Como se ha señalado previamente en esta columna, pudiéramos estar a las puertas de una nueva etapa en la historia de las relaciones entre los gobiernos de Venezuela y Estados Unidos. Una fase caracterizada por la cordialidad o, en su defecto, una actitud acrítica e indiferente de Washington hacia el autoritarismo imperante en Venezuela. La posibilidad latente va de la mano con el alivio de sanciones a la elite chavista, supuestamente temporal, a cambio de unas mejoras en las condiciones políticas de Venezuela que no terminan de manifestarse.
Más allá de las comprensibles objeciones morales por parte de venezolanos, o de amigos de la causa democrática del país alrededor del mundo, a este presunto giro en la política exterior norteamericana, cabe preguntarse por la motivación. Descartado cualquier provecho que pueda sacar la población venezolana de la preservación de un statu quo empobrecedor y abusivo, tiene que ser algo que implique beneficios exclusivos para Estados Unidos. ¿Es acaso petróleo? Después de todo, hay elecciones presidenciales este año en el norte, y un impopular presidente Joe Biden no puede darse el lujo de que los votantes sigan considerando que los precios están demasiado altos, incluyendo el de la gasolina. En un mundo geopolíticamente inestable, con la guerra prolongada en Ucrania y los hutíes de Yemen poniendo en jaque el tránsito marítimo en el Mar Rojo, la estabilidad de los precios del petróleo es cualquier cosa menos segura. Puede ser que, incluso considerando lo arrasada que está la industria petrolera venezolana y los años y miles de millones de dólares que tomará rehabilitarla para que sea de nuevo una fuente confiable, en la Casa Blanca vean a nuestro crudo “Merey” como un mínimo aporte ad hoc que sin embargo no vale la pena rechazar.
“Aunque a puerta cerrada anhele una relación normal con Estados Unidos, el chavismo no puede aspirar a que sea su nuevo mejor amigo”
Otros expertos han indicado una explicación alternativa: que Estados Unidos desea alejar a Venezuela de la órbita de las potencias autoritarias que son sus grandes rivales geopolíticos: Rusia, China e Irán, y que vuelva a ser un país que colabore de manera extensa con Washington en la salvaguarda de sus intereses. Este sería un razonamiento geopolítico fundamentado en los postulados puros y duros de la escuela realista en relaciones internacionales. Algo muy propio de diplomáticos como el recientemente fallecido Henry Kissinger y de escenarios como la Guerra Fría. No en balde se habla hoy del fin de la Pax Americana y de una “Segunda Guerra Fría” en la que Estados Unidos tendrá que hacer frente a nuevos desafíos de peso por parte de los referidos regímenes eurasiáticos. Para ello, no puede permitir tan cerca de su territorio a un aliado de aquellos, aunque evitarlo implique mantener buen trato con un régimen autoritario. Además, ¿acaso el discreto abandono del socialismo revolucionario por Miraflores y su nueva cara business friendly no facilitan la cuestión, desde el punto de vista del capital norteamericano?
Encuentro fallos en la lógica de todo esto. Si el gobierno estadounidense de verdad cree que puede seducir al chavismo para que reduzca sus vínculos con Rusia, China e Irán (cosa que no estoy afirmando; son los impulsores de aquella explicación los que lo afirman), está siendo bastante ingenuo o sobreestimando sus destrezas. El chavismo no tiene ninguna razón para hacer tal cosa. ¿Por qué les daría la espalda a quienes le brindaron en tiempos difíciles un respaldo invaluable, para lanzarse a los brazos de quien hizo más que nadie por ponerle fin a su hegemonía en Venezuela? No lo pensemos en términos emocionales, sino de cálculos políticos para permanecer en el poder. El resultado es el mismo.
Recordemos que China ha sido una fuente indispensable de préstamos con los que el chavismo ha financiado varios de sus proyectos faraónicos (muchos de los cuales terminaron siendo decepciones o fracasos, así como objeto de negocios turbios, pero esa es otra historia). Recordemos que, precisamente cuando las sanciones de Estados Unidos estaban activas, Rusia prestó su sistema financiero para que PDVSA comercializara su petróleo eludiendo las medidas punitivas. Recordemos que Irán trajo gasolina a Venezuela cuando las sanciones lo impedían (algo que no hubiera ocurrido si nuestras refinerías no hubieran sido devastadas mucho antes de las sanciones, pero, de nuevo, esa es otra historia). Los politólogos Steven Levitsky y Lucan Way han mostrado que la capacidad de una gran potencia para inducir cambios en un país más débil se ve considerablemente mermada si otra potencia interviene para contrarrestar la presión.
El gusto boliburgués por adquirir inmuebles en las zonas más acaudaladas de Miami muestra que, tras el entramado de propaganda “socialista y antiimperialista”, la elite gobernante está llena de individuos que, como el típico venezolano cuya mentalidad supuestamente se proponen dejar atrás, sueñan con el goce de las mieles del capitalismo norteamericano. Pero eso siempre ha sido una cuestión oculta o al menos discreta. Una doble vida del poderoso, como la del cónyuge que jura fidelidad monogámica a su pareja mientras mantiene una relación extramatrimonial. No solo por mantener un mínimo de coherencia entre práctica y pregón, sino por poca o nula confianza en que el Tío Sam permitirá semejantes carnavales de corrupción exógena en su patio. De manera que, aunque a puerta cerrada anhele una relación normal con Estados Unidos, el chavismo no puede aspirar a que sea su nuevo mejor amigo.
Agreguen a eso que el gobierno responsable del alivio de sanciones pudiera estar de salida. Repito: es año de elecciones presidenciales y Biden tiene relativamente poco respaldo. Hay una probabilidad nada despreciable de que un miembro del Partido Republicano ocupe la Casa Blanca a partir de enero próximo. El gran favorito para la nominación derechista no es otro que el expresidente Donald Trump, el hombre que impuso las sanciones a la industria petrolera venezolana en primer lugar. Considerando lo errático que es Trump, honestamente no tengo idea de qué tiene en mente para Venezuela si vuelve al poder. No puedo garantizar que reanudará las sanciones. Pero la mera posibilidad de que lo haga seguro produce consternación en Miraflores. ¿Y si se da el remoto pero no imposible escenario de que Trump pierda las primarias republicanas? Pues, al momento de escribir estas líneas, la única alternativa que queda es Nikki Haley, representante de la vieja guardia del partido, más cercana al intervencionismo hiperactivo de George W. Bush que al aislacionismo trumpista. En otras palabras, alguien de quien el chavismo solo puede esperar lo peor.
Estados Unidos es una democracia. Si un enemigo implacable del chavismo no llega al poder en las elecciones de este año, siempre cabe la posibilidad de que ocurra en 2028, 2032, etc. Demasiado riesgo, que no existe con los amigos autoritarios. Absolutamente nadie espera cambios políticos importantes en la Rusia de Vladímir Putin en el corto o mediano plazo. Tampoco en la China de Xi Jinping. En Irán, la única forma sería la muerte o retiro del anciano líder supremo Alí Jamenei y su reemplazo por un reformista. Improbable.
La democracia es el tipo de gobierno en el que la diversidad inherente a la acción humana, como definió Hannah Arendt a esta última, mejor florece, con múltiples posibles consecuencias que escapan de nuestra capacidad de anticipación. De ahí que en la “república” de Platón, modelo ideal de los regímenes autoritarios, no haya diversidad en la acción humana. El “rey filósofo” manda y las masas obedecen. Todo es predecible. Todo está bajo control del mandatario. Aunque nunca hayan leído a Platón o a Arendt, los autócratas del mundo reconocen todo esto por instinto y no solo actúan en consecuencia dentro de sus propios países, sino que además hacen una proyección allende fronteras y buscan la confiable inmutabilidad que solo entre ellos se pueden ofrecer. Por eso existe hoy una suerte de club de regímenes antidemocráticos con los más diversos credos oficiales e intereses geopolíticos. Un club a cuya membresía no veo al chavismo renunciando por lo pronto, aunque Washington le ofrezca carantoñas.