Es lamentable que el Bicentenario de la Batalla de Carabobo nos encuentre sumidos en una crisis terminal de la República. Aquello que iniciamos hace 200 años, hoy lo vemos desmoronarse.
El llamado “Ciclo Bicentenario” comprende un conjunto de hitos en nuestro proceso de convertirnos en República independiente ocurridos entre 1810 y 1830. La mayoría de ellos militares, seguramente idealizados, pero importantes dentro de la sangrienta cadena de eventos que desembocaron en nuestro nacimiento como nación.
Uno de esos acontecimientos fue la Batalla del Pantano de Vargas, ocurrida en lo que es hoy día el Departamento de Boyacá, en el centro-este de Colombia en 1819. A modo de resumen: El ejército de la Gran Colombia, al mando de Simón Bolívar, debía impedir a toda costa el paso a los realistas hacia Bogotá pero no las tenía todas consigo. Cuando la derrota lucía inminente, la audacia y el coraje de los patriotas y en particular del coronel Juan José Rondón (a quien se le atribuye la frase “todavía Rondón no ha peleado”), consiguieron revertir una situación adversa y lograr la victoria.
No fue casual que durante el Bicentenario de esa batalla en 2019, el gobierno de Maduro se apropiase del hito y lo recondujese hacia una interpretación contemporánea de su propia situación: Las cosas podían lucir mal para la revolución en ese momento, pero no estaban definitivamente perdidas y más bien se abría la oportunidad para una contraofensiva audaz. Ese era el marco de interpretación que el Pantano de Vargas podía brindar.
El 2019 fue un año de muchas amenazas creíbles contra Nicolás Maduro y la revolución: Un presidente norteamericano conservador e impredecible; un gobierno en Colombia que parecía seguir la línea del ex presidente Uribe; un aparente consenso en considerar a la revolución un problema para la región; el ascenso de Juan Guaidó; la crispación social y algunas dudas razonables sobre la lealtad de la Fuerzas Armadas hacia el Comandante en Jefe.
Si hubo un año en el que Maduro consideró la posibilidad de sufrir un ataque del imperio norteamericano, fue precisamente el 2019.
En la tarde del 25 de julio de ese año, se celebró un acto solemne en el Panteón Nacional para conmemorar los 200 años de la batalla que comentamos previamente. Fue allí cuando Maduro, frente al féretro de Bolívar y con presencia de las cabezas de los poderes del Estado y del Alto Mando Militar, hizo una petición sorprendente: Solicitó al Alto Mando Militar colombiano dar un golpe de Estado al presidente colombiano Iván Duque, en caso de que este diera la orden de atacar a Venezuela.
Tres días después y coincidiendo con el “natalicio” del ex presidente Hugo Chávez (28 de julio), Miguel Díaz-Canel llegaría a Caracas en un gesto, según la prensa oficial, de apoyo con la revolución bolivariana y en el marco de una reunión del Foro de Sao Paulo. En ese encuentro Maduro llegaría a decir, al lado del cubano, que Jesús Santrich e Iván Márquez, los históricos caudillos de las FARC, eran bienvenidos en Venezuela. ¿A razón de qué este comentario?
A principio de ese mes, el 2 de julio, Radio Caracol de Colombia había difundido una nota indicando que Santrich y Márquez, los históricos dirigentes de las FARC que habían suscrito los acuerdos de paz con el gobierno colombiano en el 2016, estaban desaparecidos y, posiblemente, escondidos en territorio venezolano. Su salida de Colombia y su posible “exilio” en Venezuela parecía confirmar la hipótesis que manejaban los especialistas: Los comandantes volverían a las armas. Un mes más tarde, el 29 de agosto del 2019, Santrich y Márquez confirmaban, desde paradero desconocido (¿desconocido?) lo que era un secreto a voces: El abandono de los tratados de paz del 2016.
El complejo 2019
El 2019 fue un año muy complejo para la revolución, y es muy posible que en ese tiempo se avanzara en propuestas concretas que tuvieron profundas consecuencias.
Proponemos una hipótesis: Ese año Maduro y el alto mando revolucionario podían tener sobradas razones para temer un ataque del “imperio” desde Colombia. Para conjurar esa posibilidad se plantearon un plan defensivo del oeste de nuestra frontera, una estrategia que incorporaría, sobre el terreno, al grupo de las FARC de Santrich y Márquez, en un proyecto de convertir el territorio venezolano, según sus propias consignas, en un segundo Vietnam.
La lógica de esa estrategia se funda en una idea audaz: Para responder a una invasión armada del imperio desde Colombia, se resiste y contraataca con las fuerzas militares leales a la revolución, con el pueblo venezolano en armas y con aliados guerrilleros en el propio territorio colombiano. La aspiración: Prepararse para una guerra de resistencia y desgaste en la frontera colombo-venezolana y elevar los costos de una invasión extranjera a cotas tan altas que el Alto Mando Militar colombiano tendría que impedirlo, incluso recurriendo a un golpe de Estado.
¿Resulta descabellado pensar que este plan se pusiera en marcha? Mucho de lo que aquí proponemos como interpretación de la historia reciente, no se basa en documentos desclasificados: son conjeturas que encuentran asidero en declaraciones públicas, gestos oficiales y claras coincidencias ideológicas en los principales actores políticos con poder en el 2019.
En plena escalada de las tensiones y en el momento de mayor paranoia para el alto mando revolucionario, coincidieron en territorio venezolano Santrich, Márquez, Díaz-Canel y, por supuesto, Nicolás Maduro Moros. ¿Se llegaron a reunir Maduro, Díaz-Canel, Santrich y Márquez?, de haberse sentado a dialogar, ¿es posible que se plantease esta estrategia de guerrillas para hacer frente a una agresión extranjera?, ¿el llamado “Escudo Bolivariano” nació en esos meses de julio y agosto de 2019?
Supongamos que la relación de Maduro con grupos irregulares colombianos (presuntamente de larga data) fue más allá de la retórica y de las afinidades ideológicas y alcanzó, aquel 2019, niveles de acuerdos concretos sobre el terreno. Es posible que se llevara a la práctica la creación de esa especie de tapón disuasivo en el área fronteriza que imbricaría las Fuerzas Armadas venezolanas con un sector de las FARC.
A cambio de esta protección, seguimos en el campo de las suposiciones, estos ejércitos mercenarios, enemigos del Estado colombiano y del imperio, podrían disponer de áreas de tolerancia para seguir con sus actividades.
Siguiendo con este razonamiento: Dos años después, en el 2021, llegaría el momento de honrar los acuerdos con los líderes históricos de las FARC, pero la situación habría cambiado: el grupo disidente comandado por “Gentil Duarte” -que nunca participó de los acuerdos de paz del 2016 y que no se consideran subordinados de Márquez y Santrich- se habrían consolidado en la zona sin mayores restricciones, y no estarían dispuestos a ceder el mando a la alianza entre Maduro y las FARC.
El régimen no podía permitir que la frontera estuviera en poder de una guerrilla díscola y refractaria a seguir la línea de los aliados de Maduro (Márquez y Santrich) y tenía que sacarlos de ese espacio para preservar la integridad defensiva del llamado “Escudo Bolivariano”. Miraflores calculó que el desalojo sería simple: se tenía el dominio del terreno, unas Fuerzas Armadas bien equipadas y entrenadas, una unidad cívico-militar blindada y un conocimiento estratégico aportado por sus aliados: las FARC de Márquez y Santrich.
¿Qué fue lo que ocurrió?
Al parecer, aquel grupo de las FARC mostró una capacidad de resistencia y ataque mucho mayor a lo esperado; el Vietnam que el régimen quería construir para contener una fuerza invasora colombo-norteamericana se instaló en nuestro territorio de manera autónoma, lo que llevó a las Fuerzas Armadas venezolanas a caer, paradójicamente, en una trampa que el régimen quería montar para contener una agresión imperial.
Este conflicto no ha sido sencillo y pareciera preludiar una confrontación que pudiera intensificarse y prolongarse en el tiempo. Los incidentes siembran preocupación por su letalidad y virulencia, sin que exista en la opinión pública venezolana un ambiente de solidaridad irrestricta y apoyo con los efectivos militares caídos en Apure.
Sea cual sea la motivación para enfrentar a ese grupo de las FARC en Apure, la operación ha expuesto a la Fuerzas Armadas a un combate real que ha mostrado, a nacionales y extranjeros, que somos una revolución armada, ¡Sí!, pero con problemas para manejar bien las armas y salvaguardar la integridad territorial, lo que pudiera ser un incentivo para la ofensiva de estos grupos irregulares.
Algunos analistas sostienen que una operación coordinada con el ejército colombiano resolvería el problema rápidamente; pero una acción como esa no luce probable dado el estado de las relaciones oficiales con nuestro vecino. El tiempo corre en nuestra contra: Mientras más se dilate esta situación, el grupo guerrillero crecerá en hombres, equipos y recursos, apuntalando una “vocación natural” de expandirse a otros puntos de la frontera.
En el 2019 se llevó a la práctica una alianza defensiva frente al imperio, un acuerdo con grupos irregulares atomizados y conflictivos, una trampa que hoy parece obrar contra las Fuerzas Armadas venezolanas.
Apure es una tierra hermosa, pero para nosotros pudiera convertirse en un pantano. No el de Vargas, sino en otro de funestas consecuencias.