Nicolás Maduro envió sus fraternales felicitaciones al dictador Lukashenko por su “inobjetable victoria” en la que el “pueblo belarus expresa su lealtad” para “garantizar su desarrollo integral, la prosperidad, el mantenimiento de la paz y la seguridad”. Además de este catálogo de valores iliberales, que enfatiza la lealtad, es decir, el vínculo emocional con el poder, a cambio de orden y seguridad, el comunicado venezolano expresa su disposición a “continuar impulsando la consolidación del mundo pluripolar”, o, en otras palabras, fortalecer al club de los nuevos déspotas.
El comunicado viene doblado con la ironía que se desliza en el calificativo “inobjetable”. Es precisamente porque la victoria es objetable que se le felicita por ella. El abrazo viene porque se celebra el éxito de la anulación de la voluntad política de los ciudadanos, una hazaña que Lukashenko repite desde 1999 (dando por buena su primera elección de 1994, según la receta neodespótica de hacerse del poder democráticamente para nunca más soltarlo).
Todo este lenguaje tiene un efecto tenebroso, porque es como que se está creando una especie de esperanto o lingua franca de los dictadores vitalicios para legitimar una geopolítica de destrucción de la democracia liberal. Antes al menos fingían aferrarse a las formas y se vestían de demócratas. Hoy cambian las formas y sacan el ejército a la calle orgullosamente, legitimados por su desprecio a las libertades.
La oposición belarusa continuará movilizada sin duda, defendiendo el triunfo de Tikhanovskaia, quien ha llamado a la resistencia pacífica, y de quien se sospecha puede estar detenida. La pregunta que hay que hacerse es hasta qué punto está organizado el movimiento para llevar adelante una estrategia de ese tipo, enfrentando a la represión que ya despliega el régimen, con alguna ayuda rusa. Lukashenko subestimó, permitiéndole presentarse a las elecciones, al “elemento mujeril” -las dos figuras clave en la campaña de Tikhanovskaia son mujeres- y a la oferta política de ésta, que se resumía en un verdadero desafío: De ganar, quedarían libres los presos políticos y se organizaría una nueva elección libre en seis meses. No era gobernar lo que pretendía Svetlana Tikhanovskaia, sino irrumpir en la placidez del dictador.
Resultó ser un ingrediente inesperado en la receta de Lukashenko para reelegirse. Una receta que conocíamos parcialmente los venezolanos pero que ahora padecemos en su forma clásica. Por primera vez entre nosotros, el régimen no solo controla íntegramente el proceso electoral y lo moldea a su conveniencia sino que selecciona a los candidatos que participarán en él.
Lo que tiene de relevante la elección de diciembre es que su objetivo no es (solo) recuperar la Asamblea Nacional, sino acabar con la oposición e inaugurar un nuevo ciclo político alineando al régimen venezolano, de manera explícita (no ya solamente por la vía de complicidades y negocios) con el bloque de los iliberalismos que combaten contra la democracia.
Esto no sorprende como proyecto. Lo que sorprende es que los esfuerzos de la oposición por fracturar la cohesión del régimen hayan terminado por dividirla y romperla. El intangible de la oposición en un contexto autoritario, según muestra la experiencia histórica, es la unidad. No es su arrojo, su popularidad, su astucia o la fuerza de sus aliados, sino su capacidad de adoptar unitariamente un mismo curso estratégico que ofrezca un futuro distinto y discernible para el público.
La unión de los liderazgos -de todos, no solo de los políticos- no precede a la estrategia, sino que, por el contrario, la estrategia es lo que une y motoriza a la coalición. La campaña de Tikhanovskaia nos enseña mucho: Su objetivo estratégico fue procurar el cambio evitando la natural pugna por el poder dentro de las fuerzas opositoras. Aunque de hecho nos enseña lo que ya sabemos: El Pacto de Puntofijo tuvo el mismo propósito de consolidar el cambio democrático postergando el conflicto interpartidista e involucrando a actores no políticos en el esfuerzo constructivo y en el diseño político. No hay que ir tan lejos.