En la aldea
19 abril 2024

Nicolás Maduro Guerra, candidato a la Asamblea Nacional.

Nicolasito o el estorbo de llevar el apellido Maduro

Algún asesor le debe haber advertido que se diferenciara de su papá por el bajísimo porcentaje de popularidad y aceptación que tiene en todo el país. Pero apenas abre la boca, el “junior” no logra disimular sus genes, esos que lo han llevado a danzar bajo una lluvia de dólares, hacer bonches en plena pandemia y meter preso a quienes le provoque. Sin embargo, este hijo de gato busca venderse ahora como el humilde hijo de un chofer y una secretaria, sin mencionar cuánto le produce la mina de oro que su papa le regaló.

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Redacción LGA | 24 noviembre 2020

Nicolás Maduro Guerra “Nicolasito” heredó, entre otras cosas, el mismo verbo de su padre, valga recordar sus destempladas amenazas al gobierno de Estados Unidos de llegar hasta la Casa Blanca que, según sus escasos conocimientos sobre cualquier cosa, estaba ubicada en Nueva York: “Si se diera el supuesto negado de mancillar el suelo patrio, los fusiles llegarían a Nueva York, señor Trump, llegaríamos y tomaríamos la Casa Blanca”. Asunto que sirvió para que todos se burlaran del “junior” solo por un ratico, porque lo que haga o diga el muchacho no tiene trascendencia alguna, lo que es la peor desgracia de cualquiera que aspire a ser un político incluso en las filas del PSUV.

Pero su salto a la mala fama ocurrió en 2015, con la histórica imagen de Nicolasito bailando bajo una lluvia de dólares en la boda del empresario sirio José Zalt Hazim, de quien solo se sabe que es propietario de una empresa de ropa, pero nada sobre cuáles negocios hace con el Gobierno ni a qué obedecen sus nexos íntimos con “el hijo de Maduro” (que es el mote que llevará de por vida Nicolasito), al extremo de que lo subieron como invitado estrella a la tarima exclusiva de los novios. Allí, mientras a Nicolasito le caían dólares en sus intentos por llevar el ritmo malamente, el empresario lo aplaudió sonriente.

Si bien el joven se ha definido como estudiante de música, el baile no parece ser su fuerte. En todo caso, esa era el área al que pensaba dedicarse antes de que la fortuna heredada le sonriera de manera contante y sonante.

El hijo de Maduro tenía nueve años cuando el chavismo inauguró. Una infancia seguramente marcada por ese “hombre nuevo” que se buscó instalar desde Miraflores donde su papá pasó de ser guardaespaldas a canciller, asunto que el muchachito entendió como debía y dedicó sus días de estudiante a aprobar las materias de milagro. Según el portal Poderopedia: “Maduro Guerra intentó ingresar en 2007 en el Instituto Universitario de Estudios Musicales, pero fracasó en su empeño por culpa de su promedio de notas”.

Pero a los 23 años tenía un título de Economista en la Unefa (controlada desde Miraflores) y un cargo que no tenía que ver en nada con su formación: Jefe del Cuerpo de Inspectores Especiales de la Presidencia de la República “creado en el marco de la Gran Misión Eficiencia o Nada”.

Aunque Nicolasito aseguró que había hecho un curso para tal labor, que había viajado por todo el país para entregarle a su papá Presidente un informe detallado de todos los problemas de cada región, pero poco o nada trascendió de los efectos reales de ese trabajo. Luego, dio un salto a la Dirección de la Escuela Nacional de Cine, de lo que tampoco existe una huella clara de su paso. Pero tan escandaloso fue su nombramiento que los diarios El Mundo de España y Clarín de Buenos Aires publicaron los diversos comentarios sarcásticos que el hecho generó en los cineastas y autores venezolanos: “La magia del cine da para todo”, se quejó el actor Roberto Lamarca; “El hijo de Maduro no sabe nada del Séptimo Arte. De lo que sí sabe es de robar cámara”, acotó el dramaturgo José Tomás Angola; “El colmo del desprecio y del cinismo”, resumió Héctor Manrique; “Imagino las clases: Cine de torturas, cine de propaganda, porno suave bolivariano, cine mudo”, ironizó Jonathan Jakubowicz, director y guionista.

Ya con tres detenidos en sus espaldas como el comisario Javier Gorriño (porque denunció una fiesta donde presuntamente se celebraba su cumpleaños en plena pandemia); y Rita Moralesy su esposo (porque ella le tomó una foto en una fiesta en Maracaibo). Nicolasito se asemeja a su padre hasta en la forma de resolver los problemas.

También es igualito a su papá cuando aspira a ser “electo”, bajo las normas a la medida del régimen, para entrar a la Asamblea Nacional como quien gana una batalla contra nadie, sin tropiezos. Igual a como extrae oro de una mina que, según circula en las filas del PSUV, le asignó su papá.

Pero sonriente, a todo color en pancartas enormes y carísimas, el hijo de Nicolás debuta cojeando en la política quitándose el apellido, probablemente porque algún asesor le dio la idea de eliminar eso que ahora luce como una carga, porque apenas lo acepta 15% del electorado. Entonces lo venden en un video de propaganda como “el hijo de un chofer y una secretaria”, con musiquita de fondo. Se ofrece como un chico bonachón que debuta en sociedad, aunque dice:

“Nuestra batalla es por la verdad (…) Con la verdad de que tenemos problemas graves, sí los tenemos, pero también hacemos entender que la derecha no puede ser la solución a esos problemas, la solución de los problemas de Venezuela pasan por la Revolución Bolivariana, pasa porque el chavismo tenga el poder político en Venezuela, pasa por el cambio que necesita la Asamblea Nacional, de la nada, a rescatar un verdadero Poder Legislativo que esté del lado de los intereses del pueblo”. 

Y es así, con un discurso tan distante de la realidad, que se lanza en la “arena electoral” con esos mismos atributos que han marcado toda la gestión de su padre.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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