Maduro no es Corleone, pero es como si lo fuera, no tiene esa estética seductora de los mafiosos que quedaron inmortalizados en la saga de El Padrino, impecablemente trajeados, de verbo comedido, de frases memorables. En Venezuela tampoco están las 5 familias de la mafia, no se puede uno topar con los Bonanno, los Colombo, los Gambino, los Genovese y los Lucchese, pero sí hay otras familias que se apoderaron del país, también mafiosos, pero tropicales, criollos, a la venezolana, chambones, llenos de dinero mal habido, de esos que lejos de pasar desapercibidos, esquivan los huecos de las calles desvencijadas del país en un Ferrari del año.
En esa Venezuela apocalíptica digna de Mad Max, se produce la visita del fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI), Karim Khan, invitado por la dictadura a ver las maravillas de la de justicia patria. Ahí será recibido por el séquito de Corleone, quienes le mostrarán los logros del sistema. Uno puede imaginar los diálogos: -Sr. Fiscal, acá tenemos nuestras cámaras de tortura en las que traemos a los que dejan de ser leales a las familias-; o -por acá puede ver nuestros tribunales, tan eficientes que las sentencias condenatorias a los disidentes están hechas meses antes de que empiecen los juicios, igual como hacemos con los resultados electorales-; es probable que el guía lo lleve al Sebin y le muestre la ventana por la que arrojaron al concejal Fernando Albán, o los escombros que quedaron luego del asesinato de Oscar Pérez. Lo que enfrentará Kham en Venezuela estoy seguro que no lo ha vivido antes.
La Corte Penal Internacional es el producto de años de diplomacia y de negociación en procura de contar con un tribunal independiente y permanente, que sea capaz de procesar los más graves crímenes que puedan cometerse contra la humanidad. Su génesis la podemos encontrar en los Tribunales de Núremberg y de Tokio luego de la Segunda Guerra Mundial, los cuales fueron diseñados y establecidos para el juzgamiento de crímenes de guerra y de lesa humanidad perpetrados durante la conflagración. Más recientemente, se tienen como precedentes los tribunales penales internacionales para la ex Yugoslavia y para Ruanda, en la década de los ‘90 del siglo pasado; como vemos, en todos esos casos los tribunales fueron creados post conflicto, luego de cesados los hechos a juzgar. Por cierto, si analizamos el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, y el resto de su normativa, parece bastante eficiente para los objetivos de la justicia, siempre que los hechos hayan ocurrido y los perpetradores ya no se encuentren en una posición de poder.
Sin embargo, el asunto es mucho más difícil cuando los autores de los crímenes se encuentran en posición de poder actual, pues los mecanismos de cooperación, de preservación de pruebas, de protección a víctimas y testigos, de investigación son prácticamente ilusorios. Por eso, como dije, lo que vivirá Khan en Venezuela será inédito, pues tiene que atender la invitación que le ha extendido un Estado. Esto está muy bien y además se encuentra dentro de las previsiones legales que rigen su actuación, lo que no aparece en ninguna norma o manual, es que sus anfitriones sean los mismos que han asesinado, perseguido, encarcelado, desaparecido y deportado masivamente a millones de venezolanos.
El fiscal Khan debe saber, que esos que se muestran como generosos atachés, tienen las manos llenas de sangre de la población, otros las tienen llenas de pintura por las refacciones de última hora que están haciendo en El Helicoide y Ramo Verde para tratar de engañarlo; y decenas de ellos las tienen llenas de dólares de la corrupción que ha empobrecido a la población y que impide el ejercicio de sus derechos.
Desconfíe de todo lo que le muestren Sr. Fiscal, todo será una fachada para tratar de convencerlo de no dar el paso histórico y justo, de iniciar a la investigación por los crímenes de lesa humanidad que se siguen cometiendo en el país.
Al Pacino en El Padrino III dijo una frase que parece pronunciada por cualquier funcionario de las FAES: “Si hay algo seguro en esta vida, si la historia nos ha enseñado algo, es que se puede matar a cualquiera”. La estadía del Sr, Fiscal en Venezuela, sería una estupenda historia para el cine si no fuera porque tanto dolor y sufrimiento es real y ha dejado una huella indeleble en cada venezolano. La maldad se apoderó de lo cotidiano, los crímenes se cometen de forma impune, los mafiosos siguen ahí, pero esta vez, se pretenden disfrazar de ciudadanos y de servidores públicos para intentar evadir la ley, el resto de los mortales estamos obligados a insistir, en exponer la verdad, a exigir justicia, a que se cumpla la ley. Al final, esta pareciera ser nuestra mayor esperanza.