Solo veremos ahora elementos tomados de la realidad política del país, sobre los cuales no caben reparos mayores. Qué se saca después de la observación es otra cosa, más azarosa que segura, pero con sustento en los asuntos observados.
Vemos dos fraudes electorales consecutivos, en primer lugar, y el volumen de sus consecuencias. El robo escandaloso del triunfo de Edmundo González Urrutia, primero, y después el bochorno de las elecciones recientes que el CNE manipuló a su antojo. El primero destacó por una clamorosa participación de electores, seguida por una represión conocida por todos y sufrida por miles y miles de personas. Por contraste, el otro llamó la atención por la ausencia de votantes, una de las más elocuentes de nuestra historia contemporánea, que obligó a la autoridad electoral a la proclamación de un arrase del oficialismo y a la donación de cuotas a sus acompañantes sin evidencias de la legitimidad de la decisión.
Del mil al cero en poco tiempo, sin que la mirada pueda captar medias tintas. Del verano ardiente al hielo, después de un fenómeno de terror promovido por la dictadura como ninguno desde la tiranía de Gómez. Pero también de la actividad a la pasividad ciudadana, como consecuencia del rechazo a las tropelías oficialistas o debido a la abstención de los votantes a petición de María Corina Machado y del liderazgo que la acompaña. Sobre cómo, en esta última falta de presencia electoral, influyeron los dirigentes que la anunciaron como resultado de su política, todo queda en la parcela de la posibilidad, debido a que no hay manera concreta de probarlo.
Después del contraste de las dos elecciones no se puede dudar sobre la soledad abrumadora de la dictadura. Es evidente la reducción de sus seguidores hasta un rincón que apenas se siente, ausencia que disimula debido a la ubicuidad de sus maneras bárbaras de gobernar y también al hecho de que nadie del otro bando puede probar que es el creador o el promotor de ese desértico abandono. Esa soledad se vuelve fortaleza oficialista en la medida en que le permite actuar a sus anchas, hasta el punto de convocar un nuevo capítulo electoral contando con que pueda repetir su prepotencia sin que nada serio lo impida. Estamos ante la curiosa crónica de una debilidad escandalosa que puede hacer lo que le parezca, libre de frenos, debido a que no hay forma concreta de impedir que lo haga, o a que no se ha encontrado desde la esquina contraria la fórmula certera que lo detenga, pese a la gigantesca carencia de apoyo popular.
La elección de alcaldes y concejales puede cambiar la situación. No en el lado de una dictadura que seguirá igual o más solitaria y represiva porque no le queda más remedio, sino desde la perspectiva de una oposición que no puede continuar en una conducta de observación y espera que ya va para muy largo, y que necesita mostrar frutos suyos que se puedan oler y comer. Como se trata de unas elecciones demasiado cercanas a las rutinas más íntimas y encarecidas de la sociedad, seguramente moverán, más que las otras, la sensibilidad popular. Es una relación que no se puede ignorar, y de la que puede sacarse provecho si se leen de manera diversa las señales de la realidad. Hasta ahora parece demostrado que no ha existido una guía confiable o infalible para tal lectura, pero hacerla es un imperativo después de deleitarse en la valoración de las querencias comarcales, parroquiales y aldeanas que habitualmente no se ven desde la capital, o desde el escondite.
Lo genuino contiene tesoros. Lo pequeño crece y se multiplica. De esas minucias aparentes puede salir la solución, o una cuota apreciable de ella. Yo preferiría observarlas hasta el detalle después de dejar de mirar hacia Washington, demasiado ocupado en estos días y poco confiable debido al voluble jefe que allá reina. Pero tiene que ser ya, si les parece y si no se establece la costumbre de la modorra, porque el plazo que ha impuesto la dictadura está encima.