“¿Ese señor es realmente el Fiscal General de Venezuela?”, me preguntó el corresponsal en Miami de la agencia de noticias mexicana Notimex, porque no lograba entender cómo Ramón Escovar Salom utilizaba un evento destinado a recuperar la confianza en la Venezuela, post golpe 4F, para agredir al presidente Carlos Andrés Pérez (CAP) y su gobierno.
Era un foro lleno de inversionistas internacionales, de representantes del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y de periodistas de medio planeta, el que aprovechó el fiscal Escovar para desde la tarima llamar corrupto a Pérez varias veces, dibujar un panorama desolador sobre Venezuela y dejar la peor de las dudas en el auditorio: “¿Se puede seguir invirtiendo en ese país gobernado por semejante bandido?” Lo dijo luego de que Enrique Iglesias, presidente del BID, había defendido la política económica de Pérez, mostrado las cifras de crecimiento de Venezuela, “una de las mayores en el Continente”, y de que los japoneses anunciaban un acuerdo millonario para el sector gasífero.
Poco después un periodista de Telemundo logró entrevistar a Hugo Chávez en la Cárcel de Yare y Rubén Aharonian, Jefe de Redacción de la agencia de noticias Venpres (donde yo laboraba como corresponsal en Miami), me llamó para exigirme que consiguiera una copia de esa entrevista, que ya tenía cuadrado a alguien en un vuelo Miami-Caracas de Viasa para que la enviara y que la buscara con urgencia para mandarla lo más pronto posible. Gracias a un contacto venezolano en la estación de TV, logré lo imposible: que me dieran una copia en tiempo récord y llevarla hasta el Aeropuerto para entregarla al contacto de Viasa. Al día siguiente me llamaron de Venpress para decirme que la grabación nunca llegó, mientras en Viasa me insistían en que sí la llevaron y que se la entregaron a dos funcionarios y punto.
Ya con Chávez en el poder Aharonian se descubrió chavista, siguió trabajando en ese gobierno y yo me quedé con la duda hasta el sol de hoy. ¿Para qué usaron esa entrevista que tanto me costó conseguir, para mostrársela a quién y difundirla dónde?
En una de las veces que lo entrevisté, el presidente Pérez (como le seguían diciendo) me contó detalles de su salida de Miraflores en pleno golpe. Que se fue con Iván Carratú Molina -de Casa Militar- al estacionamiento y buscaron el carro más feo, un auto que él mismo condujo para escapar sin despertar sospechas. Pero en medio de la huida, Luis Alfaro Ucero se guindó de la ventana del vehículo porque quería irse con ellos, “pero le dije que no cabía y por eso me detesta”, me contó Pérez.
Y henos aquí, a casi 100 años de su nacimiento, desenredando esa madeja infinita de conspiraciones, ambiciones, odios personales y pequeñas venganzas que marcaron la vida política de CAP y culminaron en su destitución, en esa “otra muerte”, como la llamó, sin que ninguno de sus enemigos íntimos haya tenido el coraje de decir cómo participó, cuánto cobró y sobre todo cuán equivocado estuvo al ayudar a imponer un régimen que ha llevado el país al fracaso.
Conspiración que metió en un mismo saco a los grandes capitales -que temían la reforma tributaria que se les venía encima-, los dueños de los medios de comunicación más importantes del país, militares que en su vida habían administrado nada, una porción de Acción Democrática que se sentía excluida en la repartición de la torta del Poder, más el “chiripero” de partidos que acompañó a su archienemigo Rafael Caldera, algunos de los cuales están hoy cómodamente instalados en el poder haciendo nada, como siempre.
Todo eso y más fue necesario para intentar enterrar políticamente a Carlos Andrés Pérez. Pero la realidad -siempre tan fastidiosa- se ha encargado de resucitarlo para que reconozcamos en Pérez a uno de los pocos líderes serios con que ha contado Venezuela en su era democrática. El hombre que jamás evadió ni tuvo temor de la prensa y sus dudas incómodas, como cuando le preguntamos si se metía cocaína para aguantar las campañas o había matado alguna vez a alguien. Y respondía sin molestarse. “Ando armado”, confesó, “pero nunca le he disparado a nadie”.
Ya preso en su casa por haber utilizado la partida secreta para ayudar financieramente a Violeta Chamorro en Nicaragua, gesto que explica su olfato político, nos contó que cada día se vestía con flux y corbata y se ponía a trabajar ocho horas diarias, porque estaba fascinado con su computadora nueva. Y cuando nos invitó a comer en una mesa de su oficina, espagueti en salsa napolitana, nos advirtió “es lo único que hay”, para subrayar que en esa casa no había lujos posibles.
Visitado constantemente por sus amigos fieles -uno de ellos le prestó el apartamento en La Castellana donde lo detuvieron por segunda vez acusado de malversación de fondos junto a Cecilia Matos-, para entonces ya el nombre de su amante se había hecho público. De manera que, en esa segunda “prisión”, le hice la pregunta más incómoda posible sobre la cuenta mancomunada que mantenía con ella. Pero Pérez se negaba absolutamente a aceptar que tuviese cuenta alguna con nadie y hasta llegó a decir que desconocía lo que Cecilia Matos hacía con su chequera. Y entonces le pregunté:
-Pero, ¿quién va a creer que un gocho, un macho venezolano como usted, no va a saber lo que hace su mujer con el dinero?
Y me respondió tranquilazo:
–Es que mi mujer siempre ha sido Blanca…
Aunque ese día también reconoció que el odio y el amor le habían echado más de una vaina.
A cien años de su nacimiento, cabe preguntarse si con la destrucción de CAP comenzó la destrucción del país. Si quienes lo quisieron asesinar el 4F, quienes conspiraron en su partido para sacarlo de Miraflores y los grandes capitales que lo combatieron, son corresponsables de la tragedia que hoy vivimos todos.