En la aldea
18 abril 2024

El jarrón roto

La falta de unidad estructurada facilita el trabajo de los totalitarismos. Para las elecciones de 2015, la oposición democrática fue unida y se anotó su mayor éxito electoral contra el chavismo. Ahora, imaginen un jarrón que se cae al piso, justo al momento de chocar con él, cuando los fragmentos saltan en todas las direcciones posibles; esa es la imagen que mejor representa hoy a la oposición venezolana, sobre todo en tiempo de elecciones. Ya se debería haber aprendido la lección con tantos comicios en estos 22 años, ¿cierto?

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Francisco Suniaga | 17 noviembre 2021

Es una verdad conocida que la vasta mayoría de los venezolanos comparte un sueño: Salir de la dictadura de Nicolás Maduro. Sin embargo, como dolorosamente también se sabe, todos los esfuerzos por desplazarlo del poder han sido derrotados. Y miren que se han hecho cosas. Se ha participado en elecciones y se le ha derrotado. Se han hecho manifestaciones tiporécord Guinness (distinción que ahora le interesa a la dictadura). Se ha realizado una labor política internacional que ha tenido éxitos importantes. Ha habido grupos que han conspirado con militares para intentar provocar una salida por la vía de la fuerza. Los intelectuales, artistas, comunicadores en el exilio realizan una tarea permanente de condena a la dictadura en foros, redes sociales, universidades y cualquier audiencia del mundo.

Los millones que han emigrado constituyen voces críticas, que denuncian y condenan al régimen en los cinco continentes del planeta. Son quienes además el aporte cualitativa y cuantitativamente mayor para resistir a Maduro: envían algo de dinero a sus familiares en Venezuela para que no se mueran de hambre. Los millones que aquí están, cada hora, siempre que pueden, protestan, denuncian, informan a otros quienes pueden llevar sus voces más allá. Miles de venezolanos que dentro y fuera del país luchan por la defensa de los Derechos Humanos, arriesgan sus vidas para levantar registros y recabar pruebas que orienten a las instituciones internacionales, y lograr así la condena de los criminales y las reparaciones a las víctimas.

En cuanto a los políticos y militantes de partidos opositores, son muchos los que genuinamente creen en la democracia y trabajan cada día por ganar aunque sea un centímetro de terreno y avanzar en la lucha por la libertad. En fin, millones y millones de venezolanos hacen cada día aunque sea un gesto de rechazo contra esta oprobiosa dictadura. Se le ha desprestigiado, acorralado, debilitado al punto de que dejaron de ser una fuerza popular vigorosa. La pregunta es obvia: ¿Y entonces por qué no ha sido derrocada? Una respuesta que cubra todo el espectro de la compleja situación social, política y económica venezolana demandaría la participación de muchos expertos y la escritura de varios libros. Está mucho más allá de lo que se pueda escribir en una nota de opinión, pero, la clave, la piedra angular de esa respuesta es corta: la unidad. Mejor dicho, su ausencia.

“En lo personal, creo que hay que votar porque entiendo que es lo racional, en el sentido de que es lo que conviene. Es parte de ese poquito que cada uno de los venezolanos dentro y fuera del país hace a diario para salir de esta pesadilla, y ahora toca votar”

Hay que advertir que la venezolana no es una dictadura cualquiera; con una chequera de un billón de dólares para gastar a manos llenas, entre aciertos, errores y barbaridades, ha devenido en un modelo sofisticado y eficiente de totalitarismo. Ha usado dosis de crueldad desconocidas en la Venezuela moderna, no se han detenido ante dolor alguno. Ha contado con unos padrinos que carecen de fronteras morales y humanitarias, Cuba et al, que la han hecho particularmente efectiva al momento de promover la división entre los opositores.

Cierto, es una dictadura potente, pero aun así la lógica de la mayoría debería imponerse, son muchos los millones de no chavistas, ocho venezolanos la rechazan contra cada dos que la apoyan. Pero esos millones están sueltos, separados, incomunicados. Un axioma político asegura que una minoría organizada (y por tanto intrínsecamente unida) derrota a una mayoría que no lo está. Solo así pueden hacer, por ejemplo, fraudes electorales. El chavismo conoce, cree y practica con tesón ese principio. Los opositores quizás no lo conozcan tanto y ciertamente lo practican menos. Esa falta de unidad estructurada facilita el trabajo de los totalitarios.

La oposición sufre de manera crónica del síndrome de Chacumbele. Es usual en el universo no chavista que quienes tratan de concretar algún plan dentro del esfuerzo por salir de la dictadura sean desconocidos por otros no chavistas, y sus acciones criticadas y desmeritadas. Así las diversas visiones coexistentes en torno a cómo salir de Nicolás Maduro se convierten en un caos entrópico; con el transcurrir del tiempo la brecha entre las partes tiende a aumentar y a ser menos efectiva. La imagen que quizás mejor representa a la oposición en estos momentos sea la de un jarrón que se ha caído al piso, justo al momento de chocar con él, cuando los fragmentos saltan en todas las direcciones posibles. Y eso pasa cada vez que hay elecciones. Tantas que ya se debería haber aprendido la lección.

La solución a esta entropía no es recoger una y otra vez los fragmentos y pegarlos con cola barata. Sería ineficiente y el jarrón se parecería cada vez menos a un jarrón. Para las elecciones de 2015, la oposición fue unida y se anotó su mayor éxito electoral contra el chavismo. Ahora, para las del domingo próximo -21 de noviembre-, con todo lo que ha pasado (peleas por el liderazgo, guerra sucia, alacranes, tirapiedras de oficio, sobornos públicos y privados de políticos dirigentes, etcétera), el jarrón se ha roto y pegado tantas veces que en efecto ya no se parece a un jarrón.

Hay muchos venezolanos, millones, que no quieren siquiera escuchar de elecciones. Se han aferrado a sus posiciones de manera medievalmente dogmática y no hay para ellos argumento que valga. No se harán en esta nota, pero la larga exposición para llegar hasta aquí tiene en el fondo un llamado a cambiar la conducta, no necesariamente a votar, pero sí una que no conduzca a la ruptura en añicos del jarrón.

En lo personal, creo que hay que votar porque entiendo que es lo racional, en el sentido de que es lo que conviene. Es parte de ese poquito que cada uno de los venezolanos dentro y fuera del país hace a diario para salir de esta pesadilla, y ahora toca votar. A quienes no lo crean así, les pido de todo corazón dos cosas: La primera es que no descalifiquen la decisión de quien sí vota. La otra es invitarlos a que hagan un plan para articularse con millones de abstencionistas y convertirse así en un arma útil contra la dictadura de Maduro. Hasta ahora serán un esfuerzo aislado, individual, inútil. No dilapiden esa energía, inscríbanla en un esfuerzo colectivo y comencemos a articular la mayoría que somos a partir del lunes siguiente. Esto no termina el 21 de noviembre.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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