Si juzgamos por la modorra de la campaña electoral, se puede vaticinar el fracaso de las supuestas elecciones que hoy se llevan a cabo. El culto Jorge ordenó una pesca de votantes casa por casa, y el capitán Cabello amenazó con quitar las bolsas del CLAP a quienes no concurrieran a las urnas. El operativo y la intimidación delatan el pronóstico, exhiben la desnudez de un oficialismo en la víspera de arar en el mar. Pero también la falta de reacciones de las facciones de la llamada oposición que acude a los comicios, y que podían sacar de las desafortunadas declaraciones un material para inflamar el ambiente.
Sobre todo la arenga de Cabello, un combustible de alto octanaje para el lucimiento de quienes compiten por los sufragios desde una curiosa y poco consistente otra orilla. Una conminación tan grosera pudo enriquecer el discurso de los nominados de “La Mesita”, no en balde se distinguen por su amistad con el oportunismo, pero se conformaron con un quite por chicuelinas. Una porción de adecos descarriados pudo hacer memoria de tiempos aguerridos y cabillas persuasivas, pero repartió algodón de azúcar. Pudo permitir florituras a la anomalía de los cofrades de origen evangélico que se estrenan mitineando el uso de citas bíblicas, que antes solo se oían en las iglesias y ahora hacen maravillas y curaciones balsámicas y apoteosis gregarias en la plaza pública. Mas tampoco, ni siquiera un salmo, ni siquiera un versículo de epístola, como si estuvieran ante un pecado venial que no merece las centellas del púlpito. Y ni hablar de las grandes contestaciones que pudieron ofrecer los candidatos copeyanos de última generación, mutadas en un silencio que debió resonar en las tumbas de Lorenzo Fernández y Patrocinio Peñuela.
El sosegado mar fue el adelanto de la calma chicha de hoy, preludio del desierto que no se pudo regar con búsquedas domiciliarias, ni al enarbolar un gigantesco bozal de arepa. Son la encuesta precisa, dígitos sin apelación. Solo que no importan mucho porque, si no funcionan los votantes, si hacen mutis por el foro, si se metieron debajo de la cama, si pierden la caja de los CLAP, se pueden abultar los votos. Nadie exagera cuando sospecha el engorde o el retoque de las mínimas pulsaciones que se hacen a estas horas en unas maquinitas que no fueron examinadas debidamente para saber si podían sumar con exactitud, con honradez, porque el proceso se ha organizado desde su origen para garantizar el continuismo de la usurpación. Que esta noche se multipliquen los apoyos no es otra cosa que un parto anunciado. Que la parcela yerma se convierta en pensil es un portento previsto. Y es aquí cuando empieza el calvario de la oposición que se mantuvo alejada del circo. O una nueva estación de su Vía Crucis, mejor dicho.
Los opositores de verdad hicieron bien en promover la abstención, porque se les invitaba a meter la cabeza en las fauces de un león hambriento y no son tan idiotas para hacer fila frente a la jaula abierta de la bestia, pero tal vez esa manifestación de sensatez no sea de carrera larga. Han respondido con una Consulta sobre el destino del país que haga las veces de una elección sin ser elección, con una caravana con facilidades de control remoto, con la seguridad de una reacción unánime; con una averiguación cuya respuesta se conoce de antemano debido a las nauseas que la usurpación provoca en el organismo de la abrumadora mayoría de los venezolanos, con invitaciones que necesitan un fuelle más ventoso. Más todavía, con un llamado que hasta ahora ha dependido del presidente encargado Juan Guaidó, quien no está en su mejor momento para concitar otra vez el entusiasmo de las multitudes. No se ve muy acompañado en la tarea. Puede ser que el líder alicaído saque fuerzas de flaquezas, llegando hasta las mayorías después de mover el agua de las cúpulas partidistas. Puede ser que las vanguardias acepten de nuevo convertirse en su muleta, y que bajen de su seno los clamores a la base de la sociedad, pero no parece un tiro al piso.
La rutina opresiva del régimen, que ofrece hoy una demostración palpable, no puede encontrar respuesta certera en la rutina de la oposición que ha desembocado en la idea de la consulta popular. Muy civilizada y ponderada, pero perfectamente previsible para una dictadura que hoy se apoderará de la Asamblea Nacional con toda la facilidad y con toda la falta de pudor que hay en el mundo. Muy republicana, por añadidura y para mayor adorno, si existiera república en Venezuela. Quizá sea la única respuesta que los líderes tengan a mano, la más cercana tabla de salvación, una más o menos práctica balsa por la falta de un navío trasatlántico, pero distinguida por la precariedad.
¿Puede imponerse ante la desfachatez de un régimen que hoy hizo lo que le pareció con el destino de las instituciones?, ¿no se puede pensar en otros medios de locomoción?, ¿va a salvaguardar la libertad y la vida de los dirigentes que sufren hoy capítulos de declive?, ¿va a hacer parrilla sin poner la carne en el asador?, ¿se tiene seguridad de que la Consulta es mandado hecho? No son preguntas retóricas. Debemos armar el rompecabezas a partir de mañana, en caso de que los pesimistas o los realistas de las alturas partidistas no se hayan adelantado al escribidor al plantearlo entre cuatro paredes.