Se supone que estamos en las cercanías de un proceso electoral, alrededor del cual debe moverse la opinión pública. Pero es apenas una suposición, pese a que el Consejo Nacional Electoral (CNE) ha anunciado la fecha de una elección de autoridades regionales con el respaldo de los rectores que en su seno representan a la oposición. También es una posibilidad, o más bien una necesidad, el hecho de que alrededor de los comicios circulen puntos de vista que conciernan a la generalidad de los ciudadanos, como suele suceder en eventos de tal naturaleza. Sin embargo, en esta Venezuela “revolucionaria” en vías de rectificación, o que se anuncia así, no hay manera de entender los asuntos de la alternabilidad republicana como habitualmente se entienden, o como los hemos entendido en el pasado reciente, situación que conduce a una insólita puesta en escena sobre cuyo desarrollo nadie puede estar seguro, y sobre cuya evolución no existe la posibilidad de opinar con propiedad.
Es cierto que la justa tiene fecha y que se deben estar preparando las cosas para su arranque. Es lo menos que podemos imaginar en medio de la extraña situación que presenciamos todos, o como consecuencia de las contadas e intermitentes noticias que ofrece el despacho electoral, pero la verdad es que carecemos de elementos concretos que puedan mover los pareceres o, más importante todavía, las ganas de involucrarse en la contienda. Nadie se puede entusiasmar ante la proximidad de un acontecimiento que los interesados no han querido proclamar con bombos y platillos, ni siquiera sus promotores del oficialismo que necesitan el apoyo de los votantes como el oxígeno para respirar. ¿O será que realmente no lo necesitan, o que pueden dejar esos vitales aires en remojo para una oportunidad más apremiante? No es una pregunta trivial, si consideramos el desgano de la convocatoria y las pocas veces que el CNE ha llamado la atención sobre un acontecimiento que debería ser vital para la salud de la sociedad y para el trabajo que le han encargado. Si nos detenemos en esta perezosa invitación, en este insistente escamoteo de datos imprescindibles, parece que a los escribidores no nos queda más remedio que opinar sobre el limbo desde el limbo.
Porque tampoco la oposición ofrece claridad. Seguramente la renuencia de una respuesta uniforme ante las próximas elecciones obedece a la desconfianza generada por el árbitro, o a la necesidad de no irse de bruces ante un reto harto opaco, o a las diferencias intestinas en torno a la escogencia de sus candidatos. Como este último punto produce una sensación de descoyuntamiento, se vuelve peliagudo fijar posición desde los terrenos del análisis. No solo por las disputas que alborotan una casa con habitantes e intereses heterogéneos, sino también, por si fuera poco, debido a que el oficialismo las alimenta con su influencia y con su dinero. De lo cual se desprende, a primera vista, que la pugna por las nominaciones de nuestra orilla no depende de las distancias usuales de la parentela, de cómo se tiran de las greñas los tíos, los hermanos y los primos que olvidarán los antagonismos cuando recobren la cordura unidos por los lazos de la sangre, sino a las oscuras maniobras de los fuereños que las quieren multiplicar para que se conviertan en divorcio irremediable, de esos con vulgaridades y patadas de los deudos que no se pueden remendar más tarde. Si se agrega la existencia de una oposición que ya sabemos que no es oposición pese a sus pronunciamientos, porque conocemos su dependencia de la dictadura, no sé cómo se pueda opinar con mínima solvencia sobre el rol de los adversarios del régimen en unas elecciones sobre cuyo desarrollo no se sabe nada a ciencia cierta.
Para colmos, lo poco que circula sobre el evento desde el costado de la oposición no se atiene a la formalidad de las declaraciones institucionales, de los documentos debidamente pensados y redactados en las cúpulas, ni a hechos a través de los cuales se demuestre una voluntad uniforme de participación y una estrategia coherente para el combate. Solo sabemos, en ocasiones, cómo se mueven unos candidatos y cómo se querellan soterradamente con sus rivales. Es lo más parecido a una improvisación, no solo porque no se atiene a pautas de largo aliento sino también debido a que no divulgan sus pasos para que se presuma que actúan partiendo de un plan orientado por la ecuanimidad. Sin embargo, en realidad apenas esperan la patada de turno para contestar con la correspondiente pescozada, sin que se advierta la posibilidad de que la violencia se extienda. Les parece terrible cantarle las verdades al rival, descubrir sus debilidades, su falta de apoyo popular, sus alianzas, sus soportes financieros y sus porquerías, cuando precisamente es eso lo que hace falta para que caigamos en cuenta de que estamos en vísperas electorales, y de que podemos usar la campaña como lavandería. Sería mucha la suciedad que la oposición descartaría, si se ocupara antes de ventilarla ante las narices de los electores. Entonces tendríamos elecciones de veras, en un país que hace tiempo perdió la pista de la verdad en el espacio de los negocios públicos.
De lo cual se desprende que no existe la posibilidad de ofrecer un análisis preelectoral capaz de ser útil y convincente. Si se agrega el secuestro de las noticias llevado a cabo por la dictadura, desde cuyas rendijas solo se cuelan novedades amaestradas, datos cernidos con premeditación, nada se puede afirmar con tranquilidad de conciencia y con evidencias de peso sobre un hecho de indiscutible trascendencia. La televisión y los pocos periódicos que todavía circulan son de una cicatera docilidad cuando se aventuran en el terreno, mientras a los columnistas, en la mayoría de los casos, solo nos queda la salida de divagar. O, para hacer sintonía con la realidad, de gritar por una bandería. Quedan los espacios de los portales como este en el cual circula el artículo que ya termina, del que seguramente solo se podrá llegar a una petición de diafanidad que a nadie disgustará. Pero, claro, en el caso de que todavía exista opinión pública.