Venezuela vivió durante la democracia los mejores 40 años de su existencia como República independiente. La gran mayoría de los venezolanos menores de 30 años no la vivieron y lo que es peor, no la conocen. Los jóvenes de hoy han visto sólo esta tragedia que tenemos, no conocieron el país pujante, moderno, de oportunidades que los mayores recordamos con nostalgia y con la esperanza de que podamos tener un país parecido, pero sin las carencias y errores que sin duda se cometieron.
Nuestra democracia no fue perfecta, pero evidentemente nada que ver con el país destruido que nos ha traído el socialismo del siglo XXI. Fueron muchos años de progreso social y económico. Desde la muerte de Gómez en 1935, Venezuela comenzó una transición hacia la modernidad, con sus altos y bajos, incluso en el periodo de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez el país marchó hacia una transformación.
Fueron muchos años de crecimiento económico apuntalado por el portentoso desarrollo petrolero ocurrido a partir de 1943. Muy pocos países del mundo, incluso los desarrollados, crecieron por encima del 6% anual durante 50 años, pero eso no sería todo, la transformación del país y la movilidad social produjo una potente clase media, esto fue el gran logro de esos años.
“Nuestra democracia no fue perfecta, pero evidentemente nada que ver con el país destruido que nos ha traído el socialismo del siglo XXI”
Los que somos mayores pudimos ser testigos de ese gran y vertiginoso cambio. Las pocas vías de comunicaciones eran de tierra. Muy pocos pueblos del país gozaban de servicio eléctrico, ni qué decir del campo, las ciudades eran pueblos grandes con muy pocos servicios, pero la gran transformación que nos proporcionó la democracia fue en el sistema educativo, ya que algunas capitales estables no tenían ni bachillerato completo. Los pueblos si las tenían eran muy privilegiados, ni qué decir de las universidades… sólo tres en todo el país: La Central, la del Zulia y la de Los Andes.
El empeño que puso la democracia en apuntalar el sistema educativo fue encomiable. Fue esto lo que hizo que el país se dotara de una sólida clase media. Los jóvenes de aquellos años teníamos un futuro, podíamos estudiar, graduarnos en universidades de primera y muchos tuvimos la oportunidad de ir becados a especializarnos en el exterior, tener un trabajo digno, hacer nuestras familias, tener nuestras necesidades básicas satisfechas, comprar un carro y disfrutar de una vivienda propia. No se necesitaba ser de las clases sociales altas. A muchachos humildes de las ciudades y los pueblos de todo el país, que habían nacido en hogares humildes o de muchas limitaciones económicas, se nos ofreció la oportunidad de crecer y acceder a una educación de primera.
La gran mayoría se sintió orgullosa de sus orígenes y celebró con alegría esa movilidad social, pero quizás, lo más importante de todo, fue el tejido de solidaridad y responsabilidad social que nos dio libertad y estabilidad durante muchos años. Sin embargo, no todo marchó bien, se cometieron errores que a la larga fueron aprovechados por resentidos sociales e inadaptados para insurgir contra el sistema democrático.
“Lo ocurrido en 1999 nos indica cual era la idea de Chávez en el ‘92: Convertir a Venezuela en un país comunista, sólo que lo hizo unos años más tarde”
Los primeros 20 años fueron excepcionales, el país progresó y el sistema se consolidaba a pesar de las insurrecciones de los primeros años del golpismo militarista. Luego vino la insurrección de la izquierda.
Nuestros problemas se inician, aunque luzca extraño, con los aumentos de los precios del petróleo de los años 1973-74, a raíz de la Guerra de Yom Kipur en el Medio Oriente. La riqueza súbita desquició al país. Se pretendió lograr un desarrollo acelerado con gigantescos proyectos de inversión en empresas del Estado. No solamente se utilizaron los recursos provenientes del petróleo, sino que se entró en un desmesurado programa de endeudamiento. El objetivo: Independizarnos del petróleo y lograr la tan ansiada diversificación económica.
El país se adentró en una política de estatización de empresas. El petróleo, la minería, las empresas básicas del acero y aluminio, la electricidad, las comunicaciones y paremos de contar… La gran mayoría se convirtieron en inmensos sumideros de recursos financieros, mermando la necesidad del Estado de atender las necesidades básicas en salud y educación, pero el daño mayor fue que ocasionó las formas y las costumbres del venezolano. Llegaron los tiempos de la riqueza fácil y el cáncer de la corrupción, el “ta’ barato dame dos” se convirtió en algo habitual de nuestra vida cotidiana. Las imágenes del venezolano en el exterior se convirtieron en sinónimo del nuevorriquismo, despilfarro y echonería.
Al propio tiempo, los partidos políticos que habían sido parte fundamental del soporte de la democracia comenzaron un proceso de deterioro generalizado. Durante muchos años los dirigentes políticos fueron ejemplo y testimonio de honradez y honestidad, a la par de contar con una importante formación y conducta ciudadana. Lamentablemente esa dirigencia fue progresivamente sustituida por activistas políticos con muy precaria formación y una conducta ética y moral con grandes carencias. Cuando los grandes dirigentes fueron sustituidos por activistas y gente de la maquinaria, surgió la gran declinación de los partidos políticos, hasta que llegó la burla de 1998, cuando las opciones electorales que se le ofrecieron al país carecían de la estatura y la entidad para conducir los destinos de la nación. Al final, los partidos se decantaron por Henrique Salas Römer, quien sí tenía las condiciones, pero llegó en un momento en el que la situación era irreversible a favor de Hugo Chávez.
“La impunidad y la lenidad con la que fueron tratados los golpistas, abonaron los afanes conspirativos (…) Chávez entendió en ese momento que el camino no era el golpismo, sino la vía electoral”
Chávez había escogido el camino electoral después de su fracaso en la intentona golpista del 4 de febrero de 1992. No fui protagonista ni tampoco testigo de excepción de esos hechos. Varios amigos míos sí lo fueron y podrán con lujos de detalles narrar y contar esas evidencias de tan aciago día. El principal protagonista junto con Chávez fue el presidente Carlos Andrés Pérez, quien lamentablemente no está entre nosotros, pero dio en su momento su versión de los hechos. Pero hay muchos otros protagonistas o testigos que están todavía con nosotros: Fernando Ochoa, Iván Carratú, Ismael Rangel Rojas, Eduardo Fernández, Carlos Blanco, Diego Arria y muchos otros han hablado o escrito sobre los lamentables acontecimientos.
No tengo dudas que las cosas no andaban bien, pero fueron los hechos del 27 y 28 de febrero de 1989, cuando ocurrió el fatídico “Caracazo”, que el país cambió. Sobre ese descontento se montó Chávez y su gente. Aquello no fue algo espontáneo, pero lo que sí es cierto es que el país comenzó a ser otro a partir de ese momento. Así lo percibieron los golpistas, quienes tres años más tarde faltaron a su juramento de lealtad a la Constitución. Para nadie era un secreto lo que venía ocurriendo en el mundo militar. Altos jefes militares como el general Peñaloza, denunciaron para esa época lo que estaba ocurriendo.
Tenía yo tres amigos militares retirados, los generales Jiménez Márquez, Martin Acorredor y Ramos Méndez, quienes me mantenían al tanto de la conspiración que se gestaba y progresaba en las unidades militares, era la conspiración de los comacates. Lo que se invocaba como motivo para la conspiración era la corrupción y el deterioro del país. Nada que ver con lo que vino después, un saqueo generalizado, la destrucción del país… Algo jamás visto ni en tiempos de guerra.
Todos sabemos lo que ocurrió con la intentona golpista. La conspiración fue exitosa en las unidades militares de Maracaibo, Valencia y Maracay. En Caracas, Chávez se atrincheró en el Museo Militar y el coraje demostrado por el presidente Pérez al ir a Venevisión y posteriormente a Miraflores, junto con el apoyo de importantes unidades militares, determinaron el destino de la intentona. Sólo Chávez había fracasado; sin embargo, el error de haberlo sacarlo en directo por televisión y “el por ahora” le apuntalaron como el líder del movimiento, pero la procesión iba por dentro, la conspiración continuaba. Hubo sectores importantes del país, con una inexplicable ceguera política y con un alto grado de revanchismo y de resentimiento hacia la democracia y hacia el presidente Pérez, que se sesgaron de sus propósitos.
“El empeño que puso la democracia en apuntalar el sistema educativo fue encomiable. Fue esto lo que hizo que el país se dotara de una sólida clase media”
Un mes más tarde, en marzo, recibo una llamada del presidente Pérez invitándome a una reunión en Miraflores. Acudí a la entrevista, no había testigos. Le empecé a hacer comentarios y sugerencias sobre temas de interés y sobre lo que era mi área profesional, los hidrocarburos. De repente me ofrece ser ministro de Energía y Minas, me tomó por sorpresa, le comenté que necesitaba hacer algunas consultas con el Partido Socialcristiano (Copei) del cual era dirigente y miembro de su Comité Nacional y con el presidente Luis Herrera Campíns. Me comentó que mi incorporación era a título personal y no era una coalición activista, pero que lo entendía; lo otro era sobre mi idea de pedirle opinión al presidente Herrera Campíns, que había sido mi inductor político y me sentía en obligación de consultarle. Copei no estuvo de acuerdo, aunque el presidente Herrera, hombre de Estado al fin, era de la opinión de lo importante de mi incorporación. La misma no ocurrió, aunque un mes más tarde fui designado Ministro de Relaciones Exteriores.
La conspiración continuaba. La impunidad y la lenidad con la que fueron tratados los golpistas, abonaron los afanes conspirativos. Esos meses fueron de permanente zozobra. En una de mis conversaciones con el presidente Pérez me confesó que él había dado instrucciones de reprimir con fuerza a los alzados que permanecían en el Museo Militar, pero que las mismas no habían sido atendidas por los mandos militares. Él era de la opinión de que eso había sido funesto, porque habían transmitido la idea de que se podía atentar contra una presidencia electa de acuerdo a la Constitución sin ningún tipo de riesgo, pero el daño ya había sido causado.
Chávez entendió en ese momento que el camino no era el golpismo, sino la vía electoral… Así lo hizo, en 1998 venció en la contienda y explosionó desde adentro el sistema democrático. Fue una lección aprendida por él y por otros, como fue el caso de Nicaragua y el que intentó Evo Morales en Bolivia. Lo ocurrido en 1999 nos indica cual era la idea de Chávez en el ‘92: Convertir a Venezuela en un país comunista, sólo que lo hizo unos años más tarde. De haber tenido éxito del 4 de febrero, la destrucción de Venezuela se habría adelantado varios años, quizás en circunstancias más dolorosas y trágicas para la gente.