En la aldea
15 junio 2025

República y liderazgos en Venezuela

Muchos líderes en Venezuela perdieron el rumbo porque jamás entendieron lo esencial: el problema no es solo la dictadura, es la desaparición de la república.

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Elías Pino Iturrieta | 15 junio 2025

Todos los liderazgos que han entrado en franca decadencia, o están en las puertas del cementerio, deben su declive a su ignorancia del problema fundamental de la sociedad venezolana: la desaparición de la república. Su total desconocimiento de un suceso fundamental, que no deberían ignorar debido a que  se han dedicado al ejercicio de la vida pública, los ha conducido a una merecida minusvalía de la que solo pueden recuperarse por obra del milagro. En cambio, aquellos que han advertido la falencia y pretenden superarla, permanecen en el candelero. 

No es un tema de tratamiento sencillo, debido a que la mayoría de la sociedad tampoco se ha caracterizado por la perspicacia en el descubrimiento del problema. Sin embargo,  es crucial e ineludible. A decir verdad, apenas hemos sido dos o tres los profetas de la calamidad, pese a que estaba a la vista desde cuando el teniente coronel Chávez anunció con bombos y platillos el nacimiento de un adefesio llamado Quinta República, es decir, una invención que reemplazaría la concepción de la sociedad y sus formas de administración por otra, enigmática y oscura, hecha a su imagen y semejanza. Ni siquiera un atentado tan evidente fue advertido por la sociedad. Al contrario, muchos la legitimaron con su voto para llevarnos a los extremos de improvisación, arbitrariedad  y mediocridad que hoy padecemos. 

Quizá pueda entenderse, aunque no del todo, que el ciudadano común  deje pasar el veloz lanzamiento sin batearlo, pero es imperdonable en el caso de los políticos profesionales. Apenas, en el mejor de los casos, se han detenido en problemas como las carencias de la democracia y la libertad, sin que siquiera les haya pasado por la cabeza que no se refieren a bienes mostrencos, a cosas que florecen a sus anchas en campo raso, sino a logros o asuntos que para crecer y dar frutos necesitan  un domicilio llamado república. Por eso andan por allí como sonámbulos, viviendo de los favores de una dictadura que ofrece sobrevivencia artificial A una ignorancia supina le sigue la desaparición de su autonomía. El desconocimiento de un fenómeno fundamental de la política los condena a la irrelevancia, hasta cuando quizá por fin se despidan de este mundo por órdenes del almanaque. 

El liderazgo de María Corina Machado, y de los políticos que la acompañaron cuando fundó una bandería distinta de las tradicionales, llevó la bola al mingo mientras los otros jugaban  metras en la vereda con los compinches del oficialismo. No solo se detuvieron  en la observación de que no estaban ante el desafío de defender la democracia y la libertad, sino frente al reto mayor de ver cómo las recuperaban partiendo del entendimiento de la república como una creación temporal. ¿Cómo es eso? ¿No estamos coqueteando con la propaganda pura y dura en favor de una tendencia? Muy simple, en apariencia: partiendo del hecho de estar ante  una necesidad de nueva fábrica, de flamante arquitectura, ajustada a las necesidades del presente y al tamaño de la faena de anti republicanismo llevada a cabo  por el chavismo en las recientes décadas. 

La pista más relevante para entender la solidez de tal conducta radica en un hecho que tal vez no se haya captado a cabalidad: para la reconstrucción de una república adecuada a la actualidad buscan el cimiento en sus orígenes. Siendo la república, aquí en Venezuela, una hechura del liberalismo a partir de 1810, pero en especial desde 1830, han acudido a los pensamientos fundacionales para levantarla de nuevo. No quieren nada con ¨repúblicas aéreas¨, sino con aquella que puede encontrar sostén en los pilares de la historia que enseña sobre sus aportes y sus aprietos, su estabilidad y sus debilidades. Dado que se trata de una operación excepcional, si se compara con la superficialidad de las ideas de otros dirigentes que también se anuncian como piezas de oposición a la dictadura sin mirar más allá de sus narices, parece evidente que apuntan con seriedad hacia una meta incuestionable. 

Para evitar la meta suprema de una república hecha y derecha, sin la cual jamás saldrá la sociedad de su atolladero, la dictadura y sus acólitos acuden a la engañifa de las elecciones, a la trampa de una falsa alternabilidad. Solo que hay mucho trecho entre  votar de mentirijillas y fabricar un edificio histórico. No sirven los atajos, aunque no dejen de ser atractivos, porque jamás permitirán que volvamos al  legado más evidente e indiscutible  de los padres fundadores, a lo único digno de respeto que los venezolanos hemos legado a la posteridad. 

No hay decisiones fáciles en el empeño de volver a la república, aparte de quitar el grano de la paja, que está al alcance de la mano y  ya lo estamos haciendo. Para lo demás hay que fajarse. 

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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