Con la configuración semántica de una pregunta, resulta que la libre circulación de los sentimientos convierte la expresión del encabezado en una respuesta. Cuando la discusión acerca de los errores persistentes en la conducción política y la lucha contra la dictadura alcanzan niveles de irracionalidad, la crítica es repelida con la retadora expresión: Y tú, ¿qué propones? Es el modo que utilizan los defensores de la errática dirigencia política para desconocer la crítica y persistir en el dogma con el socorrido recurso de la negación.
Hubo un tiempo en que los líderes surgían para defender y conducir a sus seguidores, pero en estos días bizarros ocurre exactamente al revés. Desde las redes sociales, los defensores del liderazgo, responden a las críticas con esa pregunta. Y retan a los inconformes para que ofrezcan algo mejor a lo ya actuado. Esto tendría perfecto sentido si acaso los defensores estuvieran en condiciones de torcer la voluntad mil veces reafirmada como dogma. Se sigue haciendo lo mismo para enfrentar la dictadura, a pesar de repetirse los resultados deplorables una y otra vez. ¿Nunca llenaron un álbum y desconocen cómo se acumulan frustraciones con las barajitas repetidas? Luego invocarán la fe y la esperanza.
Y tú, ¿qué propones? Más parece un tapón de corcho en la boca de una botella, que la incitación a debatir algunas ideas. Una fórmula para escapar por las barandas y una expresión de impotencia pues hay un tácito reconocimiento de la necesidad de explorar otros caminos, aunque el dogma obliga a la fidelidad convenida con los líderes o con las fórmulas ya desgastadas.
Son las trampas que tiende la emocionalidad y se demuestra cuando alguien, retado por la quejosa pregunta, decide exponer un camino distinto. Es el momento para que aflore el sentimiento:
“Siento que no valoras los esfuerzos realizados”. “Siento que no tienes sensibilidad para asumir el dolor de los que más sufren”. “Siento que no logras controlar tus emociones”. Como la mejor defensa es el ataque, atacamos preguntando.
En el mejor de los casos, por allí se va el debate, diluido en acusaciones sobre culpas y sobre la carencia de “empatía”, otra palabreja de moda, llevada y traída para denunciar la monstruosidad de los insensibles. La acusación más severa es la que incluye la sentencia: “Sembradores de la desesperanza aprendida”, como si tal cosa no fuese enseñada, cada vez que se nos conduce a un callejón sin salida.
Los venezolanos llevamos muchos años atrapados en certezas aportadas por la sensibilidad tele-novelesca. Pero eso, poco o nada tiene que ver con la verdad impulsada desde la razón, como lo sugiere la Certeza Sensible mencionada por Hegel en su Fenomenología del Espíritu. Si los sentimientos pudieran fundar una línea de acción política adecuada, Delia Fiallo debería ser nuestro guía espiritual. O tal vez lo sea y aún no estamos enterados. Prueba de ello ha sido cómo el culebrón que estalló el 4 de febrero de 1992, nos mantiene encerrados entre razones fallidas y sentimientos que no encuentran ubicación.
El triunfo de los sentimientos y las emociones sobre la razón no es un fenómeno local. De hecho el mundo de hoy se mueve al compás de la cursilería y la emocionalidad narcisista. No por casualidad Cristiano Ronaldo mueve una mano en rueda de prensa y se derrumba el valor de las acciones de un gigante industrial. Probablemente la razón humana nunca ha sido suficiente ni lo será. Don Miguel de Unamuno lo advirtió hace ya bastante tiempo: Se puede vencer sin convencer. Es lo propio del chavismo, aunque la razón sea nuestra, igual vamos presos. Ni convencemos ni vencemos.
“¿Puede extrañar que miles de venezolanos en el exterior mueran de nostalgia inspirada por un país que nunca comprendieron pero sí lo sintieron? Porque nostalgia no es saber, para la nostalgia es suficiente la memoria”
Pero nuestro caso no deja de ser deplorable y calamitoso, capaz de romper records mundiales de sensiblería barata. Los golpistas del 4 de febrero echaron andar su cursilería patriotera y bastó un amenazante “por ahora” para que los sentimientos se desbordaran. He allí el primer capítulo de este culebrón inacabable.
Los siguientes capítulos del conmovedor drama venezolano, nos han mostrado el pugilato incesante de “los más sensibles”, empeñados en hallar la “verdadera interpretación” del sentir nacional. No se percatan de la severa advertencia formulada por Nuño: “Los sentimientos son intransferibles, como la cédula, como el dolor”. Eso les confiere una peligrosa e impolítica propiedad: atrapados, cada quien en sus sentimientos, nos convertimos en islas de un archipiélago emocional. Requerimos de especialistas en emociones y sentimientos. ¿Nos puede extrañar que miles de venezolanos en el exterior mueran de nostalgia inspirada por un país que nunca comprendieron pero si lo sintieron? Porque nostalgia no es saber y para la nostalgia es suficiente la memoria.
Y tú, ¿qué propones? Por lo pronto, impulsar la confluencia de razones y sentimientos. Razones nos sobran para rechazar el desmadre político que nos ha llevado a casi perder el país. Pero el chavismo ha demostrado sobradamente que puede vencer sin convencer, es decir, puede no tener razón pero igual se mantienen en el poder. Esto ocurre porque a falta de razones le sobra la ambición y la fuerza. En política, la razón no es suficiente, ni colocando muertos como testimonios de nuestra verdad. Se requiere añadir la emoción que aporta el sentimiento, se requiere el disparador emocional.
Razones y sentimientos nutren la fuerza que se necesita para derrotar la barbarie. El disparador emocional se puede configurar a partir de la posibilidad real de liberarse de Maduro y su pandilla. Una oferta, una estrategia creíble con ese contenido debe pensarse con cabeza fría la razón que daría impulso a la pasión. En todo caso, es poco probable que el llamado “sentir nacional” pueda sumarse a la causa democrática, convocado a través de barajitas repetidas. Las regionales asumidas solo como competencia por menguados cargos, apenas conmueve a los más obstinados. Por el contrario, la participación en estas adquiere sentido si pueden servir para acumular fuerza, un modo de aproximarse al disparador de ese escurridizo “sentimiento nacional”. Algo poco creíble sin una estrategia unitaria para la toma del poder.