En la aldea
19 enero 2025

Elogio al quietismo

Cuando la política es colonizada por el cinismo, el oportunismo, y los sofistas de la mentira, es mucho más fácil para los revolucionarios percolar desde la institucionalidad. Entre reformadores y revolucionarios, América Latina y en particular Venezuela, se inclinan por los segundos. “Es una inmadurez crónica, salvaje y perpetua”. Y aunque los venezolanos venimos del futuro, parece que no servimos como mal ejemplo. Si para superar las dificultades y conquistar el bienestar se necesita avanzar, ¿qué esperan obtener los países que quieren transitar caminos ya andados y fracasados?

Lee y comparte
Ezio Serrano Páez | 28 febrero 2022

Dos anécdotas ocurridas en las montañas de los andes venezolanos se nos vienen a la mente al reflexionar sobre la afiebrada búsqueda de cambios sin considerar el sentido y las consecuencias de tales cambios. Cambiar sin reparar en el por qué ni para qué, conjuros de brujo aprendiz. La primera historia se desarrolló a principios de los años ‘80 en un cerro Merideño: Nos aproximamos al rancho de un campesino para ofrecerle las maravillas de la alfabetización mediante el método Paulo Freire; no sólo lo íbamos a completar enseñándole a leer y escribir; también ofrecíamos liberarlo de la odiosa educación bancaria y los atavismos culturales que lo amarraban a la pobreza.

Un portón desvencijado, varias gallinas sueltas, un cochino realengo de mediano engorde y varias herramientas de labor agrícola descuidadas en el patio, fueron estimulantes para romper el hielo e iniciar la conversación:

Paisano, ¿no le preocupa que le puedan robar sus animales y sus herramientas siendo este lugar tan solitario?

La respuesta del campesino iletrado descolocó al presumido universitario, engreído reparador de un mundo alienado:

¡Que va muchacho! A nosotros nos cuida Dios, y si a él se le pasa porque anda muy ocupado, pues nos cuida la patrona… la Virgen del Carmen bendita.

Aunque los roba gallinas y roba cochinos existen desde tiempos bíblicos, en las montañas andinas faltaban algunos años para hablar de “inseguridad con hampa desbordada”. Para citadinos ateos como nosotros, resultaba chocante aquella manifestación de fe. Pero no observamos la paradoja de unos  “agentes liberadores”, de los atavismos religiosos, apoyados en Paulo Freire, un personaje emparentado con la Teología de la Liberación. Ya entendíamos algo de Maquiavelo por lo cual, tal teología nos parecía adecuada como medio para lograr nuestros fines revolucionarios o de cambio radical.

La segunda anécdota ocurrió en el año 2007 cerca de Pico El Águila, estado Mérida. Un grupo identificado como Frente Patriótico del Páramo se atribuyó la destrucción de un monumento al doctor Ernesto “Che” Guevara. Días después, un periodista de la provincia le pregunta a un campesino de Timotes, ¿qué opina sobre aquél escandaloso acontecimiento?

Pues… nosotros cuando vamos a pedir un milagro por la salud de un familiar o amigo, no subimos a Pico El Águila. Bajamos hasta Isnotú y  le pedimos al doctor José Gregorio Hernández que nos haga la curación.

Los cambiadores del mundo fracasaban estrepitosamente en su empeño por meter de contrabando la figura del legendario guerrillero asimilado como “médico de los pobres”. La idea del cambio radical ha tenido más éxito entre jóvenes universitarios latinoamericanos que entre los iletrados campesinos del Páramo, aferrados a la propiedad de la tierra escasa. Una verdadera incitación a la curiosidad sociológica. ¿Será que un dogma sólo puede ser enfrentado con otro?

Desafortunadamente los “rezagos” culturales no siempre han frenado los febriles impulsos de los cambia todo. La humanidad parece no asimilar las lecciones aportadas por millones de muertos y torturados por la Revolución Cultural China; los paredones de fusilamiento en Cuba; el Holodomor en Ucrania; o el genocidio perpetrado por los Jemeres Rojos, para no recordar la Solución Final alemana. De haber aprendido la lección, ante tantos desastres provocados por la idea del cambio radical, hoy los revolucionarios y caudillos salvadores serían considerados una auténtica plaga y no encontrarían audiencia.

“De haber aprendido la lección, ante tantos desastres provocados por la idea del cambio radical, hoy los revolucionarios y caudillos salvadores serían considerados una auténtica plaga y no encontrarían audiencia”

Las sociedades modernas hicieron suyo el principio de la neurosis: cambiar para permanecer. Se confiaba en la razón y su inevitable marcha hacia la libertad. La experiencia de la Revolución Francesa nos aportó la valiosísima lección de una sociedad que en su pretensión de cambiarlo todo apoyándose en la razón y la libertad, llegó a suprimir al individuo para crear el hombre nuevo. Más tarde Nietzsche expondría la muerte de Dios. Debía morir para cambiar desde la raíz. El campo quedó abierto para el surgimiento del  superhombre, un neurótico e insatisfecho hasta con su propia sombra. Luce oportuno recordar lo dicho por John Gray a propósito de la muerte de Dios:

En ausencia de un poder como ese, el devenir humano podría terminar volviéndose caótico y no habría relato posible que lograra satisfacer la necesidad de darle sentido. Empeñados en huir de esa perspectiva, hay ateos que buscan sustitutos del Dios que han desechado”.

El principio de la neurosis, cambiar para permanecer, parece verse constreñido por la amenaza del caos. Pero eso no pone fin a la ansiedad desatada pues se requiere con urgencia un sustituto de Dios. Ha de ser esa la causa del surgimiento de los novísimos cambia todo con engañoso ropaje de reformadores sociales. Los cambia todo ahora son reformadores ecologistas, progresistas, feministas, pacifistas, antisexistas. Los antitodo cubren un espectro tan vasto como el vacío existencial que cabe en un agujero negro. Desde los Antifa hasta los veganos, pasando por los antitaurinos y los jurados enemigos de la ganadería debido a los pedos de las vacas porque contribuyen con el calentamiento global, dadas sus emanaciones de CO2.

Imposible vivir sin la ansiedad de una amenaza definitiva. Cuando parecía que la calma y prudencia de los reformadores sociales se impondría sobre los peores cambiadores, (los revolucionarios), nos surgen los antitodo, tan neuróticos como los adoradores de Lenin, el Che, Mao o Chávez. Pero ya es una patología histórica el caso latinoamericano. Entre reformadores y revolucionarios, América Latina y en particular Venezuela, se inclinan por los segundos. Es una inmadurez crónica, salvaje y perpetua. Sociedades más avanzadas que las nuestras han logrado grandes cambios con menores traumas. Lo han hecho a fuerza de reformas, sin esperar un diluvio.

Los revolucionarios ya saben que apestan, por ello se cuelan en las instituciones como reformadores, aunque su dogma revolucionario permanece intacto. Y allí van los latinoamericanos, tras los espejismos de cambios “añorados”, aunque produzcan desastres ya vividos. Y aunque los venezolanos venimos del futuro, igual no servimos ni como mal ejemplo, al parecer otros añoran los malos pasos que hemos dado. Haciendo uso del cinismo hoy en boga, le respondería a un chileno, colombiano, hondureño o peruano: Para cambiar a lo venezolano, prefiero morir congelado en la quietud de un agujero del tiempo.

Debe ser que los años nos vuelven conservadores, escépticos y cautelosos. Pero cuando la política es colonizada por el cinismo, el oportunismo, el ladronismo y los sofistas de la mentira, es mucho más fácil para los revolucionarios percolar desde la institucionalidad. Nada se salva de la desconfianza general. Ni la razón, ni las celebridades que dicen defenderla, mucho menos los “expertos” que terminan edulcorando mentiras. Y es que se  requiere de mucha petulancia y arrogancia para creerse capaz de desmantelar el mundo para luego rearmarlo de acuerdo con nuestros propios prejuicios. Sobre todo cuando los que proponen los cambios nos son capaces de cambiarse a sí mismos.

Lee y comparte
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
Más de Opinión