Como nunca antes en nuestra historia republicana, la sociedad venezolana tiene hoy una claridad profunda sobre la urgencia de la libertad y la convicción de que alcanzarla es la única salida posible a los males sembrados por la barbarie roja-rojita, que acecha al país desde hace 26 años y que impone su dominio por la fuerza desde hace al menos una década.
Por eso superamos los tiempos del engaño —cuando se hablaba de que «Venezuela se arregló»— y de la resignación a una «jaula más grande». Por eso demostramos que no estábamos desentendidos de la política, sino organizándonos desde abajo, con un liderazgo que supo interpretar nuestros tiempos. Por eso rompimos con la narrativa chavista que intentó dividirnos entre los que se fueron (el 30% del país) y los que no. Por eso ocurrió la primaria de 2023, luego la desobediencia frente a la chapuza del referéndum del Esequibo, y por eso también ocurrieron el 28 y 29 de julio y este domingo 25 de mayo, donde las calles gritaron silencio.
Esto no ocurrió así porque se nos haya impuesto; ocurrió así porque los venezolanos entendemos. Sabemos. Y decidimos. No ha ocurrido solo un cambio: Venezuela se dislocó, el sistema se rompió. Ya no hay opresión que pueda obligarnos a no querer ser libres ni a demostrarlo, bien sea votando y defendiendo el voto, protestando, denunciando, gritando o quedándonos en casa, no por inacción sino por determinación.
Decidimos vivir en la verdad, como escribió Václav Havel, y esa fue la primera gran derrota de la tiranía y de sus propagandistas, hoy expuestos como nunca, responsabilizando a la víctima por las acciones de los victimarios, sin pudor, sin tapujos, sin un ápice de moral.
Decidimos que la democracia sería rescatada a pesar de la barbarie. Y eso fue otra gran derrota de un régimen que no logró colonizar las mentes de los venezolanos, ni siquiera la de los jóvenes y niños nacidos sin conocer la libertad, pero que la desean con pasión.
Decidimos que esta lucha la lideraría María Corina Machado y que nuestro primer presidente tras la oscuridad chavista sería Edmundo González Urrutia.
Decidimos no caer en el chantaje de los siervos del poder: esos que callan ante las torturas, los secuestros, las desapariciones y los asesinatos, pero gritan cuando sancionan a sus amos. Esos que insultan a María Corina pero no condenan el secuestro de un valiente al que jamás podrán equipararse: Juan Pablo Guanipa. Esos que durante años se disfrazaron de oposición, pero hoy se muestran alegremente como cómplices de un régimen que ha odiado al pueblo venezolano como ningún otro en nuestra historia.
Este 25 de mayo también significó el fin de quienes han intentado desplazar a la oposición real para vender, a lo interno y a lo externo, una “oposición” (siempre entre comillas) que no busca un cambio, ni democracia, ni siquiera incomodar un poco al poder. Porque no saben, no quieren y no pueden garantizar el sistema de checks and balances que un Parlamento debe asegurar.
Por ello, los hoy nuevos diputados de un Congreso inútil, electos violando la ley electoral, solo estarán allí para aplaudir y ser humillados por Jorge Rodríguez mientras dicen que hacen política “con P mayúscula”.
Hicieron una no-campaña sin censura en medios, sin persecución política ni encarcelamientos de miembros de sus equipos operativos. Fue un proceso a la medida de los que participaron (jefes y siervos), sin contrincantes incómodos, debates ni fricciones con el CNE. Y aun así, no lograron enviar el mensaje. No lograron convencer. No lograron explicar por qué la gente tendría que salir de su hogar para ir a votar en una farsa electoral donde su decisión no valía nada, pues los cargos ya estaban definidos.
Y no pudieron hacerlo porque se han ensimismado tanto en la narrativa oficial que dejaron de escuchar a los venezolanos y comenzaron a vender una fórmula equivocada: la “defensa del voto”. No entienden —ni quieren entender— que no es el voto como instrumento lo que defiende un demócrata (que ellos ya no son), sino el poder de la gente. El poder de elegir. El poder (demos) del pueblo (kratos).
Así, entonces, los siervos han dejado de ser útiles para el poder. Desde que el control lo tomó Diosdado Cabello, demostrando que al chavismo solo le queda la fuerza bruta, los que se pusieron “los ojitos de Chávez” en el pecho para tratar de “tener espacios” (que en realidad son cargos con contratos), son más prescindibles que nunca. Por ello, de 23 estados, la tiranía decidió que 22 serían para los propios y apenas uno de consuelo (Cojedes), para un Alberto Galíndez que, desde luego, no hará oposición, tal como hasta ahora se ha comportado.
Ni siquiera Manuel Rosales en el Zulia pudo retener “su feudo”. No le sirvió atacar un día sí y otro también a quienes hablan de libertad, mientras abrazaba a Nicolás Maduro cada vez que lo llamaban a Miraflores. No le sirvió responsabilizar a las sanciones de todo y a la tiranía de nada. No le sirvió hacer silencio ante los secuestros de casi una decena de alcaldes zulianos. No le sirvió, porque no cumplió con la tarea principal: lograr ser un falso candidato “opositor”, pues apareció Edmundo González en 2024 y tampoco pudo demostrar ese mito hoy caído de tener “una gran maquinaria zuliana” a su disposición.
Quienes sí lograron un curul sin importancia fueron Henrique Capriles, Luis Emilio Rondón y Stalin González. Es todo. No más. La falsa “oposición” de ese grupo que no se opone no llegó ni al 6% de los votos, incluso con los números inflados del CNE. Son la nada misma: solo están allí porque así lo decidió el poder. Y lo que ignoran es que, así también, estarán allí hasta que el poder lo decida.
Como el 29 de julio en la madrugada, Elvis Amoroso y Carlos Quintero volvieron a dar resultados falsos, anotados de nuevo en una servilleta y, otra vez, lo hicieron sin usar la lógica matemática. Los bárbaros son buenos contando balas, pero no cuando deben usar decimales y regla de tres. Aseguraron que “participó el 42% del padrón electoral”, pero Quintero mencionó que para la ilegal lista nacional de la Asamblea Nacional se escrutaron 5.507.324 votos, lo cual se traduce en un 25%, es decir, 17 puntos porcentuales menos. Aun así, son cifras falsas, pues los números reales rondan entre el 12 % y el 14% de participación. Es decir, 86 de cada 100 electores gritaron con su silencio. A ellos, sumemos los millones de venezolanos fuera del país.
El país habló con el silencio. Y se escuchó estruendosamente. Ni con amenazas ni con dinero para cooptar y chantajear lograron que la participación tocara el 15%. A eso, más o menos el 10% del país, quedó reducido el chavismo rojo y sus colaboradores del chavismo azul. No pudieron ni completar los testigos. No tuvieron movilización. No pudieron anunciar “el gran remate”.
Si octubre de 2023 fue la sentencia electoral de la “oposición” que no se opone, y julio de 2024 fue el entierro del chavismo como movimiento político, mayo de 2025 significó la división absoluta e irreversible entre casi la totalidad de un país que desea la libertad, y una diminuta élite que se sostiene, por ahora, mediante las armas y el terror.
Otra etapa
Lo cierto es que el 25 de mayo ya pasó. La repartición de cargos ya ocurrió y el país tiene muy claro quiénes buscan, como ellos, la democracia, y quiénes trabajan para mantener el statu quo (aunque hayan sido humillados). Pero ahora entramos en una nueva etapa, que será todavía más compleja y peligrosa, pero que también debe ser parte del proceso final.
El 25 de mayo le sirvió al chavismo para saber que debe retrasar hasta 2026 su intento de instalar un totalitarismo con disfraz comunal. Así lo anunció el propio Maduro. Es su principal objetivo, pero incluso para huir hacia adelante se necesita fuerza. Y ellos, salvo las armas y el terror, ya no la tienen. No tienen gente, ni bases, ni apoyo social.
Esto, entonces, nos da tiempo. ¿Para qué? Para seguir erosionando las bases que sostienen a este régimen criminal. Y eso va desde bloquear el ingreso de dinero “lícito” e ilícito, hasta continuar golpeando, desde adentro, su propio sistema, como ocurrió con la “Operación Guacamaya”.
Mientras eso ocurre, la narrativa del poder y de sus (hoy descolocados) propagandistas será avivar el conflicto en el Esequibo (que hoy tiene un gobernador tan falso como el resto) y seguir haciendo lobby petrolero, ese que siempre encontrará un muro cubano-americano de apellido Rubio.
Todo ello mientras el terrorismo de Estado sigue en aumento, como ya vimos durante los últimos días con el secuestro de más de 70 ciudadanos, incluyendo a Juan Pablo Guanipa y al periodista Carlos Marcano, quien, como decenas de personas, sigue hoy en desaparición forzada.
El deseo de libertad es tan grande como la necesidad de alcanzarla. Y eso ya es irreversible. Pero nos hace falta más. Y sé que Machado lo sabe. Por eso hoy toca apoyarla más que nunca, y ella debe apoyarse en nosotros, los ciudadanos, como jamás ocurrió entre un líder y el pueblo venezolano. No por ella, sino por el país. Por la República.
Juan Pablo, Rocío, Carlos, Emirlendris, Jesús, Naomi y los más de 900 presos políticos serán libres, como hoy lo son Magalli, Humberto, Omar, Pedro y Claudia. Serán libres, como lo será Venezuela.
Sigamos martillando el muro, porque va a caer.