Mucho se habla sobre el crecimiento económico de China en los últimos años, y en cómo se espera que supere a Estados Unidos como potencia económica en la próxima década.
Para algunos países y sus dirigentes políticos, esta realidad los moviliza a desarrollar nuevas estrategias de política exterior. Sin embargo, para el común de las personas, la presencia china sólo aparece en el debate relativo a la pandemia que estamos viviendo, las Olimpíadas que se llevarán a cabo a partir del próximo mes de febrero, y poco más. En algunos casos concretos, como el de Venezuela, se sabe que la estrecha relación de China con el socialismo del siglo XXI ha permitido que el mismo eche raíces y se fortalezca en el tiempo. La alianza de China, primero con Hugo Chávez y luego con Nicolás Maduro ha sido determinante.
Lo cierto es que China como potencia mundial nos plantea un nuevo paradigma. Ni siquiera el regreso a uno que creímos superado con la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento de la URSS en los años noventa del siglo pasado, como se ha pretendido identificar al calificar el enfrentamiento entre China y Estados Unidos como la nueva Guerra Fría. Se trata de un nuevo modelo geopolítico que viene gestándose desde hace al menos cuarenta años, cuando China decidió abrir su economía hacia un capitalismo de Estado.
Para el mundo occidental, los soviéticos eran los herederos de un imperio europeo, cuyas costumbres se desmontaron con la revolución comunista, pero cuya esencia cultural se mantenía. En las dinámicas de la Guerra Fría, se oponían sistemas políticos y modelos económicos a través de sus manifestaciones en lo militar, tecnológico y en los espacios de influencia. En ese mundo Bipolar los límites entre ambas potencias estaban bastante claros. En cambio, con China, estamos frente a fuerzas contradictorias en un escenario multipolar y globalizado, al que se le añade una cultura y forma de razonar que conocemos poco.
A pesar de estas diferencias, buena parte de los análisis que encontramos en occidente, sean académicos o de medios de comunicación de alcance global, tienden a partir de patrones y valores propios de las democracias liberales o del orden establecido por el consenso de Bretton Woods. Algunos de ellos coinciden en que si bien de acuerdo a las cifras del Banco Mundial, el PIB de China ya supera al de Estados Unidos, su inferioridad en materia de productividad, sus niveles de endeudamiento, su población envejecida, así como otros factores como la corrupción, jugarán en contra de ese país y a favor de la prolongación de la hegemonía estadounidense por los próximos años.
Esta apreciación parece distanciarse de al menos dos elementos imprescindibles para la elaboración y comprensión de lo que está en juego en la relación de fuerzas en la dinámica mundial. El primero de ellos es que China funciona en un sistema político totalitario, y no en una democracia, con los límites que impone un sistema de controles y contrapesos. La opinión pública, el bienestar de la población, el crecimiento de la economía, o incluso el medioambiente, analizados desde la óptica o la lógica del poder dentro de los límites de la ley, obligan a tomar medidas en una dirección que tiende a buscar el bien común. Mientras que las decisiones tomadas desde la óptica de un régimen totalitario, represivo y de férreos controles, de ausencia de respeto a los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, nos lleva en una dirección distinta, muchas veces de mayor represión, y más gasto para conseguir los objetivos, en franco desafío a los principios económicos más básicos.
Un ejemplo de ello, lo tenemos en la memoria reciente pues aun no hemos superado la pandemia. La falta de transparencia del régimen chino al momento en que aparecieron los primeros casos de la Covid-19, y su subsecuente férreo manejo con confinamientos draconianos, contrasta flagrantemente con el manejo de la pandemia en Estados Unidos y Europa, donde los dirigentes políticos tenían que enfrentarse tanto a la situación de salud pública, como al impacto de la pandemia en la economía y en las libertades individuales. La pandemia parece haber sido, además, utilizada como ocasión propicia para la promoción de un sistema político frente a otro. Muy pronto desde Beijing se empezó a pregonar la superioridad y eficacia del autoritarismo frente a la disfuncionalidad de la democracia. Y aquí entramos en el segundo elemento indispensable a la hora de analizar el impacto que tiene la penetración política y económica de China en el diseño del mundo de las próximas décadas.
Desde hace al menos diez años, el premier chino ha destinado enormes recursos en la promoción de China como parte de una estrategia geopolítica que busca revertir lo que durante la Guerra Fría conocíamos como “el mundo libre”. La entrada de China en el escenario mundial, primero con su espectacular crecimiento económico que absorbió cuantiosos recursos básicos (recordemos los altos precios del petróleo de principios de siglo), y posteriormente, con el desarrollo de una política de acuerdos económicos que incluyen acuerdos comerciales, de inversiones y créditos financieros, fortaleció la posición de China a nivel mundial. Su ingreso en la Organización Mundial de Comercio en el año 2001 se percibía -ahora vemos que de manera bastante falaz e ingenua, o si se quiere, arrogante- como el umbral mediante el cual buena parte de las economías en crecimiento saldrían del subdesarrollo al desarrollo, y las economías desarrolladas garantizarían la estabilidad del orden mundial a través del bienestar económico. Veinte años más tarde, lo que se suponía que llevaría a China a democratizarse, le ha permitido jugar dentro del sistema internacional para revertirlo hacia su propio sistema. Por ejemplo, a través de los préstamos, la cooperación financiera, las inversiones y los intercambios comerciales, China controla los votos de buena parte de los países de África dentro del Sistema de las Naciones Unidas, y poco a poco, los de América Latina.
Justamente, en el caso concreto de América Latina, de acuerdo con las estimaciones del World Economic Forum, las exportaciones de la región hacia China crecieron del 2% en el 2000 a por lo menos 10% en el 2020, mientras que las exportaciones hacia Estados Unidos han declinado de 56% a 13% en el mismo período. China ha pasado a ser el primer socio comercial de Brasil, por encima de Estados Unidos, y de acuerdo con publicaciones especializadas, un tercio de las exportaciones brasileñas, fundamentalmente agrícolas, van a China. En el caso de Argentina, la situación es similar. Al principio de la crisis de la Covid, China estaba por encima de Mercosur y Brasil como destino de las exportaciones argentinas. Aunado a ello, las cercanías ideológicas facilitan nuevas inversiones en áreas estratégicas para ambos países, como la infraestructura y el comercio de litio. Se espera que para el año 2035 el comercio entre América Latina y el Caribe y China alcance los 700 millones de dólares; es decir, un 25% del total del comercio de la región. Para algunos países como Brasil, Chile y Perú esto representará el 40% de sus exportaciones.
En materia de Inversión Extranjera Directa (IED), aunque EE.UU. y España siguen siendo los mayores proveedores de inversiones a la región, China ha incrementado su IED y se ha diversificado hacia sectores como las infraestructuras, telecomunicaciones, energía, y productos básicos sobre todo provenientes de la minería. Además, a través de su política de créditos o cooperación financiera, ha realizado préstamos desde el Banco de Desarrollo de China y el Banco de Exportación e Importación por un monto que asciende a 137 millones de dólares, a Venezuela, Brasil, Ecuador y Argentina, de acuerdo con datos recogidos por el Inter-American Dialogue. China es el mayor prestamista de Venezuela, con alrededor de 60 mil millones de dólares, y su empresa China National Petroleum Corporation, planea invertir en PDVSA, la compañía petrolera venezolana, para incrementar la producción de petróleo. Y tal como sucede con los países de África, los préstamos otorgados por la banca china, vienen condicionados a que la ejecución de los proyectos sea realizada por empresas chinas, o a ventas a futuro de productos básicos estratégicos.
La combinación de demanda sostenida de productos básicos provenientes de América Latina, junto con préstamos y créditos financieros e IED, principalmente de empresas estatales chinas, pretende asegurar sus futuros mercados de materias primas mientras reducen el riesgo producto de posibles restricciones a la inversión en Europa y EE.UU. debido a consideraciones políticas y regulatorias, o a sanciones internacionales, como las impuestas a Venezuela.
Finalmente, junto con la diplomacia comercial y financiera, China ha desarrollado una agresiva diplomacia de vacunas durante la pandemia de la Covid-19 y América Latina no es una excepción a esta reciente política exterior. Gracias a ella, toda la región ha profundizado su relación con China, que se percibió por los países de la región como un proveedor de vacunas que salva vidas.
Si todo lo anterior lo conjugamos con la manera como se plantean estas políticas, vemos que China se presenta como el buen socio, buscando alianzas y no dominación, priorizando las relaciones con el “Sur Global”, basadas en una supuesta solidaridad y en el respeto mutuo; que no juzga el sistema político, ni desea imponer sistemas democráticos alrededor del mundo, ni mucho menos, exigir el apego a un Estado de Derecho y ni el respeto a los Derechos Humanos. El enfoque de China puede incluso interpretarse como personalizado, y dependiendo de su contraparte, puede ser meramente comercial o puede crear alianzas políticas o ideológicas, que sin duda contribuyen a seguir cambiando el orden mundial establecido después de la Guerra Fría. Al no depender de los mecanismos de balance y control, tiene tiempos y márgenes de maniobra distintos a los que tendrían los gobiernos de los países democráticos y, por supuesto, responden a unas presiones totalmente diferentes.
Con el fortalecimiento de las alianzas del Socialismo del Siglo XXI al frente de los gobiernos en América Latina, esta tendencia se profundizará en los próximos años, y para muchos en la región, una relación cercana con China desafía o redefine su relación con los EE.UU. y la UE, en una quimérica búsqueda de la autonomía internacional. El problema es que como se dice en inglés, “no hay almuerzo gratis”, y mientras los actores políticos de la región ven el cuadro pequeño de sus intereses personales, partidistas, nacionales o incluso regionales, pierden de vista el cuadro geopolítico que cada vez parece imponerse más, en el que la democracia y los Derechos Humanos parecen ser un sueño o una aspiración del pasado.
*Internacionalista UCV, ex Embajadora designada ante la Confederación Suiza y a cargo de los temas de la ONU en Ginebra. Defensora de Derechos Humanos.
Bibliografía consultada:
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-Prazeres, Tatiana, Bohl, David, and Zhang, Pepe. ‘China-LAC Trade: Four Scenarios in 2035’. Atlantic Council (blog), 12 May 2021. https://www.atlanticcouncil.org/in-depth-research-reports/china-lac-trade-four-scenarios-in-2035/.
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-Martha Bárcena Coqui | September 28, 2021. ‘Why Mexico’s Relationship with China Is So Complicated’. Americas Quarterly (blog). https://americasquarterly.org/article/why-mexicos-relationship-with-china-is-so-complicated/
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-Yongjin Zhang* and Barry Buzan†. ‘China and the Global Reach of Human Rights’.