En la aldea
09 octubre 2024

A favor de la escritura

La escritura es sentimiento, es darle un motivo a lo que leemos y esto es posible porque las palabras, que llegaron primero que la fuerza de lo escrito, se hacen voz dentro de cada lector. Ese eco, que el autor con la sutileza de quien enseña lo relata, va hasta el principio. La fe y su experiencia de lo vivido se hacen presentes en esta cuarta entrega del “Curso de lectura lenta”. Y nos revela: “Jesucristo aparece una sola vez leyendo y una sola vez escribiendo”. Los Evangelios toman cuerpo cuando la experiencia de la escritura tiene la impronta de llevarnos en el tiempo a la añoranza, la familia, y la escuela.

Lee y comparte
Federico Vegas | 19 junio 2022

Siglos después de popularizarse aquellas tablillas de arcilla húmeda donde se hacían incisiones para dejar registro de bienes y negocios, la palabra hablada continuaba teniendo más fuerza que la escrita. La lectura solitaria y silenciosa era considerada algo extraño, misterioso. Hacía falta leer el texto en voz alta para que adquiriera sentido y vida propia, tal como hacen los niños cuando se adentran en sus primeros libros. En uno de los capítulos de sus Confesiones, San Agustín observa estupefacto, pero con admiración y respeto, la peculiar manera de leer que tenía su venerado maestro, San Ambrosio.

Cuando leía sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía su mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas. A menudo me hacía yo presente donde él leía, pues el acceso a él no estaba vedado ni era costumbre avisarle la llegada de los visitantes.

Yo permanecía largo rato sentado y en silencio, pues, ¿quién se atrevería a interrumpir la lectura de un hombre tan ocupado para echarle encima un peso  más? Y después me retiraba, pensando que para él era precioso ese tiempo dedicado al cultivo de su espíritu lejos del barullo de los negocios ajenos y que no le gustaría ser distraído de su lectura con otras cosas. Cualquiera que haya sido la razón de su silencio, buena tenía que ser en un hombre como él.

Había algo mágico e intimidante en las letras sustentado por el simple hecho de que muy pocos sabían escribir. En algún texto sobre la historia de La Española, leí que los indios taínos al servicio de los conquistadores, cuando les encargaban servir de correos, llevaban el mensaje escrito en la punta de una vara, como si fuera algo peligroso, fantasmagórico.

Actualmente, alrededor de dos tercios de los países del mundo tienen más del 85% de sus habitantes alfabetizados. Imaginemos los porcentajes en tiempos de Sócrates y, tres siglos después, en la Judea de Jesucristo. Quizás escribir era algo tan inusual que los más ricos y poderosos lo considerarían una rareza, un oficio propio de un subordinado.

A favor de la escritura

“Tanto en su nacimiento como en su muerte hay episodios donde sentimos la fuerte presencia de esa obsesiva fe por la escritura”

Las opciones de nuestros remotos antepasados eran muy limitadas: escucharon a Sócrates o tuvieron que esperar la versión de Platón; asistieron a los sermones de Jesús o se conformaron con los Evangelios escritos después de su muerte (en el caso del de San Juan, medio siglo más tarde).

Vamos a acercarnos a estos dos pensadores que por unos 2.000 años han reinado en el mundo de los libros impresos y, sin embargo, no conocemos una sola línea que ellos mismos hayan escrito.

En mi superficial lectura de los cuatro Evangelios llamados “canónicos”, encuentro que Jesucristo aparece una sola vez leyendo y una sola vez escribiendo. Confieso que prefiero los Evangelios calificados de “apócrifos”, plenos de pasajes más divertidos e insólitos. Uno habla de los milagros que Jesús hacía en la carpintería de su padre, tan sabio como corto de vista. Parece ser que el pequeño aprendiz no solo era capaz de ajustar una pieza de madera cuando quedaba larga, también estiraba las que estaban cortas.

En el Evangelio llamado “del pseudo Mateo”, Jesús aparece leyendo cuando es apenas un niño:

Una vez que entró en la escuela, tomó el libro de la mano del maestro que enseñaba la Ley y en presencia de todo el pueblo comenzó a leer, pero no lo que estaba escrito en el libro, sino que hablaba inspirado por el Espíritu de Dios, como cuando un torrente brota de una fuente viva, que siempre permanece llena. Enseñaba con tanto valor las grandezas de Dios al pueblo, que el mismo maestro, cayendo en tierra, lo adoró.

Resumiendo: no sabemos si el niño sabía leer o más bien inventaba.

El único episodio “canónico” en el que Jesús aparece leyendo un texto nos lo ofrece San Marcos. En esta escena lo encuentro menos inspirado que en la escuela de su infancia:

Entró el sábado a la sinagoga y se puso en pie para leer y se le dio un libro del profeta Isaías. Desenrollando el libro encontró el pasaje donde está escrito: “El Espíritu del Señor me ungió para dar a los pobres la buena noticia; me ha enviado para anunciar a los cautivos su liberación, dar a los ciegos la vista y liberar a los oprimidos”. Y, después de enrollar el libro para dárselo al asistente, se sentó. Los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él y comenzó a decirles:

Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros propios oídos.

Jesús está leyendo sobre sí mismo. El hijo de Dios recurre a un texto que lo antecede para dar sustento a su credibilidad. Sucede que lo escrito es indiscutible, ineludible, inexorable, incluso fatalista. Cuando le preguntan:

¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?

Responde con otra pregunta:

¿Qué está escrito en la Escritura?, ¿qué lees en ella?

Utilizará esta misma estrategia al impartir sus enseñanzas. Al hablar con los amigos y al enfrentar a los enemigos se repiten una y otra vez las mismas frases: “Esto ha ocurrido en su totalidad para se cumplan las Escrituras de los profetas”; “no vine a abolir la Ley sino a cumplirla”; “estos son días de castigo para cumplir todo lo escrito”; “la Escritura no puede ser quebrantada”. Se incluye esta fórmula hasta en actividades muy sencillas: “Y cuando Jesús encontró un pollino, lo montó, tal como está escrito”.

A favor de la escritura

“No tomen mi palabra sobre lo que yo digo de mí. Miren lo que Isaías predijo acerca del Mesías, y entonces vean si lo estoy cumpliendo”

Palabras de Jesús

Lo curioso es que los principales y más enconados enemigos de este hombre apegado a las escrituras sean los escribas. Los Apóstoles colocan a Jesús en otra categoría: “el Maestro enseña como quien tiene autoridad, no como los escribas”. A su vez, los escribas detestan al Maestro: “¿Por qué habla este así?”; “tiene a Belcebú y echa a los demonios mediante el jefe de los demonios”.

Jesús no permanece indiferente:

Guárdense de los escribas, que quieren pasear con vestidos de gala, saludos en las plazas, puestos de honor en las sinagogas y banquetes; que devoran las fortunas de las viudas y en apariencia rezan mucho. Ellos alcanzarán la más importante condena.

Me impresiona que Jesús coloque lo ya escrito incluso sobre lo que él mismo es capaz de comunicar:

No tomen mi palabra sobre lo que yo digo de mí. Miren lo que Isaías predijo acerca del Mesías, y entonces vean si lo estoy cumpliendo.

Son varios y variados los momentos en que compara su propia presencia y mensaje con las escrituras, y siempre estas prevalecen:

Ustedes las rastrean porque mediante ellas piensan obtener la vida eterna, y, aunque ellas son las que dan testimonio sobre mí, no quieren venir a mí para alcanzar la vida eterna. No crean que yo los acusaré ante el Padre; quien los acusará será Moisés, en el que ustedes han tenido esperanzas. Si creyeran en Moisés, creerían en mí; pues él escribió sobre mí. Pero si no creen en sus Escrituras, ¿cómo van a creer en mis palabras?

Quisiera explicar lo difícil que me resulta este tema. Nací y he vivido buena parte de mi vida bajo el peso de Jesucristo. Apenas aprendí hablar le susurraba hasta quedarme dormido: “Jesusito de mi vida tú eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón”. Creo haber sido más miedoso que religioso. Luego pasé por comuniones y confesiones, miles de misas siendo vigilado por jesuitas, incluyendo la de mi matrimonio, y ya estoy imaginando cuál de mis tres hermanas propondrá que me den la extremaunción. Jesucristo ha sido el protagonista de mi más absoluta y ciega fe, luego de mi mayor desilusión, incluso conmigo mismo, culpándome por no creer para luego disolverme y hundirme en el vacío del escéptico (que tanto tiene de séptico). El caso es que Jesús, de ser el sustento de mis creencias ha pasado a ser el bastión de mi incredulidad. Citarlo aquí como un personaje histórico, y ya no como un recuerdo histérico, debería ser un alivio, pero me resulta agotador. Por esta razón acudo emocionado a un episodio que me parece más literario que sacro, un buen cuento muy cinematográfico, con drama y giro, misterio y enseñanzas. Este pagano punto de vista le ha dado más placer y profundidad a mis lecturas de los Evangelios. Ya veremos en un próximo ensayo que una de las posibles etimologías de la palabra religión, es relegere, un verbo latino que sugiere una lectura cada vez más profunda que nos revela posibilidades insospechadas. La relectura es contraria a la convicción de que algo es cierto por estar escrito. Insisto en que leer puede ser una manera de dudar y entonces ahondar. Total, estamos solos y no tenemos que convencernos.

Vamos ahora a la maravillosa escena que se dio frente a un templo y bajo un cielo luminoso:

Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio del grupo y le dicen:

Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?

Esto lo decían para tentarlo y tener de qué acusarlo. Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra, pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.

E inclinándose de nuevo continuó escribiendo en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer. Incorporándose Jesús le dijo:

Mujer, ¿dónde están todos?, ¿nadie te ha condenado?

Ella respondió:

Nadie, Señor.

Jesús le dijo:

Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.

Nunca sabremos qué escribió Jesús en el polvo de un patio en el templo de Jerusalén. Con ese silencioso enigma dominó a los escribas, tan temerosos como ignorantes de lo que había escrito Jesús.

A favor de la escritura

“Hacía falta leer el texto en voz alta para que adquiriera sentido y vida propia, tal como hacen los niños cuando se adentran en sus primeros libros”

Tanto en su nacimiento como en su muerte hay episodios donde sentimos la fuerte presencia de esa obsesiva fe por la escritura. Aún no existe y Herodes manda llamar a los príncipes de los sacerdotes para preguntarles: “¿Qué hay escrito sobre el Mesías?, ¿dónde ha de nacer?”, y estos le responden:

En Belén de Judea, pues así está escrito.

Cuenta San Juan que unas tres décadas más tarde Pilato colocó sobre la cruz del profeta de sí mismo un cartel en hebreo, latín y griego en el que se leía: Jesús de Nazaret, rey de los judíos. Los sumos sacerdotes le reclaman a Pilato:

No escribas‘El rey de los judíos, sino El que decía ser rey de los judíos’.

Pilato les responde cerrando el asunto:

He escrito lo que he escrito.

¿Por qué un romano, miembro del orden ecuestre y quinto Prefecto de la provincia romana de Judea, emplea esta agresiva reiteración? Resulta evidente que no era solo el estilo de Jesús, también el de los tiempos en que vivió. Quizás era una visión más judía que romana y puede que incluso más cristiana que judía, pues estamos lidiando con los textos de un movimiento naciente y muy consciente de sus necesidades para sobrevivir e imponer, mediante la escritura, una nueva versión de cómo se presenta y se revela un Dios en la tierra.

Lecturas sugeridas:

La variedad que nos ofrecen los Evangelios (en griego “buenas noticias”) se presta a establecer comparaciones. Por suerte no prosperaron las tendencias a unificarlos, así que podemos elegir la versión que más nos emocione y cautive.

El de Marcos es el que más insiste en curaciones, exorcismos y una resurrección. Ignora el nacimiento y la infancia de Jesús.

El de Mateo fue el favorito de Pier Paolo Pasolini y la base de su película sobre la vida de Jesús. Plantea una gesta internacional: “Vayan y hagan discípulos en todas las naciones, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

El de Lucas es el que tiene más pretensiones y términos médicos, aunque incluye un episodio difícil de comprobar clínicamente: la ascensión.

El de Juan es el más diferente a los demás. Ya ha pasado medio siglo de la muerte de Jesús y su historia es conocida, lo que le permite a Juan adentrarse en temas más poéticos.

Ya les decía que prefiero los Evangelios “apócrifos”. Siempre he sido reacio a lo “canónico”. Entiendo que se viva “conforme a las reglas”, pero, a la hora de leer y pensar, podemos tomarnos algunas libertades. Puede que los Evangelios “canónicos” no sean los más ciertos, sino los más convenientes. Lo apócrifo a veces se oculta por falso, pero también por peligroso o excesivamente sugerente e incontrolable. Lo cierto es que hay para escoger. Está el Evangelio de María Magdalena, quien quizás era la hermana de Lázaro. María relata el diálogo que mantuvo con Jesús después de su resurrección. Este testimonio es rechazado por Andrés y por Pedro, quienes dudan de que Jesús haya preferido a una mujer antes que a ellos para hacerle revelaciones secretas.

Lee y comparte
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
Más de Opinión