América Latina no vive su mejor momento en cuanto a lo que se ha llamado la majestad presidencial. Los presidentes de antaño, buenos, malos o regulares, solían esforzarse por dar la impresión de que eran personas serias y conscientes del papel que les tocaba representar ante su país y ante el mundo. No podría decir en qué momento esa majestad se evaporó. De otros países no voy a decir lo que no sé, pero del mío, Venezuela, no cabe duda y ni los chavistas podrán negarlo, que esa cualidad desapareció desde el día en que Hugo Chávez se juramentó como presidente de la República en febrero de 1999. De Nicolás Maduro no podíamos esperar nada diferente ya que durante su interminable mandato se ha esforzado por imitar al predecesor. Lo que sucede es que las gracias no le salen iguales. Se comprueba con sus mínimos índices de popularidad.
Antes de concentrarnos en nuestro martirio nacional, veamos lo que sucede en México, un país cuasi potencia con casi 128 millones de habitantes. Su presidente Andrés Manuel López Obrador más conocido como AMLO, cada vez que se dirige a sus ciudadanos, cosa que hace con suma frecuencia, dice unos disparates que una no sabe si son para hacer reír o van en serio. Por ejemplo, en un video que circuló recientemente, comienza hablando de lo perjudicial que es la comida chatarra aunque es voluntario comerla, para continuar diciendo que en la conciencia de cada quien está no mentir, no robar, no traicionar, que eso ayuda mucho para que no dé el coronavirus. Una manera quizá de entender por qué México y otros países de este Continente lleno de gobernantes mentirosos y ladrones, haya sido tan golpeado por la pandemia.
De Jair Bolsonaro mejor ni hablar, no alcanzarían las cuartillas permitidas. De Pedro Castillo cuya presidencia muy al estilo peruano posmoderno, sigue en el limbo, no solo cabe destacar su promesa de expulsar a todos los extranjeros sino su franca admiración por el general golpista y comunistoide Juan Velasco Alvarado quien, como precursor del teniente coronel Hugo Chávez, arruinó a su país.
De ese señor que parece tan formal -siempre de saco, corbata y bien peinadito- llamado Alberto Fernández, presidente de Argentina por obra y gracia de Cristina Kirchner, también hay tela que cortar. Su última gracia por la que tuvo que disculparse y quedó peor, fue decir que los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva, mientras que los argentinos llegaron en los barcos.
Ahora regresemos a nuestro patio: El 4 de julio, cuando volaban sobre el cielo caraqueño aviones de combate de la poderosa y temible aviación militar y mientras Maduro se preparaba para anunciar al país, entre otras obras magnas, el ascenso de 30 generales de brigada y 20 contralmirantes, la transmisión en cadena nacional se interrumpió abruptamente.
Acostumbrados a que alguna iguana sea la causante de los cortes de luz quedamos atónitos cuando Maduro declaró que el presunto causante del desaguisado fue un gato. La noticia textual: “Cuando regresó al aire, el Presidente explicó que un gato habría sido el causante del corte, por lo que a manera de chiste lo llamó «el gato volador». Capturado el gato volador, que dañó la transmisión… ahora Human Right Watch pedirá que liberen al gato, dijo Maduro. Posteriormente recibió en vivo la fotografía del animal y la mostró a la pantalla vía streaming”.
No sé por cuál razón recordé aquella canción tan melosa y bonita de Roberto Carlos, pero cuya letra siempre me pareció absurda (algo que se acepta como una liberalidad de poetas y compositores): “Cuando era un chiquillo que alegría, jugando a la guerra noche y día, las rosas decían que eras mía y un gato me hacía compañía… El gato que está en nuestro cielo no va a volver a casa si no estás… El gato que está triste y azul nunca se olvida que fuiste mía…”. ¿Puede un gato estar triste, de color azul y además estar en el cielo de unos enamorados? Difícil creerlo, pero que se atreva a interrumpir una memorable alocución presidencial es ya como mucho.