Si la mayor potencia del mundo necesita aliviar tensiones con la población de un país, ¿qué hace? Las posibilidades son muchas. Pero si ese país es Venezuela y estamos en 1958, echar mano del principal pasatiempo local es una buena decisión. O al menos eso pensó en su momento el presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower.
El 23 de enero de 1958 marcó el final de la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez luego de diez largos años en el poder. La alegría de la mayoría de la población se hacía sentir, así como el repudio a todo lo que se asociara con el régimen depuesto. Luego de una breve interrupción, el béisbol siguió su camino en una final interliga en la que Industriales de Valencia, de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional (LVBP), derrotó en cuatro juegos a Rapiños de Maracaibo, representante de la Liga Occidental de Béisbol Profesional (LOBP).
El último out de esa final cayó el 2 de febrero en Maracaibo. Tres meses y medio después, el 13 de mayo de 1958 a las once de la mañana, un avión de la fuerza aérea de los Estados Unidos procedente de Bogotá, Colombia, aterrizó en Maiquetía. Abordo venían el para entonces vicepresidente norteamericano Richard Nixon y su esposa, Pat Nixon. Caracas era la última parada del alto funcionario en su gira de 18 días por ocho países de Suramérica, en la que había visitado Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia. La gira buscaba estrechar relaciones entre el gobierno norteamericano y los gobiernos de la región en medio de la guerra fría.
¿Recuerdan la terraza pública del Aeropuerto Internacional de Maiquetía, aquel espacio peculiar que de niño constituía la principal atracción cuando uno bajaba a esperar a algún familiar, ese desde donde uno podía ver en primer plano aterrizar y despegar al fabuloso Concorde, no sin antes haber desfilado su estilizado cuerpo por las pistas del Aeropuerto, todo aquello mientras que la brisa del mar no paraba de humedecernos la cara? Quienes hoy no alcancen al menos cuatro decenas de años no lo habrán vivido, pero créanme, aquello era maravilloso. Bueno, el vicepresidente, al asomarse a la puerta del avión, lo primero que pudo ver fue a un grupo de manifestantes con pancartas en las manos que desde esa terraza le gritaban “¡Nixon, Go away!”. Tan pronto iniciaron los actos protocolares, y cuando el himno del país del invitado se escuchó frente a la terminal junto con los cañonazos de honor, los abucheos aumentaron.
Las cosas no mejoraron al llegar a la capital. El itinerario contemplaba la visita de Nixon al Panteón Nacional para colocar una ofrenda al Libertador. El plan fue abortado en la Avenida Sucre, donde la caravana fue interceptada por manifestantes que arremetieron contra el Cadillac 63-CD en el que viajaba el vicepresidente. El ataque fue de tal magnitud, que los agresores a punta de piedras, golpes y patadas lograron reventar los vidrios del carro causando una pequeña cortada en el rostro del futuro presidente norteamericano. Los doce agentes de seguridad que acompañaban a Nixon se abalanzaron contra el vehículo y desenfundaron sus armas. Se dice que el propio vicepresidente les ordenó no disparar, aunque parece difícil que alguno lo hubiese hecho de cualquier manera. Lo cierto es que la intervención de los agentes de seguridad logró que el Cadillac escapara del alboroto en el que el propio Nixon confesó haber temido por su vida.
No era el primer incidente que había sufrido el vicepresidente en la gira. En su paso por Argentina, Bolivia y Perú Nixon había recibido también manifestaciones de rechazo. En Lima, por ejemplo, cuando se dirigía a la Casona de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para dar un discurso, fue interceptado por una multitud que impidió que llegara a su destino. “¡Por qué temen la verdad!”, les gritó Nixon, lo que provocó una lluvia de objetos con la que llegaron a partir el diente de uno de sus agentes de seguridad. “¡Cobardes!”, les gritó Nixon, y desapareció de la escena. Pero ninguno de estos hechos llegó al nivel de lo vivido en Caracas. El medio norteamericano Pathé News calificó el incidente de la Avenida Sucre como “… el peor ataque a un alto funcionario norteamericano en suelo extranjero…”. La gravedad de la situación lo reflejan las acciones que la administración Eisenhower tomó tan pronto se enteró de lo sucedido. El Pentágono ordenó la movilización del escuadrón naval de la 4ta. Flota del Pacífico. Un número de unidades aerotransportadas fueron desplegadas en Puerto Rico y Guantánamo. El portaaviones USS Tarawa, ocho destructores y dos buques de asalto fueron enviados a aguas del Caribe. El mensaje estaba claro. Además, en caso de que Nixon y su esposa no pudiesen llegar a Maiquetía de forma segura, serían trasladados al portaaviones en helicóptero.
Sin duda que el aparato de inteligencia norteamericano falló al planificar la gira del vicepresidente. El desconocimiento que había sobre el sentimiento en estos países hacia el gobierno de los Estados Unidos era obvio, o en todo caso fue subestimado. Aún en esos años la política norteamericana, desesperada por frenar la expansión del comunismo en el Continente, consideraba que los gobiernos autoritarios tradicionales eran la mejor fórmula para tal propósito. De ahí la complacencia que la administración Eisenhower había mostrado con Pérez Jiménez, algo que resentían los venezolanos. Y para hacer el cuadro aún más complicado, el derrocamiento en junio de 1954 de Jacobo Arbenz en Guatemala con la participación de los gringos y el apoyo del dictador venezolano, era algo que la militancia comunista en el país tenía muy presente.
Sin embargo, no todo fue color de rosa entre el gobierno norteamericano y el venezolano. Pérez Jiménez, encompinchado con Anastasio Somoza -imagínense qué podía salir de ahí-, quería derrocar a José Figueres Ferrer en Costa Rica, país que fungía como el centro de operaciones de Rómulo Betancourt y por ende del movimiento opositor liderado por él. La colaboración de Venezuela en el caso Guatemala fue usada por Pérez Jiménez como palanca para pedir la buena venia de Eisenhower para actuar contra Costa Rica. Los gringos no solo se negaron, sino que advirtieron que de suceder algo así intervendrían a favor de Figueres. Esto hizo que hacia finales de 1954 las relaciones entre las dos administraciones se vieran afectadas de manera importante, algo que no llegó a ser de dominio público. Lo que sí estuvo a la vista de todos fue la condecoración que el 12 de noviembre de ese año el gobierno norteamericano impuso a Marcos Pérez Jiménez. Tres meses antes, en agosto, el embajador venezolano en los Estados Unidos, César Gutiérrez, se había reunido con el Subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, Henry Holland. Ahí Gutiérrez sugirió a Holland que entregar alguna condecoración al dictador caribeño podría limar las asperezas entre las dos administraciones. Y así sucedió. En la residencia del embajador Fletcher Warren en La Florida, Caracas, el Gobierno de los Estados Unidos de América le confirió al dictador venezolano la Orden Legión al Mérito en Grado de Comandante en Jefe. “El gobernante ideal para América Latina”, rezaba el documento que fue entregado a Pérez Jiménez junto con la distinción.
Así pues, que con este lastre que arrastraba la imagen de la administración Eisenhower en el país, y con las advertencias que había lanzado lo sucedido en Argentina, Bolivia y Perú, el haber continuado con la gira tal cual fue planificada y haber venido a Venezuela fue algo imprudente de parte del gobierno norteamericano. Afortunadamente, Nixon dejó el país sin mayor novedad desde el mismo Aeropuerto de Maiquetía la madrugada del 15 de mayo de 1958. Los Estados Unidos recogieron su despliegue militar y el vicepresidente llegó a casa para ser recibido como un héroe por demócratas y republicanos. Eso sí, la experiencia de la gira prendió las alarmas en Washington. La amenaza comunista rondaba la región y las buenas relaciones de los Estados Unidos con estos países era algo de vital importancia. Por lo tanto, la administración Eisenhower procedió a implementar una serie de acciones para cimentar el camino para este acercamiento.
¿Qué podía hacer la Casa Blanca para trabajar la imagen que los venezolanos guardaban de los gringos? Pues qué mejor estrategia para acercarse a la gente que a través de su pasatiempo favorito. No se diga más. Eisenhower acudió al comisionado de la Major League Baseball (MLB), Ford Frick, para pedirle que organizara una gira por Venezuela, pero esta vez cargada de mucho béisbol.
Frick procedió entonces a reclutar a un conjunto de luminarias de las Grandes Ligas. El veterano exjugador y exmánager y miembro del Salón de la Fama de Cooperstown, Frankie Frisch, sería el encargado de dirigir las actividades en suelo venezolano. Ente los jugadores activos que conformaron el grupo se encontraban el Yankee Elston Howard, que terminó su carrera en 1968 siendo doce veces Todos Estrellas, dos veces Guante de Oro y Jugador Más Valioso en 1963; el jardinero de los Phillies de Filadelfia, Richie Ashburn, que terminó su carrera en 1962 con seis Todos Estrellas y dos títulos de bateo, hoy también miembro del Salón de la Fama de Cooperstown; el receptor tres veces Todos Estrellas, Gus Triandos de los Orioles de Baltimore; el cinco veces Todos Estrellas y doble ganador del título de bateo, Pete Runnels de los Medias Rojas de Boston; Bob Friend, lanzador de los Piratas de Pittsburg, cuatro veces Todos Estrellas y un título de efectividad; y Dick Groat, también de los Piratas, ocho veces Todos Estrellas, un título de bateo y jugador más valioso en 1960. Todos ellos llegaron a Caracas en compañía del mismo Comisionado de la MLB Ford Frick, y del umpire futuro miembro del Salón de la Fama de Cooperstown, Cal Hubbard.
Estas hojas de servicio muestran que los norteamericanos se tomaron la cosa muy en serio. El 7 de noviembre, seis meses después del recibimiento de Nixon en Caracas, la comitiva beisbolística aterrizó en Maiquetía llena de dudas. ¿Cómo serían recibidos? Los jugadores estaban preocupados por lo que pudiese ocurrir. Sin embargo, luego de la primera presentación en el Universitario, el susto se disipó. Los enviados de buena voluntad fueron aplaudidos y bien recibidos en el coso de Los Chaguaramos, así como en otros eventos protocolares. De ahí recorrieron Maracay, Valencia, Barquisimeto, Maracaibo, Los Teques, Cumaná, la Isla de Margarita, y la Colonia Tovar. Bueno, no, no fueron a la Colonia, pero sí a todas esas ciudades en una intensa gira de siete días en la que, apuraditos, dictaron clínicas de béisbol a grupos de niños.
Misión cumplida. El 14 de noviembre los Grandes Ligas se montaron de nuevo en el avión y regresaron a Gringolandia a descansar en el receso invernal. El béisbol había probado, una vez más, la importancia que tiene para nuestra sociedad con su poder para unir y transformar. Tres semanas después, Rómulo Betancourt era electo presidente de Venezuela marcando el inicio de un extraño período en la historia de nuestro país, uno lleno de eso que llaman democracia.
A partir de ese año la política norteamericana inició un giro progresivo hacia la procura de gobiernos democráticos en el Continente. Nixon saboreaba la imagen de héroe que podría haber dejado la accidentada gira por Suramérica. Sin embargo, ni aquello ni todo el despliegue que durante años había exhibido el vicepresidente en su abierta procura por la presidencia le alcanzaron para ganar las elecciones en 1960, cuando cayó derrotado en un cerrado e histórico duelo con John F. Kennedy. Nixon tuvo que esperar ocho años para llegar a la presidencia, de la que salió, no exactamente como en la Avenida Sucre en Caracas, pero también de manera escandalosa. De esa sí que no lo salvaba ni el béisbol.