A Alberto Barrera Tyszka la cuarentena por el coronavirus lo agarró en la capital mexicana. Pero ni la temida pandemia, ni la distancia geográfica lo desconecta de la cada vez más dramática y desconcertante realidad venezolana. No es poca cosa, sin apenas tiempo para asimilarlo, el país pasa del “macutazo” a la noticia sobre la salida de Venezuela de DirecTV, al reparto de agua potable en unos camiones cisterna o a la espera de unos buques provenientes de Irán para, con suerte, mucha paciencia y unos cuantos dólares, poder comprar gasolina.
Desde los inicios de la “revolución bolivariana”, el escritor venezolano ha diseccionado el discurso y las estrategias seguidas por Hugo Chávez, primero, y ahora por sus herederos. Y es que no se puede entender lo que hoy pasa en Venezuela sin mirar a ese pasado inmediato: “Chávez les dejó a sus herederos dos claves que, usadas sin pudor, son fundamentales para mantener la revolución: La mentira y la violencia. Es muy difícil enfrentar a un adversario así”, resume el autor de celebradas novelas como La enfermedad y Patria o Muerte, entre otras.
Con igual precisión Barrera Tyszka también dibuja la encrucijada en la que está la oposición venezolana, se detiene en algunos de los errores y tentaciones cometidos por la oposición en los últimos meses y lanza una advertencia: “Todavía hay un liderazgo que cree que el conflicto del país tiene una salida fácil e inmediata”.
-Veinte años después, parece que estamos en el punto cero, ¿por qué a la oposición le ha costado definir una estrategia para enfrentar al chavismo?
-Creo que la causa principal está en el chavismo mismo no en la oposición. El chavismo, desde su génesis, fue un proyecto con vocación autoritaria, profundamente antidemocrático. Durante un tiempo, mientras le convino, utilizó las ceremonias y los procedimientos formales de la democracia (la independencia institucional, la libertad de expresión, las elecciones) pero después, apenas se puso en riesgo su permanencia en el poder, las ha socavado, ocupado o eliminado. Chávez les dejó a sus herederos dos claves que, usadas sin pudor, son fundamentales para mantener la revolución: La mentira y la violencia. Es muy difícil enfrentar a un adversario así. Cuesta mucho. Obviamente que la oposición tiene problemas, y que durante estos veinte años ha cometido bastantes errores, pero sin duda que el punto central reside en el chavismo, en este tipo de tiranías modernas, en su perversa capacidad de ejercer el mal queriendo aparentar que hacen el bien.
-¿Cómo ve el liderazgo de Juan Guaidó?
-En este momento, sin duda, da la impresión de ser un liderazgo agotado. Esto tiene que ver con varias cosas: Con la propia estrategia de desgaste que siempre aplica el chavismo; con los ensayos patéticos de la Operación Gedeón y de la Operación Libertaddel 30 de abril de 2019; con la estrategia equivocada de asociar su programa a (Donald) Trump y a sus amenazas de una posible invasión; con la falta de transparencia en el manejo de recursos. Pero, además, la legitimidad de este gobierno interino de Guaidó se sostiene en el apoyo internacional que -a su vez- se sustenta en la condición institucional de ser presidente de la Asamblea Nacional. Ahora, entre el coronavirus y el requerimiento de unas nuevas elecciones parlamentarias, su liderazgo se complica aún más. Aquí hay un tema de facto, que va más allá de todos los esfuerzos y sacrificios que honesta y valientemente ha hecho Guaidó: Pasaron dos años y la usurpación sigue ahí. Ahora, más bien, la usurpación le está poniendo fin a lo poco que nos quedaba de democracia.
-En sus artículos usted ha destacado que los errores de la oposición han contribuido con el naufragio que padecemos, ¿podría señalar los que considere más determinantes?
-No sé si son los más determinantes, pero a mí no dejan de sorprenderme: Uno, la subestimación del oficialismo. Tenemos una dirigencia que, en varias oportunidades, se ha visto desbordada por una contra reacción del chavismo. Es como si no hubiera capacidad de pensar y planificar la acción política un poco más allá del corto plazo. El triunfalismo tras la magnífica victoria parlamentaria del 2015 puede ser un buen ejemplo. Mientras la oposición celebraba, el chavismo pensó, organizó y ejecutó la toma y la ocupación del Tribunal Supremo de Justicia. Todavía hoy estamos padeciendo las consecuencias de esto. Creo que otro error, que no comparte toda la dirigencia, pero sí un sector importante, tiene que ver con una visión poco compleja del país y de la historia. Todavía hay un liderazgo que cree que el conflicto del país tiene una salida fácil e inmediata. Que hay algo o alguien, una insurrección popular, una sublevación militar, una invasión gringa que puede llegar y resolver el problema en dos días. Piensan que nuestra realidad puede cambiar con un toque del interruptor de esa manera. Que se puede expulsar al chavismo de la historia y regresar -de alguna forma- a un supuesto pasado idílico. Es una fantasía tentadora pero irreal. Y hay un liderazgo opositor que lleva años empeñados en distribuirla, en venderle al país que salir de esto puede ser rápido y fácil. Que solo es cuestión de voluntad.
Un tercer error, que tampoco quisiera generalizar pero que creo que ha estado presente muchas veces, es la desconexión del liderazgo con los sectores populares, con las tragedias, los problemas, las necesidades y los anhelos, de las grandes mayorías del país. La falta de conocimiento de cómo son, cómo viven, cómo se comunican, cuáles son sus códigos. Esto por supuesto también hay que matizarlo porque vivimos bajo el dominio de un Estado que persigue a los políticos de oposición y a los líderes sociales, que impide sus movimientos, que reprime sus acciones. Sin embargo, aun así, pienso que esta falta de articulación es un elemento determinante.
-Hace poco señaló que las últimas circunstancias han desnudado la virtualidad del Gobierno interino, pero discursivamente también hay una ausencia, ¿a qué cree que se debe esta falta de ideas en la comunicación?
-Chávez tenía mucha conciencia de la importancia de la comunicación, de los medios. Y además tenía talento, sabía usarlos. De hecho, creó un nuevo lenguaje, se lo impuso a la sociedad, y construyó un sistema de medios que todavía funciona. La oposición siempre se preocupó poco por esto. O tal vez sobreestimó su propia capacidad, pensó que sabía hacerlo, que no era importante detenerse en eso. Pero ahora todo es distinto. Entre otras cosas porque no hay medios. Ahora el problema no es solo de ideas sino de canales, de flujo de información y de comunicación. Ahora el chavismo no tiene ideas. Apenas repite una retórica gastada, que ya no dice nada. O peor: Puede decir lo que sea y a nadie le importa, no tiene consecuencias. Ahora, en el discurso político en Venezuela, sea del bando que sea, no hay algo novedoso, algo que sorprenda, que produzca fe o esperanza.
-En su último artículo en The New York Times dijo que los partidos opositores están entre la Constitución y la pared. ¿Hay salidas alternativas al paredón?, ¿cómo ve los meses por venir?
-Lo que trataba de decir es que las parlamentarias parecen ineludibles, forman parte de la estrategia del oficialismo, por supuesto, pero también forman parte de una realidad institucional, sobre la que descansa la legitimidad de Guaidó y el apoyo internacional a la lucha democrática en Venezuela. Cuando se realicen ¿qué va a pasar?, ¿qué hará la oposición?, ¿qué puede hacer la comunidad internacional? De hecho, ya ahora el país va a entrar en ese dilema. El oficialismo ha seguido su lógica de siempre y ahora es el momento del “contraataque”. Ahora pretende ampararse en la legalidad y consolidar una oposición y una democracia a su medida. Para eso tienen a sus sicarios: Luis Parra, Timoteo Zambrano, Claudio Fermín, Felipe Mujica, son unos extras en la película, es cierto, pero están dispuestos a disparar y a liquidar las posibilidades de que haya elecciones libres y equilibradas en Venezuela. Ya hicieron su jugada esta semana con el Tribunal Supremo de Justicia. ¿Cuál es el próximo paso?, ¿y qué va a hacer entonces la dirigencia de la oposición y la comunidad internacional? Creo que eso es parte del debate.
-¿Cuando usted dice que los políticos viven en su propia guerra y que deben regresar a la víctimas, no soslaya la imposibilidad de llegar a acuerdos con el chavismo?
-Hay formas de hacer acuerdos que garanticen que la ayuda humanitaria llegue a las víctimas. Para eso existen organismos internacionales e instituciones que pueden llevar adelante los acuerdos, controlando y vigilando las acciones conjuntas. Aquí lo que hay que pensar es que, a pesar de conocer la naturaleza tramposa y oportunista del chavismo, la oposición está obligada política y moralmente a luchar por la vida de los venezolanos. De eso se trata.
Hay que entender estos procesos de manera más compleja. La reacción de (Antonio) Ledezma, por ejemplo, es de una demagogia sorprendente. Le reclama a Guaidó que más bien realice un acuerdo con la DEA para que “se lleve” a Maduro y a su casta. Es una manera de rebajar la política a un nivel de infantilismo absurdo. Ledezma sabe perfectamente que eso es imposible. Pero prefiere distribuir esa ficción y tener aplausos en Twitter. En las redes sociales la realidad se simplifica y hay quienes pretenden resolver todo con un esquematismo ridículo. De pronto uno lee a supuestos liberales proponiendo tesis maoistas: Quieren que “se agudicen las contradicciones”. El país es mucho más complejo. Nuestra historia no cabe en un tuit. Yo sigo pensando que la única salida es la negociación. Y no porque me parezca ideal, fácil, entretenida. No. Tenemos que negociar porque no hay otra alternativa.
-¿El estilo pendenciero y provocador de Donald Trump no se le asemeja a las estrategias que usaba Chávez?, ¿qué valoración hace del personaje?
-Trump me parece un monumento a la ignorancia, al desdén por los otros, y al irrespeto de las formas. Todos los líderes populistas con una gran pulsión autoritaria se parecen: Llámense Chávez, Trump, Maduro o (Jair) Bolsonaro. Con respecto a Venezuela Trump ha actuado de manera irresponsable y cínica. Ha jugado con la posibilidad de una invasión, ha frivolizado la guerra y también la política internacional. Es errático y -también como Chávez- impredecible. Ahora tiene bastantes problemas en su propio país y su prioridad, por supuesto, es su reelección. En ese sentido, usará a Venezuela o no según le convenga en ese contexto. Creo que fue un error asociar el desenlace de la crisis del país a la figura de Trump. Esa fue solo otra fantasía precoz.
-Hace unos años me dijo en una entrevista que Maduro era “un personaje para la tragedia”, ¿sigue pensando lo mismo?
-Yo decía que Nicolás Maduro tenía un destino trágico. Y ciertamente es así. Asumió la presidencia del país para hacerse cargo del fracaso de Chávez, para figurar como culpable y mantener a salvo el mito. Desde el principio, dejó claro que estaba dispuesto a todo: “No me importa que me llamen dictador”, dijo. Y ciertamente no le importa. Ha actuado como tal. Basta ver las cifras del informe de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU: En 2 años el FAES (Fuerzas de Acciones Especiales) realizó más de 8 mil ejecuciones extrajudiciales. Maduro se ha graduado de dictador con honores. Quienes han manejado el poder en Venezuela en estos años no pueden borrar estas estadísticas, tantos casos de abusos, ilegalidades, violencias. Pueden detener a periodistas, pero no pueden encarcelar las noticias. Esta realidad que a veces parece una marea opaca de informaciones y denuncias, algún día será un retrato implacable y aterrador. Nicolás Maduro y su equipo jamás podrán escapar de esta historia.