó una burocracia de Estado con otra similar bajo otro nombre, como la URSS sustituyó la temida policía secreta imperial con una aún más temida, y así”4.

No hay sentimientos, las revoluciones se comen a sus hijos. Eso que tanto repetimos, es cierto. Allí anda Ortega expropiando pasaportes, nacionalidades y casas a antiguos combatientes. Que no quede rastro de quien disiente.

En fin, que repaso todas “las bondades” de estos 24 años de agua tibia a caliente y de caliente a muy caliente, y no creo, muy a mi pesar, que alguna elección presidencial logre desplazar a los chief commanders para devolverle a los ciudadanos comunes su libertad de ser y hacer sin miedo.

Nada más esta semana fueron militarizadas algunas escuelas públicas para vigilar que los maestros se presentaran a dar clases y dieran clases.

Pero no se fíen de mí: soy una cegata política. Creo sí, en cambio, desde mi ignorancia, que es posible, y así lo deseo, que de la contienda primaria pueda emerger un nuevo liderazgo. Uno franco. Uno que no se acople del todo, uno que no se alquile. Uno que logre fracturar nuestra distopía. Ya lo sé, deseos no preñan. Pero quién sabe.


(1)Después de aquello, y como nos habíamos hecho amigos de una mexicana, el coordinador huido y yo, “los ojos”, unas encantadoras empleadas domésticas de la Fundación para el Nuevo Cine Latinoamericano, nos conversaron amablemente para saber si conocíamos los planes del joven disidente o si tal vez habíamos sido cómplices.
(2)Para Reuters, Jill Sergeant.
(3)Para Reuters, Jill Sergeant.
(4)Margaret Atwood.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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