La facción “radical” de la oposición venezolana, alineada en la plataforma Soy Venezuela y agrupada tras el liderazgo de María Corina Machado, ha podido mejorar sus números de aceptación o identificación en los últimos sondeos de opinión.
Aunque a primera vista las diferencias políticas con la oposición dominante no parecen tan hondas, y los reparos formulados al G4, si lo vemos bien, se ubican sobre todo en el terreno táctico, la fosa anímica entre estas tendencias, como en otras del cosmos de la sociedad democrática venezolana, es manifiesta.
Está surcada por desencuentros y malquerencias donde menudean las acusaciones mutuas, inscritas en la “letra chiquita” que traen consigo los vericuetos de la política y las relaciones personales. Entre otras variables, puede distinguirse, a la distancia, el prolongado pleito que ha protagonizado Acción Democrática con los sectores plutocráticos del país durante parte importante del siglo XX.
En muchos aspectos de su conducta pública frente a la dictadura chavista, Machado y su bloque político ha mantenido una actitud que debemos reconocer como íntegra, con una enorme carga moral, coherente con determinada prédica, negada de plano, sobre todo, a experimentar acercamientos con la acera enemiga en circunstancias desventajosas.
Esta postura categórica, junto a la situación desesperada que vive la población en los años de Maduro, han alimentado su perfil y fortalecido su nicho en los últimos meses.
Una oposición de nicho
El obstáculo que está encontrando María Corina Machado para colonizar el ánimo de la oposición venezolana se encuentra precisamente en esta circunstancia: Machado es la líder de un nicho opositor y parece decidida a quedarse atrincherada en esta posición.
Lidera un segmento social que se reproduce con fuerza entre la diáspora, con asiento en las clases altas, pero que también en estratos más humildes, y que se alimenta de una intransigencia anticomunista algo desproporcionada, muy similar a la que tiene lugar hoy en escenarios de alta polarización política en Europa y Norteamérica. Portadores de una rigidez interpretativa contraindicada para los escenarios de transición.
En términos generales, parece que María Corina Machado ha decidido interpretar históricamente, dar continuidad y actualizar el pensamiento de la derecha liberal venezolana, ubicado a un costado del Pacto de Puntofijo, y con unos intereses y unos objetivos pospuestos y vigentes. Para llevar a cabo tal objetivo, el primer paso ha sido problematizar y enfrentar decididamente a la izquierda como criterio político, en un momento en el cual sobran las razones para llevar adelante tal ejercicio.
Así las cosas, la métrica de la oposición radical, y de Machado en particular, en su desplazamiento dentro del cosmos de la sociedad democrática, parece tener un doble rasero. Crecen sus propios confines con ciudadanos desengañados, adoloridos y rabiosos, tendentes a prestarle oídos a proposiciones totalizadoras y costosas de no mucha factibilidad. Pero al mismo tiempo, aumenta el sobre aviso y el rechazo hacia su persona, su estilo y sus prescripciones en el resto de la topografía de la disidencia antichavista.
En este marco, en los dominios del campo político que le acompaña, Machado -y Diego Arria, y Antonio Ledezma– pone a la distancia los reparos de carácter prescriptivo que considera necesarios hacer al Gobierno interino. Siempre dejando que sea Juan Guaidó el que pague la cuenta.
Los “radicales” -como también los sectores moderados- no tienen interés en honrar un acuerdo unitario destinado a sacrificar, de momento, determinados horizontes en función de un interés compartido superior: Necesitan diferenciarse de los sectores dominantes actuales de la oposición venezolana, abonando terreno para un hipotético escenario de regreso a la democracia que le abra las puertas a la prédica que han venido desarrollando en la travesía del desierto actual.
Bajo este parámetro es que muchos de los articulistas, seguidores y operadores políticos de este campo de la disidencia invocan el derecho a disentir, reclaman espacio para iniciativas propias y guardan objeciones seleccionadas para Juan Guaidó de acuerdo a la circunstancia. Si las cosas cambian, ganó Venezuela. Si fracasamos, la culpa será de Guaidó.
Balas de salva
El diagnóstico de la plataforma Soy Venezuela, tradicionalmente interpretado como “radical” en los debates de opinión pública, no tiene demasiados elementos para ser interpretado como tal en el terreno de los hechos.
El discurso de los radicales es radical, pero su conducta y decisiones no lo son de forma particular. Hay un mandato producto de su discurso que ella no asume, porque es imposible asumirlo. Asumiendo como naturales las diferencias de enfoque, el proceder de Machado podría estar a estas alturas un poco más articulado, tener algún parámetro mínimo de corresponsabilidad, ser un deudor algo más elocuente de la causa de la unidad nacional y el objetivo compartido del rescate a la democracia. No hay manera de que esto ocurra. Hay un ruido interno en la relación personal de estos políticos que lo hace imposible. La unidad no es un objetivo; es un estorbo. La unidad es un chantaje, como lo ha afirmado la propia Machado.
La tesis de la coalición internacional para restaurar la libertad en el país, presumiblemente militar, expresada en instrumentos como la Responsabilidad de Proteger, o las cláusulas de la Convención de Palermo, no pasan de ser esbozos generales e hipótesis de conflicto con muy pocos adherentes en el terreno internacional.
No es cierto que un escenario de este tenor no se haya concretado porque la oposición dominante no lo ha querido, o lo ha impedido. Tampoco es particularmente cierto, por lo demás, que un escenario como está constituya en sí mismo una “solución”.
Si ElliottAbrams ya le formuló algunas precisiones a María Corina, y a todo el mundo le ha quedado claro que una intervención internacional no es un llamado a Domino’s Pizza, quizás sea momento de bajar los cañones en el tóxico debate interno que tiene lugar en la oposición, particularmente en las redes sociales. Aproximar visiones ahí donde sea posible, sin dejar de obrar con autonomía. Establecer alianzas en temas concretos. Identificar objetivos compartidos. Sobrellevar con madurez las diferencias. Compartir el costo en el gasto y el esfuerzo. Razonar y discrepar con lealtad.