En Venezuela una vez más se habla de buscar vías para ejercer presión contra el régimen de Nicolás Maduro, algo que cada uno interpreta a su manera, mientras se aproxima un nuevo trance electoral en medio del desmantelamiento sistemático de la democracia. Algunos esgrimen como argumento la necesidad de “reconquistar” espacios, otros que se intenta romper el juego impuesto por el régimen. Y así, como un tema secundario, poco a poco queda de lado que el sistema electoral ha sido pervertido y que incluso ahora, cuando la Asamblea Nacional electa de forma viciada en diciembre quiere darle un nuevo barniz, se apunta a la constitución de un nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE) ideal para ingenuos.
Si bien es verdad que una mirada global a los seleccionados para integrar el CNE arroja un mejor rostro a lo que ha sido el organismo comicial en los últimos 17 años, no es posible pensar que se trata de un Consejo Nacional Electoral con el equilibrio que demanda la historia. Aunque algunos ciudadanos han apostado su nombre y su prestigio para intentar “conquistar” espacios en el CNE, algo que merece ser reconocido y aplaudido, su sola presencia en la directiva no es una garantía de que se podrá avanzar en la dirección que el país demanda.
Dos décadas de chavismo en Venezuela muestran que la cartografía del nuevo CNE no es fortuita, y que esta aparente robustez opositora responde más a la necesidad del régimen de lavarse la cara ante el mundo que a la capacidad real de acción de los nuevos integrantes donde alguno, por más que siga bajo el rótulo de “opositor”, bastantes saltos han dado ya entre las filas partidistas lo debería despertar, por lo menos, suspicacia.
Es precisamente esta estirpe de opositores la que le dio vida a la Asamblea Nacional que hoy preside Jorge Rodríguez y, de alguna manera, la que también ha permitido, a casi tres años de “la elección” con la que Nicolás Maduro asumió un segundo mandato considerado ilegítimo por al menos unas 50 naciones, que él siga en el poder como si nada.
Quienes intentan asumir la noticia de los nuevos integrantes del CNE como un gran éxito y se niegan a mirar los entretelones del tema pudieran ser los mismos que alimentan los mensajes cruzados acerca de la ruta a seguir, añadiendo sombras a lo oscuro, sin que el ciudadano logre identificar el camino. Y todo ocurre bajo los ropajes que han permitido las idas y venidas del régimen a favor de corromper los símbolos y colores partidistas, que son enarbolados por facciones que alguna vez tuvieron un origen común, pero que ahora componen bandos enfrentados en el tablero estratégico del chavismo.
Así que aquello de garantizar la realización de elecciones presidenciales, parlamentarias, regionales y municipales, libres, justas y verificables parece desdibujarse con esta cortina de humo del CNE, quedando como un lema para Juan Guaidó y el núcleo central de las organizaciones políticas de oposición que tratan de relanzar su plataforma unitaria sin demasiado éxito debido al peso del desgaste, la pérdida de su capacidad de conexión con la gente y la falta de contundencia en sus mensajes.
Es tan repetitivo el cuadro que aburre y tanta la ausencia de guía que pasma. Es el mismo escenario de los últimos años, donde la desinformación crece, el tejido de base se debilita y las estrategias alternas a la del chavismo se desvanecen. La única diferencia es que hoy la necesidad de sobrevivir se potencia e impone, porque Venezuela en un país desesperado por acceso a vacunas y por intuir algún atisbo de recuperación económica, y quizá esas sean las variables que le alteren este juego cantado al chavismo que, al menos hoy, luce tranquilo moviendo las fichas en el tablero.