Unos segundos de video lograron trasmutar la imagen de Daniel Ceballos de valiente preso político a baboso adulador de dictadores. En su grabación promocional, el ex alcalde de San Cristóbal (diciembre de 2013 – marzo de 2014) ensaya una especie de regionalismo retozón que mete en el mismo saco a un demócrata como Carlos Andrés Pérez y a tiranos como Castro, Gómez y Pérez Jiménez. Ya embalado, el joven Ceballos (Bailadores, estado Mérida, 1984), exhibe sin el menor recato sombras de su personalidad, como la insensibilidad, la ignorancia, la pereza intelectual y la mezquindad.
Se muestra despiadado cuando apela a las figuras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, tiranos cuya crueldad con quienes se le opusieron no tuvo límites (en su libro Los dictadores del siglo XX, Arthur Conte hace una caracterización de los mandones y escoge al de Michelena como ejemplo de “los sanguinarios”). Hace gala de su desinformación al afirmar que es de Pérez Jiménez «la visión más grande que ha tenido esta tierra»; bueno, tampoco se entiende muy bien a qué se refiere con eso de visión más grande, lo que sí sabemos es que la lista, con apenas la mención del nombre y la edad, de sus víctimas dio para un grueso “Libro negro de la dictadura”. Nos sorprende con su frivolidad al atribuirle «amor nacional» a Cipriano Castro, cuya figura se interna en las tinieblas de la historia por su personalismo, su estilo autocrático (reformó la Constitución para ser reelegido) y su amor, sí, al tesoro nacional, que manejó como propio. Pero todavía peor me parece la falta de precisión, por no decir ruindad, con que apela a Carlos Andrés Pérez, a quien solo le reconoce «capacidad para cambiar de opinión»; esto es tan fraudulento que llega a ser una mentira, por todo lo que oculta y adultera. En fin, muy grave.
Por asombroso que parezca, Daniel Ceballos contrató un publicista para que resaltara su desprecio por la historia de Venezuela y, sobre todo, por la tradición democrática que, pese a todo, hemos tenido y que hoy aspiramos con más fervor que nunca. Da la impresión de que hizo el siguiente cálculo: si Hugo Chávez llegó al poder no a pesar de su ignorancia y su rustiquez, sino precisamente por ellas (rasgos que encumbraron también a Trump), por qué me voy a molestar yo en echarles un vistazo a las memorias del Banco Central de Venezuela y del Ministerio de Hacienda, donde consta cuántas obras han construido las dictaduras y cuántas la democracia de Venezuela, por ejemplo; o por qué voy a repasar la historia del Táchira, donde podría tropezar con la ristra de crímenes de Eustoquio Gómez, hermano del paranoico cuchi, quien fue nombrado por este Presidente del Táchira para someter al estado a once años de terror.
Lo increíble es que al optar por el embeleso con tachirenses siniestros (y, desde luego, otros que no lo son), Ceballos olvidó a Ramón J. Velásquez (San Juan de Colón); al mártir Leonardo Ruiz Pineda (Rubio); al poeta Manuel Felipe Rugeles (San Cristóbal); al poeta Pío Gil, (La Sabana); al folklorista Luis Felipe Ramón y Rivera (San Cristóbal); al humanista don Tulio Chiossone (Rubio); a la poeta Blanca Graciela Arias de Caballero (La Grita); al médico y autor científico Raúl Soulés Baldó (San Cristóbal); al escritor Manuel Antonio Pulido Méndez (Rubio); al artista plástico Pedro León Zapata (La Grita), opositor a Chávez y víctima de las patanerías de este y a tantos…
Pero lo más incomprensible es que al remitirse a personalidades del pasado, Ceballos omite un hecho histórico de dimensiones titánicas, cual ha sido la perseverancia, resistencia y dignidad del pueblo tachirense ante la dictadura chavista, la ominosa sombra de Freddy Bernal, el humillante trasiego de los guerrilleros colombianos, convidados y mimados por Chávez, por Maduro y por los militares para sacrificar a los venezolanos. Pocos eventos e individuos de otras épocas tienen el perfil heroico de los tachirenses de estas dos décadas de horror; y lo más triste es que hasta el momento en que vimos el videíto malayo teníamos a Ceballos como hijo legítimo de ese lugar, que los venezolanos vemos con respeto reverencial.
Todo lo dicho, sin embargo, no es lo más relevante del video de las babas. Lo verdaderamente preocupante es que es expresión de otro cálculo no menos oportunista, según el cual los electores van a favorecer al hombre fuerte o, al menos, a quien los invoque. La operación de Ceballos consiste en zafarse del deber pedagógico que pesa sobre quien tenga una voz pública y optar por la promoción de la efigie tiránica, que como registran los anales y como hemos sufrido en carne propia, llegan con la bandera de las transformaciones radicales, pero una vez en el poder cambian por posturas conservadoras, eso sí, que les garanticen la continuidad de por vida. Ceballos no ignora esto, por supuesto. Sabe que los dictadores expropian, persiguen, torturan, encarcelan, empobrecen… pero también es consciente de que pueden despertar la simpatía del mismo pueblo al que exprimen y controlan.
En vez de colarse por la mínima hendija que ha permitido el tirano Maduro y usar la campaña electoral para decir lo que sabe y denunciar al régimen violador de derechos humanos; en vez de desmontar la vieja práctica de las dictaduras de repetir viejas mentiras, él las endosa; en vez de movilizar al castigado pueblo tachirense, para hablar en su nombre y, por lo menos, con la mitad de su estatura, Ceballos se apunta a la nefasta tendencia, observada por Dostoievski, de que el hombre siempre busca ante quien inclinarse.
En suma, en vez de convocar un frente común contra la tiranía, que es, por cierto, el único sentido de estas “campañas electorales”, Ceballos, el preso del chavismo, el militante del partido de Leopoldo López, el candidato de los tachirenses, graba un audiovisual para cantar su nostalgia de los mandones que salieron de esas montañas a hacerse del poder a plomo. Muy decepcionante, por decir lo menos.