Esto es una crisis política, aquí y en todas partes. La política es, en última instancia, el campo de las decisiones que afectan a todos, y, correlativamente, la pandemia exige decisiones que tienen un costo político. La historia de las pandemias muestra que la salud pública no es sólo un asunto de saber médico. Es política, es economía, está mediada por tecnologías y por representaciones culturales de todo tipo. Y esta epidemia en particular es el resultado directo de la política: La represión del Partido Comunista Chino, acostumbrado a enterrar en el silencio, y no solo en el silencio, cualquier manifestación de disfuncionalidad.
Y la nuestra es una emergencia dentro de la emergencia. Una emergencia política, como sabemos, que se expresa en la Emergencia Humanitaria Compleja. Lo que es muy particular del caso venezolano es que las medidas de contención, que en otros países significan una grave interrupción de la normalidad, no son sino la profundización del estado de excepción, de catástrofe económica y de emergencia humanitaria en el que ya (sobre)vivíamos. Sin una solución política, la Covid-19 será un personaje más en esta terrible escenificación del sufrimiento político, cronificándose.
Tanto lo actuado como lo dicho por el gobierno de Nicolás Maduro va en la dirección de conectar la lucha contra la epidemia en su búsqueda de legitimidad internacional, que es justamente aquello de lo que carece. El coronavirus se inserta en una estrategia que ya se venía desarrollando con el profuso lobby contra las sanciones estadounidenses, y la línea consiste en ocultar la emergencia crónica con la nueva. Como de costumbre, Maduro salta al tablero internacional antes de ceder en una inevitable negociación interna. Y obtuvo una respuesta rápida e inequívoca de Estados Unidos. Más presión. Por varios costados.
“El coronavirus se inserta en una estrategia que ya se venía desarrollando con el profuso lobby contra las sanciones estadounidenses, y la línea consiste en ocultar la emergencia crónica con la nueva”
Y ahí está la presión. Hay que recordar algo: Lo que está hoy en la mesa es la aceleración de un proceso de negociación que lleva años, como es normal en procesos como este. Hay una propuesta y muchas configuraciones institucionales y políticas posibles para adelantar la solución política. En sus distintas encarnaciones, la cuestión central de un acuerdo político sigue siendo la misma: La alternabilidad, o las condiciones para que sea posible la alternabilidad en el poder y de que otros proyectos políticos tengan la oportunidad de ofrecer al país otro curso vital. Son realmente lamentables las apelaciones a la soberanía y a la “solución entre venezolanos”, cuando simultáneamente las señales que se envían son el ahogamiento de la soberanía popular y su desprecio por la solución negociada.
Nadie sabe hoy cómo va a evolucionar el virus en Venezuela, sumida en la ignorancia por el hermetismo y la censura oficial, pero todos sabemos las consecuencias que ya hoy están configurándose. Y aunque en esta etapa de contención de la epidemia los reflejos de control exhibidos por el gobierno de Maduro funcionarán, los costos que ya está cobrando el colapso del mercado petrolero hacen vislumbrar un descenso a algún otro círculo infernal. Venezuela quedó reducida a ser una diminuta provincia petrolera de Rusia, en una condición extrema de vulnerabilidad. El “día después” ya llegó, con escasez, más hiperinflación, y sin gasolina.
El coronavirus forma parte del problema pero también de la solución. La experiencia, histórica y actual, muestra que las catástrofes suelen ser utilizadas por las autocracias para fortalecerse. Pero pueden también, paradójicamente, significar una revalorización de todo aquello que, en la vida humana, no es mera supervivencia, y veamos una mejor defensa de las instituciones democráticas globales. Es posible que el gobierno de Maduro aún se comporte como si pudiera monopolizar la atención a la emergencia, y procurarse una ganancia política reputacional, pero sabe que eso no es cierto. Es inevitable que se produzca algún grado de cooperación tanto con los organismos internacionales como con las organizaciones locales directamente involucradas con la atención humanitaria y la defensa de Derechos Humanos que ya han hecho circular una propuesta detallada, dirigida a todos los sectores políticos.
“Si no hay un horizonte en que se vislumbre la solución política, los esfuerzos humanitarios se desvanecerán en la propaganda oficial”
No hay un dilema entre la atención humanitaria y la solución política. Esas instancias de cooperación tienen que prolongarse en la dimensión política para bajar los costos de la negociación de la propuesta de transición. Si no hay conversación humanitaria, centrada en la emergencia, no es posible que haya una conversación que aborde la solución política. Y al revés: Si no hay un horizonte en que se vislumbre la solución política, los esfuerzos humanitarios se desvanecerán en la propaganda oficial.
O el escenario inercial. Ciertamente, es posible que la situación se proyecte inercialmente. Que el gobierno de Maduro apueste a que puede controlar la situación aguda sin ceder en nada, mientras busca alternativas de financiamiento exhibiendo su “éxito” epidemiológico. Que otros actores apuesten a que el caos tendrá la última palabra y las solas presiones externas harán su magia. Mi opinión: Eso es matar al cisne negro. Un conjunto de circunstancias hoy favorecen romper la inercia política y existencial. La trayectoria puede cambiar.
Que no es un cisne negro, insiste el autor del “cisne negro”. Nada de eso, dice Nassim Nicholas Taleb. La pandemia no es un acontecimiento singular o impredecible; es al contrario un cisne blanco, casi que predicho, por no decir profetizado, desde hace varios años, gracias a las experiencias anteriores. Pero nadie se tomó el trabajo de verlo en medio de tanto cisne blanco.