A mí me llaman el negrito del batey / Porque el trabajo para mí es un enemigo / El trabajar yo se lo dejo todo al buey / Porque el trabajo lo hizo Dios como castigo…
Esta extraordinaria melodía del dominicano Alberto Beltrán, difunde una visión contraria al valor del trabajo para las sociedades Latinoamericanas. En general, los latinos estamos profundamente compenetrados con el trabajo como instrumento de ascenso social, de supervivencia y de bienestar. Vele decir, que esta compenetración se acrecienta, cuando por causas de fuerza mayor no estamos en nuestro país de origen.
La mayoría de los estudios serios sobre la migración, coinciden en destacar el impacto positivo de los migrantes en las economías y en el mercado laboral de los países de acogida. Bien administrada, la migración constituye una oportunidad de crecimiento económico y de generación de nuevas oportunidades laborales, de inclusión social, e incluso, de intercambio de conocimientos y formas de hacer y crear.
No cabe duda que el trabajo es uno de los principales pilares de la inclusión social. La Unión Europea define la inclusión social como un “proceso que asegura que aquellas personas que están en riesgo de pobreza y exclusión social, tengan las oportunidades y recursos necesarios para participar completamente en la vida económica, social y cultural disfrutando un nivel de vida y bienestar que se considere normal en la sociedad en la que ellos viven”.
Ser un miembro activo de la comunidad, es el reto que enfrentan tanto los migrantes como los países que los acogen, y en nuestro caso, es parte de los desafíos de los países que reciben a miles de venezolanos que huyen de la grave realidad que nos aqueja.
En un trabajo del investigador Alejandro Canales, denominado “Migración y desarrollo en las sociedades avanzadas”, circunscrito a los aportes de la migración en los Estados Unidos y España, se aprecian datos como estos:
En los Estados Unidos los empleos que implican dirección, o considerados de alta gerencia o remuneración, fueron ocupados mayoritariamente por empleados locales. Por su parte, en el extremo inferior de la estructura ocupacional, esto es en los trabajos dedicados a la reproducción social de la población (servicio doméstico, tareas de limpieza y mantenimiento, preparación de alimentos, cuidado de ancianos, enfermos y niños, entre otros) se da la situación inversa. Entre el 2000 y el 2012 los inmigrantes latinoamericanos, a pesar de que sólo constituyen menos del 9% de la fuerza de trabajo, consiguieron sin embargo, el 37% de los nuevos empleos generados en este grupo de ocupaciones, lo que los convierte en el principal grupo étnico migratorio en este tipo de actividades y puestos de trabajo. Asimismo, los trabajadores nativos no latinos, aunque constituyen el 77% de la fuerza de trabajo, sólo contribuyeron con el 35% del empleo generado en este tipo de ocupaciones de bajo status social y económico.
En el caso de España, sucede algo similar. Por un lado, en el extremo superior de la estructura ocupacional, se tiene que prácticamente 3 de cada 4 nuevos empleos fueron a parar a trabajadores nacidos en España; mientras que, por el contrario, los inmigrantes latinoamericanos apenas consiguieron el 11% de los nuevos empleos para este tipo de ocupaciones. Por su parte, en el extremo opuesto de la estructura ocupacional, se da la situación inversa. Aquí los españoles a pesar de constituir el 82% de la fuerza de trabajo, sólo participaron con el 22% de los nuevos empleos en este tipo de ocupaciones de bajo nivel y status socioeconómico. Por el contrario, los inmigrantes latinoamericanos, que, aunque apenas constituyen el 8.6% de la fuerza de trabajo, consiguieron casi el 50% de los nuevos puestos de trabajo en estas ocupaciones de mayor vulnerabilidad social, precariedad e inestabilidad laboral.
Los migrantes latinoamericanos entonces, por diversas variables, están dispuestos a realizar estos trabajos de mayor vulnerabilidad, y así aportar de forma significativa a la sociedad que les recibe. La clave está en que, en muchos casos, estos trabajadores son altamente calificados en sus países de origen, son profesionales o técnicos de diversas áreas, y la ausencia de políticas públicas de inclusión les impiden acceder a empleos de mayor calificación. A esta realidad se enfrentan muchos venezolanos que hoy ejercen trabajos para los cuales están sobre calificados, pero con entereza y dignidad los enfrentan con absoluta entrega, pues es la forma de contribuir al país que los recibe, pero también de palear la necesidad del sostenimiento propio y el de sus familiares.
Vale la pena que los Estados que hoy reciben migrantes venezolanos, generen políticas públicas dirigidas a la utilización de ese potencial profesional, técnico y creativo que no intenta competir con el talento local, sino aportar al desarrollo nacional a partir de sus saberes. En Venezuela tuvimos la dicha de contar con migración que nos enseñó a hacer cosas, y que fueron de vital importancia para el desarrollo nacional.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en enero de 2018, concluyeron un informe sobre el aporte de los migrantes en el desarrollo de los Estados. Según ese estudio, en la mayoría de los países analizados, los migrantes ostentan tasas de empleo y de participación en la fuerza de trabajo superior a la de los trabajadores nativos. Sin embargo, la calidad de los empleos que los migrantes ocupan sigue siendo motivo de preocupación, ya que con frecuencia ellos experimentan déficits de trabajo decente.
Recomiendan ambas organizaciones, cinco puntos que bien vale la pena recalcar a manera de conclusión:
- Adaptar las políticas de migración a las necesidades del mercado laboral al facilitar el ingreso y ofrecer un número mayor de caminos legales a los migrantes laborales para acceder al empleo, de manera de incrementar el porcentaje de migrantes en situación regular y empleo formal. Vigilar atentamente los indicadores del mercado de trabajo además de desarrollar mecanismos de consulta, en particular con el sector privado, que puede apoyar aún más los sistemas de gestión de la migración.
- Aprovechar el impacto de la migración sobre la economía. Los países de destino podrían considerar la adopción de políticas públicas dirigidas a fomentar la empleabilidad de los migrantes, estimular sus inversiones eliminado los obstáculos a la inversión y a la creación de empresas, y maximizar la contribución fiscal de los migrantes mediante el apoyo al crecimiento del sector formal o la expansión de la base imponible y el pago de las contribuciones para el sector informal.
- Proteger los derechos de los migrantes y luchar contra la discriminación. Las autoridades públicas, así como las organizaciones de empleadores y de trabajadores, en los países de destino deberían dar prioridad a la protección de los derechos de los trabajadores y a la prevención de cualquier forma de discriminación y racismo.
- Invertir en la integración de los migrantes. Las medidas políticas deberían ser puestas en práctica desde el momento en que los migrantes llegan, en particular con el apoyo activo de las autoridades locales a fin de favorecer la cohesión social.
- Supervisar mejor el impacto económico de la migración. Es importante que los países en desarrollo inviertan en mejorar la recopilación de datos relativos a la migración, así como en el análisis del impacto potencial de la migración sobre la economía.
Sería interesante que estas recomendaciones estén en las distintas agendas gubernamentales de los países que nos reciben; y convertir a la migración en un factor definitivo del progreso local, aumentando así los índices de inclusión.