En la aldea
29 marzo 2024

Un pueblo a solas sin políticos

Una adecuada observación del panorama, llevada a cabo como asunto de rutina y sin necesidad de microscopio, hubiera conducido a los líderes a una anticipación de los disturbios y a encontrar la manera de dirigirlos, o de orientarlos, o de aprovecharse de ellos para propósitos expresamente políticos. Pero enjaulados en la trampa electoral de la usurpación, más pendientes de la ONU que de Yaritagua o de Pampanito, mantienen a Maduro y a sus acólitos en el centro de una escena que manejan a placer.

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Elías Pino Iturrieta | 04 octubre 2020

El capitán Cabello, quien no tiene un pelo de tonto, afirmó hace poco que las protestas de los últimos días se debían a la instigación de Primero Justicia y Voluntad Popular. Mintió, desde luego, pero debía divulgar una explicación que impidiera el descubrimiento de lo que de veras está pasando: Un enfrentamiento entre pueblo y dictadura. Ante la necesidad de tapar una realidad que enfrentaba a la “revolución” con los revolucionados, al poder popular con la multitud soberana, a los desposeídos con sus protectores, optó por la manida idea de la malevolencia de los líderes burgueses y pitiyanquis azuzando a la clientela. Producida por una fantasía de vuelo bajo, la interpretación facilita una observación distinta y contraria de la realidad que parece difícil de desmentir, pero que, a la vez, descubre el alejamiento del liderazgo de la oposición ante  las expectativas de la sociedad. El capitán nos pone ante una carambola de las más sencillas, aunque no pueda producir entusiasmo. Hablemos al respecto.

Primero, sobre la existencia de manifestaciones del pueblo en numerosos escenarios distribuidos en diversos puntos del mapa. La poca prensa confiable que puede circular, da cuenta de cómo han sucedido un centenar de erizamientos de origen local, en torno a cuyo desarrollo no se pueden establecer vínculos que los presenten como un hecho coherente o concatenado. Estamos ante expresiones dispersas, ante muestras dislocadas de inconformidad cuyo objetivo no es político, si se entiende por político en la desesperante situación del país, un designio cuyo propósito es la desestabilización o el derrocamiento de la usurpación. Tales metas requieren  una reflexión anterior sobre la salvaguarda del bien común, a través de la cual se divulguen consignas que lo promuevan y se demuestre la existencia de una disciplina capaz de convertirlo en meta accesible o, por lo menos, en motivación declarada expresamente. También necesitan un liderazgo que se pueda identificar, unas cabezas que sean la brújula de las conductas colectivas. Es evidente que ninguno de estos elementos ha estado presente en los curiosos disturbios.

Segundo, sobre lo que realmente quieren los protestantes. Estamos ante el planteamiento de reivindicaciones relacionadas con las solicitudes de la vida cotidiana, sin que en ningún caso se hayan propuesto, ni de lejos, ni en la más escueta de las octavillas, metas distintas a las perentorias de un pueblo sin los elementos básicos para un pasar medianamente llevadero. Se han levantado por la desaparición de la comida en los mercados, porque ni el agua ni la luz ni el gas llegan a las casas de sus familias; por las carencias sanitarias debido a las cuales se hace la muerte más familiar y más cercana, y por la falta de gasolina que produce la imposibilidad de solucionar entuertos simples o complicados que requieren movilización. Todas son preocupaciones legítimas que nadie puede desestimar, gritos que se deben escuchar, reclamos que no quieren esperar, pero, bajo ningún respecto, partes de un plan político que deba preocupar al régimen usurpador.

Tercero, sobre la fácil conclusión de la espiral conflictiva. Si estamos en lo cierto, el desenlace está a la vuelta de la esquina cuando los reclamantes puedan llenar sus pimpinas, sus bombonas y un poco de la cesta del mercado; cuando lleguen las cisternas y los abastecimientos. Que pueden y deben llegar, si el Gobierno siente que tiene la obligación de hacer los movimientos del caso para no aumentar su precariedad, o la repulsión que produce entre la gente sencilla; si entiende que lo simple se puede hacer complicado y lo que no fue político se puede volver demoledor, a menos que actúe con calculada perspicacia antes de que el precipicio sea una amenaza inminente y letal.

¿Por qué, ante unos hechos de traducción tan simple, el capitán Cabello habla de la presencia de partidos políticos en la médula de las turbaciones comarcales? Debido a que, cuando la dictadura ponga los parches del caso sin mayores quebraderos de cabeza, y con la ayuda de una represión que puede dosificar si no es realmente idiota, si entiende que puede acrecentar su reputación de verdugo al extralimitarse, no solo dirá que el Gobierno ha cumplido sus obligaciones con el pueblo sino  también que, de paso, ha derrotado otra vez a la oposición. Pero, por desdicha, la versión queda hecha polvo debido a que la oposición ha sido derrotada de antemano por su alejamiento de las vivencias populares, hasta el extremo de carecer de la posibilidad de pronosticar y promover movimientos rudimentarios como los que vienen sucediendo.

Una adecuada observación del panorama, llevada a cabo como asunto de rutina y sin necesidad de microscopio, hubiera conducido a los líderes a una anticipación de los disturbios y a encontrar la manera de dirigirlos, o de orientarlos, o de aprovecharse de ellos para propósitos expresamente políticos. Pero, ocupados de sus asuntos internos, encerrados en sus cenáculos, empeñados en desencuentros subalternos, enjaulados en la trampa electoral de la usurpación, más pendientes de la ONU que de Yaritagua o de Pampanito, más descabezados que nunca, interinos de verdad por su  vocación de aves de paso, mantienen a Maduro y a sus acólitos en el centro de una escena que manejan a placer.

¿Motivo principal? Uno muy simple, aunque espeluznante, que no sabemos por cuál razón excluyó de su explicación el capitán Cabello: Parece que los adversarios están empeñados en perder el juego por forfait.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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