En la aldea
24 abril 2024

Cultura de la cancelación o cancelación de la cultura

En la actualidad hay sobrados ejemplos en la costumbre extendida de cambiar los nombres de los lugares públicos que recuerdan o exaltan determinado período o personaje histórico. Estas prácticas en sentido amplio forman parte de la llamada “cultura de la cancelación”. La autora hace una reflexión con personajes del mundo de las artes, para evidenciar que desde las redes sociales el individuo disuelve su responsabilidad en el colectivo, y donde los grados de injusticia y venganza pueden ir desde la legítima defensa de los Derechos Humanos hasta el linchamiento moral como crimen de odio. Pero, ¿quién define lo moralmente correcto?

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Ana Teresa Torres | 11 abril 2022

Probablemente sean muy pocas las culturas que no dispongan de algún método para excluir a los indeseables de la tribu. En la Antigua Grecia, por ejemplo, se ejercía el ostracismo, que consistía en confinar en el destierro a quien fuera un enemigo político. En el uso actual el término se refiere a someter a alguien a la exclusión y apartamiento de actos o reuniones, lo que coloquialmente se conoce como hacer el vacío. En Roma existía la práctica de la damnatio memoriae, es decir, el daño a la memoria de los enemigos del Estado, que se traducía en eliminar todo aquello que recordara al condenado en imágenes, inscripciones, monumentos, y hasta su nombre. En la actualidad hay sobrados ejemplos en la costumbre extendida de cambiar los nombres de los lugares públicos que recuerdan o exaltan determinado período o personaje histórico, y que con el tiempo concitan el rechazo, o simplemente dependen del gusto del gobernante. En Venezuela pueden citarse, entre muchos de los ocurridos en el siglo XXI, el de la Avenida José Antonio Páez por Avenida Teherán, o el derribo de la estatua de Cristóbal Colón, ambos en Caracas. Estas prácticas en sentido amplio forman parte de la cultura de la cancelación, pero en sentido estricto el fenómeno al que me quiero referir surgió hace unos diez años en las redes sociales y tiene varios niveles que resulta importante distinguir.

Un primer nivel es la demostración del descontento hacia alguien, como puede ser simplemente evitar a esa persona porque rechazamos su manera de ser, sus opiniones, sus actos, y es parte de la libertad personal de tratar a quiénes nos gusta e ignorar a quiénes nos disgusta. Aunque cada cual puede ejercer su cultura de cancelación personal, la manifestación de descontento de la que me estoy ocupando es principalmente la dirigida hacia personajes públicos. Puede estar acompañada de actos conocidos como escrache, que generalmente tienen lugar frente a la vivienda o el lugar institucional que identifica al personaje, y van desde la simple concurrencia hasta el insulto o el deterioro material del espacio. También se convocan escraches verbales a través de las redes sociales. Dicho todo esto, es necesario añadir que ni la cancelación ni el escrache por sí solos son protestas válidas. Como cualquier conducta humana, y más las que son acciones ejercidas por la masa donde el individuo disuelve su responsabilidad en el colectivo, los grados de injusticia y venganza pueden ir desde la legítima defensa de los Derechos Humanos hasta el linchamiento moral como crimen de odio.

“Evitar a esa persona porque rechazamos su manera de ser, sus opiniones, sus actos, es parte de la libertad personal de tratar a quiénes nos gusta e ignorar a quiénes nos disgusta”

Una definición de cultura de la cancelación es la de acción que quita el apoyo, anula o bloquea a personas o entidades que representan una opinión, postura ideológica o acto que se considera repudiable, y en algunas ocasiones es además un delito. Los casos son tantos que escogeré solamente tres, uno como ejemplo de opinión repudiada: la escritora británica J.K. Rowling (1965), creadora de Harry Potter; otro el de un acto condenable y aceptado como delictivo por el propio protagonista: el cineasta polaco francés Roman Polanski (1933), autor de una extensa lista de obras, entre ellas El pianista, por la que ganó el Oscar al Mejor Director en 2003; y un tercero como obra cuestionable, las novelas de la escritora estadounidense Toni Morrison (1931-2019), primera mujer afroamericana en obtener el Nobel de Literatura en 1993, además de otros prestigiosos reconocimientos en su país. Comencemos por este último.

En el informe anual de la American Library Association se registran las solicitudes de prohibición de libros en las bibliotecas y escuelas de Estados Unidos. Esto significa que las autoridades escolares por su propia iniciativa o por presión de los padres de los alumnos pueden retirar los ejemplares cuestionados del catálogo y de la biblioteca. Es una suerte de índice de libros prohibidos pero limitado a la institución en la cual la petición ha sido aprobada. Entre las lecturas censuradas destacan dos novelas de Toni Morrison: The Bluest Eye (1970) y Beloved (1987). Las razones argumentadas versan acerca del contenido sexualmente explícito, con descripciones gráficas y lenguaje perturbador, además de la exposición de la esclavitud negra (es frecuente que la diversidad racial sea considerada un tema cuestionable). Además, en favor de su cancelación algunos argumentan que las novelas de Morrison contienen una agenda oculta de ideas sociocomunistas.

J.K. Rowling, la mujer que pasó de recibir ayuda social del Estado para sostener a sus hijos a levantar una fortuna que actualmente se calcula en 1.000 millones de dólares estadounidenses producto de sus creaciones literarias y producciones cinematográficas, es hoy una persona “cancelada” por muchas agrupaciones y personalidades. Se define como feminista y políticamente de izquierda, en su juventud trabajó como investigadora en Amnistía Internacional, y es hoy una filántropa que sostiene diferentes causas, la mayoría relacionadas con las mujeres y niños en riesgo, y también la atención de enfermedades tales como la esclerosis múltiple, de la que murió su madre, y el coronavirus. Lo curioso es que los ataques que recibe provienen de fuentes ideológicas bastante contradictorias entre sí. En Estados Unidos es fuertemente atacada por los cristianos conservadores, para quienes sus libros son textos paganos y promotores de brujería, y han logrado prohibirlos en diversas bibliotecas y escuelas. Y por otro lado, Kerry Kennedy, hija del senador Bob Kennedy, demócrata y activista de derechos humanos, la criticó abiertamente por sus posiciones acerca de las personas transgénero, considerándola indigna de haber recibido el Premio de Derechos Humanos de la fundación Robert F. Kennedy; acusación que la escritora contestó devolviendo el galardón.

“Aunque cada cual puede ejercer su cultura de cancelación personal, la manifestación de descontento de la que me estoy ocupando es principalmente la dirigida hacia personajes públicos”

La cancelación de Rowling se origina en la circunstancia de que varias asociaciones pro derechos de las personas transgénero la consideran transfóbica. El asunto se inició en las redes sociales por algunos tuits de la escritora que, en opinión de estas asociaciones y algunos individuos, la convierten en Terf (por sus siglas en inglés): feminista radical transexcluyente. Efectivamente, había tuiteado a favor de una investigadora que perdió su trabajo porque fue considerada transfóbica, “Vístete como quieras. Llámate como quieras. Acuéstate con cualquier adulto de forma consentida. Vive tu vida lo mejor posible en paz y a salvo. ¿Pero obligar a las mujeres a dejar su trabajo por afirmar que el sexo es real?”. También participó en una polémica con motivo de un tuit en el que se hablaba de “las personas que tienen la menstruación”, a lo que contestó irónicamente que para designar a esas personas antes existía una palabra. “Si el sexo no es real, la realidad vivida por las mujeres se borra. Conozco y quiero a las personas trans, pero borrar el concepto de sexo elimina para muchos la capacidad de comprender sus vidas”, añadió. Estos, y seguramente otros incidentes, han despertado reacciones. Una de ellas fue un escrache frente a su vivienda en Edimburgo en el cual los manifestantes emitían por las redes imágenes de la casa y su dirección física. En el mundo de su producción artística han comenzado también las señales de cancelación. Algunos festivales de libros han retirado sus obras, y se da el caso de actores que lograron la fama interpretando sus personajes desde la infancia, como Daniel Radcliffe y Emma Watson, ahora se han distanciado de ella y así lo expresan en sus declaraciones a la prensa. En el pasado vigésimo aniversario de Harry Potter, Return to Hogwarts, la escritora fue invitada a participar, pero prefirió sustituir su presencia por imágenes de archivo de HBO Max.

El tercer caso es el de Roman Polanski y abre una perspectiva más compleja que los dos anteriores en los que las protagonistas son acusadas por sus opiniones e ideologías. Polanski cometió un delito por el que fue detenido, del que se confesó culpable, y después de 42 días en libertad condicional, efectuado el pago a la demandante según los acuerdos entre los abogados, sin cumplir la totalidad de la pena, huyó de Estados Unidos a donde no ha podido regresar porque es prófugo de la justicia de ese país. Fue acusado de violación con engaño y drogas, lo que negó la defensa admitiendo que sostuvo relaciones sexuales con una menor. Todo esto ocurrió en 1977, la víctima tenía entonces13 años, y ha sido entrevistada múltiples veces por este asunto, que ha pedido a los medios y a los tribunales dejar atrás para que ambos, Polanski y ella, puedan continuar con sus vidas. En el curso de estos 45 años han surgido otras denunciantes por razones similares, aunque no han cursado demandas legales, y el propio denunciado ha admitido públicamente que siente atracción sexual por las muchachas muy jóvenes, pero niega haberlas violado. En 2018 Polanski fue expulsado de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Los Ángeles, que se ha negado a admitir sus peticiones de reincorporación. No ha dejado de obtener premios en los más importantes festivales del mundo, pero ha sido repudiado por el público y en ocasiones por los miembros del jurado, como fue el caso en 2019 cuando obtuvo el Gran Premio del Jurado de Venecia por El oficial y el espía, y la cineasta Lucrecia Martel, presidenta del jurado, y otros, se negaron a asistir a la entrega. En ocasiones ha sido él mismo quien se ha abstenido de participar. Sus filmes están prohibidos legalmente en Estados Unidos, donde continúa abierta su causa, y sus producciones más recientes son de difícil acceso en las principales plataformas de proyección por streaming.

En resumidas cuentas, estos casos abren unas cuantas preguntas éticas. La creación, ¿debe acompañarse de una postura moralmente correcta por parte del creador?, ¿quién define lo moralmente correcto?, ¿son el autor y la obra igualmente susceptibles de repudio y castigo?, ¿debe condenarse a la cancelación una obra por las ideas que contiene o por la conducta del creador? En el caso de condenas legales, ¿la pena jurídica es insuficiente sin el castigo moral?

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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