En la aldea
12 diciembre 2024

Pelos de gato

Un nuevo “estado del disimulo”, como diría José Ignacio Cabrujas, parece haberse instalado en la red de medios públicos. En ella se ha desplegado un estilo de representar la política, que nada tiene que ver con lo que la revolución es capaz de hacer cuando se apagan las cámaras de televisión. Un compendio de lugares comunes que no logra convencer a la audiencia de que los “opositores” sean algo más que actores de reparto, en una representación que busca hacernos creer que estamos a las puertas de vivir, el próximo 6 de diciembre, una verdadera experiencia democrática.

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El Relator | 25 noviembre 2020

Acudir a la programación de Venezolana de Televisión (VTV) en las últimas semanas ha sido, para algunos venezolanos, una experiencia que pone al límite su capacidad de orientación. Y es que el canal del Estado se ha convertido, recientemente, en el faro de la tolerancia donde “todas” las corrientes políticas participan en la generación de contenidos, algo inédito en la historia revolucionaria.

Hablamos, por supuesto, de las transmisiones de los debates de los candidatos a diputados de la Asamblea Nacional (AN) que participarán el próximo 6 de diciembre, de la cobertura de los actos de campaña de (casi) “todo” el espectro político, así como de las animadas entrevistas que los anclas de VTV hacen de los “representantes” de la oposición.

Como han señalado otras tintas como la de Elías Pino Iturrieta, este nuevo estilo de difundir la política ocurre sin trascendencias, ni sobresaltos. Se evita tocar los temas que interesan a los ciudadanos, un compendio de lugares comunes que no logra convencer a la audiencia de que los “opositores” sean algo más que actores de reparto, en una representación que busca hacernos creer que estamos a las puertas de vivir, el próximo 6 de diciembre, una verdadera experiencia democrática.

De este modo, y sin proponérselo, VTV ha vuelto a la producción y difusión de materiales de ficción como hacía en el pasado, cuando desde sus pantallas se regalaba a los venezolanos telenovelas hechas en los estudios de Los Ruices o se apartaba la mejor franja horaria para la retransmisión de seriales norteamericanos, como “Remington Steele”, “Punky Brewster” o “Moonlighting”, por citar, junto con mi cédula, sólo algunas melancolías.

Acariciando al gato

Hay, sin embargo, en estos nuevos modales democráticos de los oficialistas, algo de farsa y joda que movería a la risa si no tuviera un trasfondo oscuro. Ver a Jorge Rodríguez, por mentar sólo un sobresalto, en formato gentil y tolerante, nos recuerda esa codificada escena de apertura de “El Padrino” (Coppola, 1972), donde el patriarca de los Corleone (Marlon Brando) acaricia en su regazo de un gato mientras calibra el verdadero valor de la vida humana en el mundo que lo rodea. El poder, en estado bruto y sin controles propios de una democracia, es siempre violento y peligroso, no importa si se presenta de manera doméstica y con un minino en su regazo, o coincidiendo amablemente con sus compañeros de debate en una transmisión por Venevisión.

Un nuevo “estado del disimulo”, como diría José Ignacio Cabrujas (“El Estado del disimulo”, 1987) parece haberse instalado en la red de medios públicos. En ella se ha desplegado un estilo de representar la política, que nada tiene que ver con lo que la revolución es capaz de hacer cuando se apagan las cámaras de televisión. Ningún gobierno, por más dictatorial que sea, asume con orgullo su vocación autoritaria, por eso urgen estas representaciones llenas de pelos de gato, cada vez que sus propias normas (la Constitución) los obliga a parecerse a una democracia.

Traduciendo a Nicolás Maduro

El pasado lunes 16 de noviembre, en medio del estupor que generó la difusión, en redes sociales, de un operativo de amedrentamiento de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) al productor agropecuario Américo Ledezma, el Fiscal impuesto por la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), Tarek William Saab, reconoció, entre reproches, que no sabía lo que pasaba con ese organismo policial, en una expresión de hartazgo de un alto funcionario que, por instantes, se sinceró al reconocer que no puede poner límites a esta organización.

Tarek William Saab no apareció en su acostumbrada rueda de prensa semanal y aunque indicó, en Twitter, que se había ordenado la detención de los funcionarios involucrados en el video, no ha vuelto a hablar sobre el espinoso tema.

La entrevista, en formato de “programa especial”, fue sacada de la página web del “canal de todos los venezolanos” (horas más tarde fue colgada por Saab en sus redes sociales) y sobre el tema de las FAES se impuso, nuevamente, un voraz silencio oficial, que no ha sido roto hasta el momento. Por su parte, Nicolás Maduro no abordó el asunto en su aparición al día siguiente y los “periodistas” de VTV han pasado por alto el escándalo, con la prudencia propia de quienes están acostumbrados a servir.

Así se abordan, nos consta, los temas delicados en revolución: O se elimina rápidamente al funcionario que rompe con el plan oficial o se le pone en el congelador mientras se calibra su lealtad, o se espera a un mejor momento para expulsarlo. Esta ha sido siempre la metodología, no es la primera vez que vemos como una ficha de la revolución cae en desgracia dentro de la nomenclatura roja.

La  indignación de Tarek, el pasado lunes, quedará en la memoria como una bocanada de realidad que rompió, por unos preciados segundos, el estado del disimulo de un gobierno que aspira a presentarse, antes de la jornada del 6D, como democrático, mientras sostiene en su regazo a un tierno gato.

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