En la aldea
16 septiembre 2024

Fornicar una vuelta más

“Los regímenes autoritarios electorales (…) organizan elecciones periódicas y de este modo tratan de conseguir cuando menos, cierta apariencia de legitimidad democrática (…) y al mismo tiempo ponen las elecciones bajo estrictos controles autoritarios con el fin de consolidar su permanencia en el poder”. Esta cita es de Andreas Schedler, Doctor en Ciencias Políticas en CIDE, México. Y la autora ratifica: “Muy a mi pesar, me he vuelto descreída (…) no quiero seguir dando vueltas en círculo para siempre”.

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Sonia Chocrón | 27 enero 2022

Y yo que ya había asomado en mi columna anterior que en la próxima “Quinta Pata” conversaría sobre el referendo revocatorio que una parte de nuestra intelligentsia opositora había considerado para desalojar al invasor. Pero parece que la propuesta fue ya obstaculizada por el propio Consejo Nacional Electoral (CNE), que ya es mucho decir. Así que según parece, nos regresamos al recurso de estos 20 años, las elecciones presidenciales, a secas.

Y entonces recuerdo aquel chiste viejísimo pero nunca errado sobre la gata en celo que estaba encaramada en la copa de un árbol y de allí, la muy terca, no se movía por nada a pesar de la avidez de sus colegas.

Mientras tanto, abajo, a ras de tierra, una danza de gatos cachondos circundaba el tronco de ese mismo árbol, todos con la esperanza de que aquella noche la gata cediera y alguno de ellos lograra coronarla.

Ocurre entonces que aparece un gatito muy joven, una criatura, que al ver a los mayores dando vueltas en círculo alrededor de aquel árbol se detiene  extrañado y trata de averiguar tan inusual coreografía.

-¿Qué hacen?- preguntó el petit chat.

Después de mucho insistir y estorbar, un gato maduro, ya fastidiado de la voz aguda del chico, le responde con aspereza:

Procurando fornicar.

Dicho lo cual, el minino sin entender la respuesta, ingresa al círculo y comienza su faena a la par de los demás. Girar, dar vueltas alrededor de un mismo árbol  impertérrito.

A la décima vuelta, aburrido, el pequeño anuncia fastidiado:

-“Ya me cansé. Yo fornico una vuelta más y me voy”.

Esta misma imagen -mea culpa y pido disculpas de antemano- se me viene a la cabeza de unos años a esta parte como un ritornello cada vez que de elecciones se trata. El circulo, el loop invariable que pretende cambiarlo todo a través de una “fornicada más”.

Y es que como decían algunas cuñas de la televisión venezolana de la década de los ‘80, “ciertas condiciones aplican”. No basta que el elector que adversa a esta pesadilla que ya lleva 22 años sea mayoría. No basta que nosotros, los ciudadanos, salgamos unidos y en masa a manifestarlo en las urnas electorales. No basta incluso que ganemos.

Porque la realidad es que mientras todos los poderes y las armas estén en manos de quienes detentan el poder, es poco lo que podemos lograr.

“Pueden ceder algunos espacios menores de poder pero jamás, jamás, el poder central. Arriesgan la legitimidad electoral sin correr los riesgos de la ruleta democrática”

Ni siquiera unas mínimas condiciones: comenzando por contar, al menos, con un CNE realmente imparcial, con representantes que nos representen a nosotros, los ciudadanos, (y no a otros intereses), sin complacencias, y sobre todo, rectores sin máculas previas y por supuesto sin jugosos contratos con el régimen.

Un Registro Electoral (RE) auditado para revisar aquel millón y medio de electores que votaron cuando las elecciones presidenciales que según algunos de estos mismos rectores le dieron la victoria a Nicolás Maduro; a pesar de que consta en actas que un millón y medio de electores “votó” sin haber estampado huella dactilar y en muchos casos ni siquiera dirección de domicilio. (¿Eran solo un número de cédula, me pregunto desde entonces, no vivían en lugar alguno del territorio nacional, no tenían huella dactilar, eran E.T?). (Otro detallito, por cierto: ¿Quién maneja el Saime?)

Un sistema de votación elegido, comprado y dispuesto para la ocasión por los propios interesados en no irse nunca más, y que siendo electrónico, termina por ser como la caja negra de un mago: nosotros, el público, nada sabemos de lo que ocurre por dentro. Votamos, sí: pero más que elegir, nos encomendamos como fieles a lo intangible, a lo desconocido, en un simple acto de fe.

Por otra parte, tampoco contamos con un garante -militar armado- que haga cumplir los resultados porque ocurre que esa guardia pretoriana solo responde a los intereses de quien manda. Como si fuera poco, ellos mismos tienen su propia retaguardia: unas milicias también armadas y listas para echar tiros como serpentinas de carnaval.

Sumémosle a todo ello más de 6 millones de venezolanos en el exterior sin posibilidad de ejercer su derecho al voto.

Y un detalle añadido: al día de hoy, vivimos rodeados por moros en la costa de todo el país y de los más diversos gustos gastronómicos: desde maqluba, pasando por la ropa vieja, la salat Olivier (también conocida como ensaladilla rusa), el kibbe y el marmitako (por citar algunos nada más).

“Votamos, sí: pero más que elegir, nos encomendamos como fieles a lo intangible, a lo desconocido, en un simple acto de fe”

Entonces, ¿alcanza la fe?, ¿no vendría bien algún hecho concreto que favoreciera aunque fuera una mínima posibilidad de verdad?, ¿basta la promesa de “¿Estamos blindados?”.

Oh, sí: La nueva clave es el triunfo de Barinas: una victoria real, con mayoría aplastante de votos contra la familia Chávez y sus socios. Es cierto: un pueblo harto que salió a la calle a decirles “váyanse”. Aquí se cumple el viejo lema “Sí se puede”.

¿Pero es que acaso esta es la primera vez que el equipo opositor gana unas elecciones?, ¿nunca antes ha ocurrido?

Pues ha ocurrido. La diferencia está en cuándo ceder es conveniente para el régimen y cuándo es conveniente arrebatar. La clave está en las definiciones. Y ese debería ser el principio (y supongo que es el punto de partida de todo enfrentamiento entre rivales: desde el boxeador y su contrincante, hasta un país y su contraparte enemiga: ¿Contra quién nos enfrentamos?, ¿qué armas usaremos?, ¿cuáles son los puntos flacos del otro?, ¿cuáles tácticas, cuáles estrategias nos acercan a una victoria?, ¿las tenemos?

(¿No hay hasta en los juegos de video un abanico de armas dependiendo el enemigo a vencer?)

Mucho me temo, que como leía hace unos días de un amigo y miembro de @esdata, Guillermo Salas, que citaba a Andreas Schedler:

Los regímenes autoritarios electorales ni practican la democracia ni recurren regularmente a la represión abierta. Organizan elecciones periódicas y de este modo tratan de conseguir cuando menos, cierta apariencia de legitimidad democrática (Ya lo ondeaba como bandera Pablo Iglesias en España después de las recientes elecciones a gobernadores), con la esperanza de satisfacer tanto a los actores externos como a los internos. Y al mismo tiempo ponen las elecciones bajo estrictos controles autoritarios con el fin de consolidar su permanencia en el poder”.

En pocas palabras, bien pueden ceder algunos espacios menores de poder pero jamás, jamás, el poder central. Arriesgan la legitimidad electoral sin correr los riesgos de la ruleta democrática. Ceden, a la medida de la conveniencia del momentum.

Pensando en todas estas variables, teniendo en cuenta que nuestra historia reciente -los últimos 20 años- no ha dejado de cumplir a pie juntillas el guión que asoma el profesor Schedler, es que he mimetizado con el gatico desilusionado.

Y es que, muy a mi pesar, me he vuelto descreída, pero sobre todo, ya no confío. Así que desde mi humilde y muy analfabeta mirada -políticamente hablando-, no fornico hasta tanto mis representantes logren condiciones mínimas para poder elegir. Yo soy la minina defraudada. Y no quiero seguir dando vueltas en círculo para siempre.

*Andreas Schedler, Doctor de Ciencias Políticas en CIDE, México.
*Guillermo Salas Delfino, Físico relativista / Statistical Scients.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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