La más reciente reconversión del bolívar, esta vez para producir su homónimo digital, es una alegoría a los tiempos triunfales del dólar a 4,30 y el “ta’barato dame dos”. La dictadura procura producir con sus conjuros económicos, la confluencia astral de los cuerpos celestes que literalmente matan de hambre a los venezolanos: paridad monetaria y precios. Tal confluencia se debe producir sobre el plano “cósmico” electoral para obtener como resultado el hechizo de los buenos tiempos por venir.
Con el diálogo en México y el petróleo bordeando otra vez los 80 dólares por barril, sólo el infame bloqueo imperialista, impide el retorno de los tiempos de la abundancia sin economía. La apelación retórica al imaginario nacionalista petrolero con auge rentista, nos lleva a recordar la propuesta interpretativa de María Sol Pérez Schael. Para ella, el universo cognitivo y simbólico que históricamente ha expuesto el liderazgo nacional, ha resultado irracional e inconsistente para abordar la realidad, pero ha mostrado una gran eficiencia para implantar formas de dominio político nefastas, tanto para la economía como para el avance democrático del país1.
Los expertos en guerra económica de la dictadura, con suficiente certeza, ubican el núcleo duro del imaginario rentista en los tiempos de bonanza, gasto dispendioso y alegre, asociado con el venezolano chévere bien recibido en el mundo entero, famoso por su obsequiosidad, por comprar de a dos sin preguntar por el precio. El deseo de volver a los tiempos mágicos de la cornucopia petrolera, como reivindicación nacionalista, está profundamente arraigado en el tálamo cultural del venezolano.
Los delirios de la abundancia animan a las nuevas bostas privilegiadas, que sólo esperan se destranque el juego con los conversatorios en México para reiniciar los consabidos ciclos de fulgor y prosperidad aparente. El progreso como espejismo. Pervive la visión mágica de la economía, el venezolano promedio sigue siendo portador de la ya vieja mitología que ha alimentado el fracaso: Venezuela es un país rico, el Estado tiene como función esencial el reparto o distribución de la riqueza preexistente, el pueblo es siempre víctima de alguna fuerza externa por lo cual debe ser protegido. El imperialismo y las sanciones nos niegan la felicidad.
Sobre tal mitología se afincaron las exitosas prácticas de control y reparto de las bolsas CLAP, el gas comunal, las mesas de agua, las pensiones y bonos a través de la Plataforma Patria, la distribución de la escasez de gasolina y hasta los perniles decembrinos se legitimaron bajo el clamor popular implorando al proveedor de la felicidad navideña. Pese a la quiebra del Estado, se naturaliza una sociedad de mendigos apaciguados a quienes la revolución les quebró las piernas y ahora agradecen las muletas. Aquella mitología es tan poderosa que convirtió a un ladrón de siete suelas, Alex Saab, en diplomático del pueblo hambriento.
He allí la ilustración de lo señalado por Pérez Schael: Retórica irracional que desvirtúa la realidad pero que resulta sumamente eficiente para los fines del dominio político. Y es que el éxito ya señalado no habría sido posible sin la alimentación por décadas, de aquella mitológica del Estado Providencial y benefactor. Que de paso, inhibió el impulso del ciudadano libre y autodeterminado. Ingenuamente, podríamos pensar que aquella visión atávica permeó a los sectores más vulnerables, los más empobrecidos y postergados. Pero la realidad es que tal visión se origina desde las élites y se implantó sobre la conciencia popular como un reclamo nacionalista, y un modo de hacer política.
Con el chavismo se hizo patente que los muertos que habíamos matado gozaban de buena salud. La retórica nacionalista y revanchista obtuvo un éxito trepidante para hundirnos en el tremedal de estos tiempos. Pero los opositores al nacionalismo chambón del líder intergaláctico no han expresado una retórica distinta. Su oferta política aparece recubierta de los mismos menjurjes nacionalistas y victimistas. Sólo cambian los victimarios. Un aspecto le es común a unos y a otros: la primacía de las razones políticas con sus particulares filiaciones. Esto siempre se coloca por encima del interés general, el cual luce etéreo, difuso, inasible. El hecho económico es subsidiario de un logo político particularista.
Desde las campañas populistas de Manuel Rosales y Henrique Capriles, procurando arrebatar el público cautivo de la retórica revanchista bolivariana, pasando por el “Plan País” de Juan Guaidó hasta la quiebra de Monómeros y el laberinto de Citgo; los liderazgos de la última ola no atinan en la construcción de un relato sustentable que se libere de los perniciosos efectos del nacionalismo rentista. Esto significa que no existe un proyecto de país diferente. Somos prisioneros de la nostalgia, de lo que pudo ser y no fue. Un país perro que se muerde la cola. Como si el desastre de hoy no hubiese estado contenido en lo que fuimos.
Rodolfo Quintero se atrevió a exponer una Antropología, una Cultura y la consiguiente formación de un hombre del petróleo. Según Quintero, la actividad petrolera formó “hombres Creole y hombres Shell, nacidos en el territorio venezolano pero que piensan y viven como extranjeros”2. Se trata del legado colonialista traducido en una economía de enclave minero con agentes connacionales al servicio de los intereses imperiales. El homo petrolerus expuesto por Quintero anuncia lo que con el tiempo sería la alta gerencia de PDVSA, los malos de la película, los agentes imperiales.
El denostado hombre del petróleo logró levantar una industria petrolera nacional que se colocó entre las más importantes del mundo. Pero esta gran empresa, en lugar de ser motivo de orgullo nacional fue tratada como epicentro de la sospecha. Estado dentro del Estado, caja negra, nido de tecnócratas, etc. El discurso político poco reparó en el éxito de la industria. Se requería su fracaso para imponer el triunfo de la retórica política nacionalista.
Algo de razón asistió a Rodolfo Quintero al exponer la existencia de un homo petrolerus y una cultura del petróleo. Pero las notas esenciales de la minería (voracidad, rapacidad, efímera y azarosa) no fueron los atributos del hombre del petróleo que Quintero describe. Tales atributos los encontramos en los partidarios del discurso nacionalista triunfante en las últimas décadas.
Los resultados están a la vista y no son metáfora: La chatarra ideológica del nacionalismo petrolero hoy por hoy permite que PDVSA exporte el 80% de los desechos de hierro y otros metales que salen de Venezuela. El desmantelamiento de redes de distribución, plantas de procesamiento y almacenamiento, ha dado origen a una minería depredadora de la infraestructura abandonada u obsoleta. Este curioso espíritu de mina, colocado por Quintero en el homo petrolerus, en realidad se viene expresando como una extensión de la economía depredadora y de sobrevivencia.
Mineros y chatarreros de altura, quienes desmantelan PDVSA o las empresas de Guayana, para seguir con el oprobioso Arco Minero. Aguas abajo corre el “espíritu de mina” en los bachaqueros de la chatarra, una verdadera plaga. Nadie nos lo ha contado, lo hemos visto con nuestros propios ojos: Desde la minería del Guaire hasta la acción de hombres, mujeres y niños desmantelando, en minutos, las casas solas o abandonadas. Arrancan alcantarillas, las tapas metálicas de las cloacas o de los medidores de aguas blancas. Todo cuerpo metálico, de aluminio, plata o cobre es extraído hasta con uñas y dientes a falta de herramientas. Roban los cables de los teléfonos, del alumbrado público, y doméstico para extraer el cobre.
Si en algún momento deseamos entender el país desde sus entrañas, tendremos que abordar con crudeza esa paradoja a la vista: El éxito de las mitologías consagratorias de la dominación política, hasta ahora, ha favorecido nuestro fracaso económico y nuestra postración como sociedad de progreso. Éxito para las ambiciones políticas particulares, fracaso para la sociedad y su futuro.
(1)María Sol Pérez Shael. Petróleo, Cultura y Poder en Venezuela. Caracas, Monte Ávila. 1993.
(2)Rodolfo Quintero. La Cultura del Petróleo. Ensayo sobre estilos de vida y grupos sociales en Venezuela. Caracas, Biblioteca Juan Pablo Pérez Alfonso. 1972.