En la aldea
25 abril 2024

La moribunda democracia (I Parte)

¿Qué elementos conllevan a que la clase gobernante se desligue de manera tan atroz de las verdaderas necesidades del pueblo? La democracia, esa bandera blanca que promete la libertad de las naciones, está rota. En nuestro continente latinoamericano la democracia ha servido para alimentar a sucesivas oleadas de “bandidos”, que utilizan el aparato económico como “caja chica” para sus propios intereses personales y políticos; mientras, las excusas y la corrupción alejan cada día más a los pueblos de un futuro prometedor y una educación de calidad.

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Arturo Rivero Rodríguez | 15 febrero 2021

El siguiente texto utiliza la primera persona y aseveraciones contundentes para colocar al lector en perspectiva de las distintas corrientes ideológicas y hechos históricos. Bajo ningún concepto debe interpretarse de este texto que su autor apoya la tesis de regímenes dictatoriales, ni la implantación del comunismo en el mundo.

Políticas económicas sólidas y de largo plazo, que conlleven a la generación de empleo, a la diversificación de la economía y logren el bienestar para la población. Una frase que contiene bases de lo que muchos consideran la solución para las economías latinoamericanas. Es lo que nos ha faltado. Lo que, por alguna razón, los economistas no se cansan de repetir y los gobernantes no terminan de hacer.

La falta de educación y de recursos, el bajo poder adquisitivo, así como la imposibilidad de planificar para el largo plazo han llevado a una creciente mayoría de la población a pensar y comportarse como hijos desatendidos de la clase gobernante. Las sociedades latinoamericanas, muchas aún con un gran componente rural y alienadas por su lejanía de los centros económicos de sus países, resuelven como pueden.

No pueden existir demasiados “centros económicos” en países con economías poco diversificadas, poco competitivas a nivel internacional. Puede decirse con confianza que en los países latinoamericanos, el centro económico más importante coincide con el mismo palacio de gobierno. La economía se despliega en su mayor esplendor en la ciudad capital -llámese Caracas, Buenos Aires o Ciudad de México-.

¿Qué elementos conllevan a que la clase gobernante se desligue de manera tan atroz de las verdaderas necesidades del pueblo?, ¿por qué profundizan déficits, desmejoran los servicios básicos ofrecidos a la población de manera irremediable, desatienden la educación y abandonan los hospitales?

Por otro lado, los economistas conocen la receta -el dos más dos son cuatro- que parece tan elemental: Políticas económicas sólidas y de largo plazo, que conlleven a la generación de empleo, a la diversificación de la economía y logren el bienestar para la población.

Si resulta que el objetivo es el bienestar de la población, pudiera decirse que entonces no hacen falta políticas económicas sólidas y de largo plazo. Para ello solo hace falta dinero. Dinero que permita aumentar la sensación de bienestar en la población. La tarea entonces se convierte en algo menos abstracto y más realizable.

Es cierto que unas políticas económicas sólidas llevarán, en el largo plazo, a una diversificación de la economía, que a su vez llevará a la creación de fuentes de empleo y que a su vez alimentará los cofres del Estado de una manera sostenible en el tiempo y que, en algún momento de la historia futura de nuestros países, permitirá tener hospitales bien equipados y aprovisionados, y escuelas grandes, bonitas, donde nuestra juventud pueda vislumbrar el futuro prometedor de cualquiera para quien simplemente no existe obstáculo alguno que impida lograr una meta.

El problema es que yo, ama de casa promedio, no tengo cómo alimentar a mis cuatro tripones, necesito harina, jamón y queso.

El problema es que yo, el gobernante, solo tengo cuatro o seis años para gobernar y desde que gané las elecciones ya tengo que empezar a planificar mi reelección, no tengo tiempo para tener impacto de largo plazo.

El problema es que yo, como economista, hablo un lenguaje lleno de tecnicismos que está alejado de la realidad del país, de sus gobernantes y de su población.

Si el problema es la inmediatez y, haciendo un acto de humildad, aceptando que nuestros países son ricos en papel, pero que no tienen la real capacidad de aprovechar y poner a buen uso esa riqueza, tenemos que aceptar que nuestras economías nunca irán por buen camino.

El personalismo se ha impuesto de manera tan perniciosa en nuestros países, que todos creen tener una solución -la solución-. No tiene que ser buena realmente, solo tiene que ser buena en papel, para asegurar una elección. Luego, las excusas vendrán. La corrupción, otro de nuestros males, se encargará de desaparecer la poca riqueza existente y dejará solo lo necesario para darle a la familia promedio una bolsa de comida, no un futuro prometedor ni una educación de calidad.

La democracia está enferma

Hay algo que suena a “roto” en el aparato. Ningún lector que haya llegado hasta este párrafo debería poder decir que no encuentra algo de sentido en todo lo anterior -hay algo que no huele bien-.

La democracia, esa bandera blanca que promete la libertad de las naciones, está rota. No sirve. En nuestro continente latinoamericano, la democracia ha servido para alimentar a sucesivas oleadas de “bandidos” que utilizan el aparato económico como “caja chica” para sus propios intereses personales y políticos.

El malestar creciente en nuestras naciones en los últimos 60 años ha sido causado en gran parte (énfasis en “gran parte”) por un mal entendido concepto de democracia, tanto por parte de los gobernantes como de la población.

“¿Por qué profundizan déficits, desmejoran los servicios básicos ofrecidos a la población de manera irremediable, desatienden la educación y abandonan los hospitales?”

Para garantizar políticas económicas sólidas y de largo plazo se necesita un plazo largo de gobierno que permita extender el horizonte de esas medidas económicas. Las políticas de los gobernantes democráticos latinoamericanos de los últimos 60 años no han sido todas malas. Ha habido muchos aciertos que no se concretizaron por falta de un plazo razonable para su realización.

Con un horizonte de gobierno más largo (no interminable), se elimina el componente electoral y se puede pensar en la política y en la economía. Reducir el gasto público, o mejor aún, optimizarlo, es una noción que se puede justificar cuando verdaderamente se tiene en mente una visión de largo plazo y el control de los poderes del Estado.

Control de los poderes del Estado y gobiernos de largo plazo suenan a tiranía, dictadura. Augusto Pinochet, la Junta Militar Argentina, Marcos Pérez Jiménez vienen a la mente. Injusticias, desapariciones, silencio, fascismo, muerte; ideología de derechas. Sacrilegio.

En la segunda parte, analizaremos cómo la ideología ha servido de trampa para la población latinoamericana.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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