“Si fuera la patria como una madre cariñosa que da abrigo y sustento a sus hijos, si se les diera tierras y herramientas para sembrar, nadie abandonaría su patria para ir a mendigar el pan a otros países en donde se les desprecia y se les humilla”
Librado Rivera
En días recientes se han hecho públicas una serie de noticias sobre el comportamiento antisocial de algunos migrantes venezolanos en otras latitudes, situación que ha generado un intenso debate en la opinión pública, manifestaciones de calle y el repudio generalizado.
Debo decir que no es un tema fácil de abordar, pues toca aspectos muy profundos de nuestra identidad, y en principio, nos avergüenza que sean personas con quienes compartimos el lazo común de la nacionalidad. De hecho, la expresión “ellos no nos representan” ha sido la salida fácil, la impronta que la mayoría de nuestros coterráneos ha asumido para desmarcarse de estos sujetos que, aunque minoritarios, sus actos los hacen bastante notorios en las comunidades de acogida a las que han arribado.
La mala noticia es que si nos representan, esconder la cabeza como un avestruz no hará que desaparezcan, y mucho menos que estos episodios no sigan ocurriendo. Son venezolanos y su comportamiento también es la expresión directa de un país que está ahí, y que, con sus virtudes y defectos, moldea a sus ciudadanos de acuerdo con el entorno y valores en que se desarrollan. Estos jóvenes no pueden esconder esa jerga tipo “malandro” de la comunidad en la que crecieron, ni su comportamiento disruptivo que no tiene apego por las normas formales, mucho menos por las informales que determinan la conducta socialmente deseable. Son tan antisociales como gran número de pseudo-empresarios, también venezolanos, que se pasean por La Gran Vía en Madrid, España, o los mejores sitios nocturnos de Miami, dándose vida de lujos y placeres con el dinero robado al resto de la población depauperada. Son lo mismo, sólo que, en el caso de los enchufados, estos tuvieron más opciones de escoger como construir su proyecto de vida, a los otros las carencias, el entorno, pero también sus propias decisiones, los llevaron a ser lo que hoy tanto nos avergüenza. Unos y otros son hijos de Chávez o de la revolución como elemento que ha determinado nuestra vida desde hace más de 20 años. Unos son millonarios, los otros muy pobres, pero ambos deberían avergonzarnos por igual.
Los muy jóvenes, solo han conocido al chavismo como modelo de organización política y social del Estado, mi visión como abogado siempre me inclina a tratar de analizar el vínculo del sujeto con la ley, y darle preponderancia a esta variable frente a los acontecimientos sociales. La criminalidad es un fenómeno que ha marcado a los venezolanos en las últimas décadas, no en balde muchos de los que han migrado lo hicieron huyendo de la violencia, de algún delito del que han sido víctimas de forma directa o algún familiar, y por ende buscan lugares en los que puedan sentirse seguros. Desde que asumieron el poder, tanto Hugo Chávez como su sucesor han intentado construir una sociedad en la que la ley no es un referente, son mucho más importantes las órdenes del caudillo de turno, no importa si riñen con el ordenamiento jurídico. Chávez lo hizo desde el día uno, o se nos olvida que jamás juró defender y hacer cumplir la Constitución y la Ley, por el contrario la llamó “moribunda”, a partir de ahí no había ley para él ni su entorno.
La revolución atropelló, modificó, derogó y destruyó el ordenamiento jurídico a su antojo, es un despropósito pensar que ello no permearía hacia la población, sobre todo aquellos en pleno proceso de formación, quienes no tienen en el radar el cumplimiento de las leyes como guía para su vida cotidiana. Para ellos simplemente la ley no existe de ahí, en parte, su comportamiento disruptivo del orden, les da igual vender drogas en una esquina, como golpear a un policía si les increpa sobre su comportamiento. Son el producto de una sociedad en permanente desmoronamiento; pero en la otra esquina, tenemos a banqueros e inversores que lavaron millones dólares producto de la corrupción, la lógica de contrariar la norma es la misma, sólo que sus delitos son distintos, de cuello blanco.
Para los más pobres, el modelaje fue el pran de la cárcel más cercana, el jefe de la megabanda, el colectivo o el muchacho que entró a las FAES, al que podían ver con motos de alta cilindrada, armas largas, dinero, drogas y fiestas callejeras, la mayoría quería tener ese estatus. Para los otros, tener un banco para vaciarlo, una aseguradora que prestara servicios al Estado, o ser contratista o importador; es decir, enchufarse en un negocio que los convirtiera en millonarios rápidamente era lo deseable, de ahí, un buen yate, carro blindado y escoltas, ese era el estándar a alcanzar.
Ahora ambos segmentos de venezolanos emigraron. En palabras del profesor Jorge Restrepo Fontalvola migración se encuentra en estrecha relación con el problema del conflicto cultural, por cuanto el inmigrante es portador de valores culturales que con frecuencia no son similares, y en ocasiones resultan opuestos a los de la cultura propia de la sociedad en la que se inserta… supone para un sujeto verse inmerso en una cultura diferente de la suya, con los probables conflictos interculturales que de tal situación pueden derivarse. En Estados en los que el cumplimento de la ley es una referencia para el ciudadano, ese venezolano que hemos descrito se encuentra fuera de lugar, descolocado.
El dinero y la capacidad económica te permitirán insertarte en la sociedad de acogida, el derroche de dinero mal habido a lo sumo será asumido por el entorno como una extravagancia. Para el pobre que arrastra además una precaria educación, la adaptación es más difícil, sus referentes son el disminuido entorno en el que crecieron, su capacidad de hacerse entender es casi nula; y estima además que puede hacer lo que le venga en gana, como estaba acostumbrado, para ellos la policía no amerita respeto, de hecho, ninguna autoridad lo merece. La inmensa mayoría de los migrantes venezolanos se destacan por cosas positivas, el conocimiento, la resiliencia, la capacidad de trabajo, de emprendimiento y adaptación, nos producen orgullo. Pero los hijos del sistema revolucionario, esos que se pueden identificar como los hijos de Chávez, también están ahí, son muchos y están entre nosotros a diario, y queramos o no, tienen como símbolos nuestra misma bandera y escudo. Aunque nos duela mucho, a cada uno de los que estamos fuera del país, de algún modo ellos nos representan.