En la aldea
26 abril 2024

Se busca alcalde o alcaldesa con vocación propia

Una aproximación a la relación entre ciudadanos y alcaldías; dependencias cuyo origen y misión parece que se ha olvidado por la simple razón de banalizar si se es de un bando o de otro, como si fuera aval suficiente para una buena gestión. ¿Por qué el incumplimiento de la ley se ve como algo normal? Las leyes de tránsito brillan por su ausencia; se incendia un depósito y un local comercial y los vecinos no saben a la fecha si los requisitos mínimos de protección contra incendios se cumplieron; o quién es el responsable de la tala indiscriminada de árboles en Caracas. ¿Quién se hace responsable?

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Ana Teresa Torres | 14 febrero 2022

No está de más recordar que la alcaldía, antes denominada cabildo, es una institución legada por la cultura hispánica en América, y algunos historiadores la consideran un antecedente de la democracia. El cabildo colonial era el representante legal de la ciudad o villa, el órgano por medio del cual los vecinos velaban por los problemas judiciales, administrativos, económicos y militares del municipio. En España tuvo importantes confrontaciones con el absolutismo monárquico; sobra decir que en Venezuela el cabildo fue el lugar en el que se gestó la independencia del poder colonial.

La elección de alcaldes y concejales que comenzó en 1989, de acuerdo con una opinión muy extendida es una gran conquista de la democracia venezolana, en contraposición a la designación presidencial (y partidista) que fue el mecanismo utilizado durante varias décadas. La Reforma del Estado propuesta en los años ochenta por el presidente Jaime Lusinchi, si bien nunca obtuvo una perfecta conclusión, demostró logros importantes y uno de ellos fue la descentralización de las alcaldías y gobernaciones. De acuerdo con esto podíamos elegir al funcionario de nuestra preferencia y paralelamente comenzaron a surgir los movimientos vecinales independientes, pero la experiencia fue breve porque la revolución bolivariana cambió radicalmente el panorama. El país dividido entre chavismo y antichavismo obligaba a que los votantes condicionáramos nuestro voto a esa división, única manera de conquistar o conservar los espacios políticos. No estaría hoy tan segura de que fuera así, pero en cualquier caso lo creíamos y votamos en consecuencia.

Con el pasar del tiempo los escenarios son otros. Durante estos 23 años las convocatorias electorales se convirtieron en un acto casi mecánico para todos, antichavistas, chavistas y abstencionistas, y lo que ha cambiado es que esa suerte de confianza y entrega hacia aquellos que nos representan se ha ido fatigando, y el público quiere algo más allá de un alcalde antichavista, o si es el caso, chavista. Empezamos algunos a esperar que quienes se proponen para el cargo merezcan la oportunidad y tengan algo más que decirnos aparte de cuál es su bando político. Y para colmo como la pertenencia partidista se ha complicado mucho con el asunto de los “alacranes” y otros tropiezos, los candidatos se sienten satisfechos con solo decirnos, soy chavista, o no lo soy, así que cree en mí. Muestran una identidad política cada vez más vaga y sin matices a la vez que parecen ignorar el desfase entre los políticos y la gente común.

“Lo de ‘soy fiel al comandante’, o ‘soy demócrata desde chiquito’, comienza a ser una tarjeta de presentación insuficiente. Tampoco quisiera que se entendiera esto como que vale lo mismo un demócrata que un no demócrata”

El caso es que con tantas trágicas situaciones en las que ha derivado el país, los vecinos queremos (necesitamos) que quien tenga algo de poder político lo ponga en práctica para el bien de todos, así sea en una pequeña esquina de tanta desgracia. Es decir, lo de ‘soy fiel al comandante’, o ‘soy demócrata desde chiquito’, comienza a ser una tarjeta de presentación insuficiente. Tampoco quisiera que se entendiera esto como que vale lo mismo un demócrata que un no demócrata, y que la conflictiva política haya terminado. Sigue allí y no ha mejorado demasiado, pero no es aceptable que se siga utilizando como pasaporte para entrar en cualquier parte. Los funcionarios, chavistas o no, deben demostrar que se presentan a la elección para un cargo público porque suponen que tienen algo que aportar a la sociedad en su conjunto, y en particular en el territorio que aspiran a representar, y por lo tanto están dispuestos a aceptar las comprobaciones y equilibrios de su gestión. Y eso, por el momento, no se ve por ningún lado. Lo primero sería deseable una agenda de gestión que no sea ni una lista de regalos, ni una aglomeración de buenos e imposibles propósitos; algo tan sencillo como un diagnóstico de las principales necesidades del municipio al que aspiran representar, y las posibles acciones a tomar en un determinado plazo. Eso nos permitiría decir, valió la pena votar por usted, o, contigo más nunca. Pero debe ser muy complicado porque nadie la presenta y las campañas se reducen a consignas emotivas.

La situación se ha ido complicando y aparecen problemas y circunstancias imprevistas, o simplemente desatendidas. Una de ellas es que la desinstitucionalización de la República ha derivado entre otros desastres en considerar el incumplimiento de la ley como asunto normal, y una de sus consecuencias es que muchos han decidido ignorar la pertinencia de las leyes que regulan el tránsito. ¿A quién le importa que atropellen a una persona mayor, o a un niño, o a un peatón desprevenido que ignora que el tránsito no se rige por el semáforo sino por el grito de “dale, que no viene carro”? Y además no tiene nada de raro circular sin placa, o sin casco, ni estacionarse en las aceras ni ignorar las señales, o conducir en estado de ebriedad, y un largo etcétera que en otros países ocasiona, además de una costosa multa, el aumento de la prima del seguro obligatorio, la pérdida de la licencia e incluso la cárcel.

De otros temas relacionados con las disposiciones municipales, consigno uno bastante reciente. Se quema completo un edificio en una zona de alta densidad de Caracas, pasan los días y no sabemos si el local donde se originó el incendio tenía en orden los permisos y condiciones para almacenar productos altamente inflamables, ni cuales disposiciones de seguridad contra incendios pudieran haberse violado, y en consecuencia si hay responsabilidades (legales, no morales, que es otra cosa), o simplemente se archiva el incidente en el apartado de “cosas que pasan”. Y ya, para terminar por hoy, la matanza de árboles que viene sucediendo en los cinco municipios de la ciudad capital. No hay respuesta de ninguna de las alcaldías, no hay explicaciones, nadie se hace responsable por el arbolado urbano, nadie parece conocer su importancia ecológica, los taladores dicen que ellos no saben, siguen órdenes. Y eso es todo. Les aseguro que no soy abstencionista solo una votante perpleja.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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