En la aldea
08 diciembre 2024

Entrevista con un político de la época colonial (y III)

Los derechos adquiridos por los descendientes de los conquistadores durante tres siglos, no los van a entregar los “padres de familia” convertidos en próceres sino solo cuando la guerra y la participación popular los obliguen. Es entonces cuando los venezolanos comenzamos a caminar en la cuerda floja de la política… Políticos a juro, señorones que hacen de la necesidad virtud y que adornados con ella pasan a la posteridad.

Lee y comparte
Elías Pino Iturrieta | 17 abril 2020
pólitico de la época colonial

-El miércoles le dejé un comentario pendiente, para hablar de la desaparición del reino de los “padres de familia”, es decir, de los mantuanos, en el comienzo de una fase de la política cuya existencia en la época colonial usted negaba, y que, me parece, sigue defendiendo en sus petrificadas opiniones.

-Yo no soy el petrificado, sino el preguntón que apenas observa cambios de superficie. Olvida Su Merced una pregunta esencial: ¿Quiénes hacen la llamada revolución de Independencia? Los “padres de familia”, hijo mío, y perdone que insista frente a usted en esa paternidad tan discutida, o tan oculta en los pliegues de la ignorancia del pasado histórico. Los mismos defensores de la Corona, los mismos favorecidos debido a la posesión de bienes y esclavitudes, los mismos señores del Cabildo colonial, se convierten en gestores de un cambio de proporciones dramáticas. ¿No le parece curioso, o insólito, que los señorones se empeñen en sancochar a su vieja y mimada gallina de los huevos de oro, en quemar sus pelucas y sus pergaminos?

-Pero eso puede significar que ahora aparece la primera generación de políticos venezolanos, capaz de darle la vuelta a la tortilla para bien del resto de la sociedad.

-La política de entonces no se hace en Venezuela, sino en la España invadida por Napoleón, gobernada por una dinastía decadente y encendida en revueltas populares. Así las cosas, a los “padres de familia” no les queda más remedio que inventarse o estrenarse como políticos, o sea, devanarse los sesos para hacer cosas que jamás habían hecho, para aprovechase de la situación. Le aconsejo que considere ese matiz, que no es insignificante. Políticos a juro, señorones que hacen de la necesidad virtud y que adornados con ella pasan a la posteridad.

-Pero que cambian las cosas, en definitiva.

-Tal vez. Los mantuanos de 1810 no están locos, sino redondamente cuerdos. No les falta ningún tornillo el 19 de abril de 1810, ni el 5 de julio de 1811. Son la gente más prudente del mundo, se lo dice quien compartió sus vicisitudes, se lo dice uno de ellos o uno de sus antecesores, o uno de sus herederos. Ahora bien, si les otorgamos el beneficio de la sensatez debemos pensar en que solo querían desprenderse de una parte de sus privilegios y de sus inmunidades. No solo les espantaba la guillotina, no solo temblaban ante los ecos de las arengas de Robespierre, sino especialmente ante la posibilidad de que el pueblo desconociera su paternidad y pusiera las cosas patas arriba. O que simplemente los pardos pretendieran ser iguales a ellos, a los amos impuestos por la Divina Providencia y por las tradiciones del Reino.

-Concluimos así en que comenzamos a hacer política en Venezuela por motivos provenientes de la decadencia colonial, que coloca a los venezolanos en el centro de los espacios públicos.

-¡Bingo!, como dicen ustedes en sus días, pero con paso cauto para evitar que un tramo fundamental de la historia de Venezuela caiga en el tarro de la basura, en este caso los derechos adquiridos por los descendientes de los conquistadores durante tres siglos. No los van a entregar los “padres de familia” convertidos en próceres sino solo cuando la guerra y la participación popular los obliguen. Es entonces cuando los venezolanos comenzamos a caminar en la cuerda floja de la política. Pero en muchas ocasiones, como la que venimos comentando, sin red de protección.

-Me voy con más claridad, amigo político de tiempos coloniales. Que Dios y el Rey lo premien por su colaboración.

Lee y comparte
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
Más de Opinión