En la aldea
09 septiembre 2024

El hombre del pijama naranja

¿Se avergüenza? No lo sabemos. ¿Recuerda en ese momento cuántos enfermaron con sus timos?, ¿cuántos intoxicados?, ¿cuántos contaminados? En suma: ¿Recuerda él a cuántos ha burlado en su hambre? La justicia procura un objetivo reparador: Darle a cada quien lo suyo. Entonces, que cada quien lleve el uniforme que se ha ganado. En un país que ha olvidado desde hace al menos 20 años el significado de la palabra justicia, que alguien exhiba el overol anaranjado, es un derecho.

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Sonia Chocrón | 18 noviembre 2021

El hombre aparece con el pelo suelto, lo tiene largo pero en esta ocasión, sin recoger. Desparramado, casi libre.

Los ojos parecieran haberle crecido pero hacia adentro y su estampa no se compadece con sus fotos previas. Ahora luce contrariado, incómodo. Está en una pequeña habitación, más bien diríase un cubículo, palabra más adecuada para definir la caja donde lo guardan. Azul la puerta, blanco escueto lo demás, una mesa, una puerta.

Dos mujeres de uniforme azul -dos policías, que a cada cual el uniforme que le corresponde- dejan una hoja de papel sobre el escritorio y salen del lugar. Él camina hasta una rendija de la puerta desde donde le liberan las manos, hasta ese momento, presas de unas esposas.

Viste una braga como la que usan los mecánicos de automóviles, pero no es azul, el suyo es un pijama del color del atardecer, naranja. Muy naranja. Ese es el tono que facilita divisar a los presos si acaso se fugan.

“‘1.300 contenedores con cerca de 1.800 millones de paquetes de comida con gusanos, podrida y en pésimo estado a ser repartida a personas de bajos recursos en Venezuela’ (SIC), cita textual de la Revista Semana”

¿Se avergüenza? No lo sabemos. ¿Recuerda en ese momento cuántos enfermaron con sus timos?, ¿cuántos intoxicados?, ¿cuántos contaminados? En suma: ¿Recuerda él a cuántos ha burlado en su hambre?

Sabemos poco de lo que vendrá, pero sabemos algo de lo que fue.

Y entonces las gentes por las calles, en las redes -que suelen ser como algunos ríos de la América del Sur, agua de pirañas, que todo hay que decirlo- se alegra, y comenta con alguna esperanza. “Habrá justicia”.

Con todo, alguno hay que se pregunte si el hombre del pijama naranja es héroe o villano. Alguno hay que defienda al reo de la humillación de aparecer públicamente -en video y en fotos- vistiendo el peto de los reclusos; alguno habrá que le defienda la dignidad al hombre preso por narcotráfico, por soborno, por fraude, por haberle birlado a las arcas venezolanas millones de dólares para importar materiales y construir unas viviendas para gente de bajos recursos que nunca construyó, o por haber comprado con sobreprecio y al por mayor alimentos de mala calidad para exportarlos y alimentar a los pobres de Venezuela, doblando su precio real, de acuerdo a la investigación de la Procuraduría Mexicana.

“1.300 contenedores con cerca de 1.800 millones de paquetes de comida con gusanos, podrida y en pésimo estado a ser repartida a personas de bajos recursos en Venezuela” (SIC), cita textual de la Revista Semana.

Porque en un país que ha olvidado desde hace al menos 20 años el significado de la palabra justicia, que alguien exhiba por fin el overol anaranjado, -por los próximos cinco, dos o diez años- es un derecho.

Que sí, que la ciega de la balanza a veces existe. Que alguien paga al fin algún delito. ¡Que al menos alguno de estos malhechores paga una vaina!

A no confundirse: La venganza, la revancha, persiguen un objetivo injurioso: devolverle al otro el daño que ha causado.

La justicia, en cambio, procura un objetivo reparador: darle a cada quien lo suyo.

Y cada quien que lleve el uniforme que se ha ganado: El cirujano, el verde; la enfermera, el blanco; el policía, el azul; y el delincuente, su pijama color naranja.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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