En la aldea
06 diciembre 2024

Una espada sin vaina

La historia siempre pone en contexto el porqué de los gestos y acciones. Gustavo Petro, ideólogo con vuelo propio de la simbología de la espada, y aprovechando que en Bogotá tienen la suya, quiso exhibirla cuando buena parte del mundo tenía sus ojos puestos en Colombia; de esa manera convirtió un acto de Estado serio, como son los colombianos, en un mitin. En esta ruta que apenas comienza en la Casa de Nariño, Petro debería recordar que “las espadas, incluso la de Bolívar, siempre han servido más para cortar o separar que para unir”.

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Francisco Suniaga | 10 agosto 2022

La idea de la espada de Bolívar como símbolo revolucionario fue originalmente del M-19 del ahora presidente Gustavo Petro. La organización guerrillera la robó de la Quinta de Bolívar en Bogotá, el lugar donde estaba guardada, en enero de 1974, y la desapareció por diecisiete años. El propósito, según expresaron sus voceros entonces y, más recientemente, el propio Petro en una entrevista en televisión, era hacer ciertas unas palabras de Bolívar relativas a no envainar la espada mientras hubiese injusticia en Colombia.

La historia de la acción revolucionaria con la espada colombiana tiene sus puntos oscuros porque a lo largo de su peregrinar subversivo, algún camarada, a su vez, se robó la vaina, que era de oro del bueno. Incluso, según cuenta Tulio Hernández en una nota de hace un par de años, un hijo de Pablo Escobar publicó una foto en Instagram, armado con ella. La cosa no termina ahí, al parecer, su pasantía más larga fue en Cuba, bajo la custodia de Fidel mesmo. Me imagino que los colombianos, que el tonto lo tienen lejos, habrán  verificado que en efecto la que devolvió era la original o que por lo menos le habrán preguntado por la vaina (de la espada).

La espada venezolana de Bolívar es la única que hasta ahora, de verdad, verdad ha caminado por América Latina. Contó para ello con una ruta pavimentada en dólares petroleros que conducía a todos los destinos en el subcontinente. A diferencia de Petro, cuando Hugo Chávez llegó al poder, no la esgrimió de inmediato como símbolo. Primero se tomó un tiempo en darse varias vueltas por el mundo, con vacilaciones pendulares que comenzaron con la “tercera vía” de Anthony Giddens; pasaron por otra cosa que él llamaba “el humanismo” y hasta por el “gran salto adelante” de Mao, hasta terminar en el abismo insondable del Socialismo Bolivariano del Siglo XXl.

Ese ideario “arrozconmango” tenía además un elemento onírico proveniente de la Academia Militar, para Chávez, “la casa de los sueños azules” (supongo que por el azul prusiano del uniforme de los cadetes). No había mucho orden en aquel cerebro que Henry Ramos Allup calificó de “quincalla ideológica”. De allí, de ese caldo de mondongo primigenio del chavismo brotó la idea, y la consigna, de “la espada de Bolívar que camina por América Latina”.

“Ojalá no se le dé por repartir réplicas de diestra a ‘siniestros’, como hizo su colega venezolano”

Gustavo Petro, ideólogo con vuelo propio de la simbología de la espada, y aprovechando que en Bogotá tienen la suya, quiso exhibirla cuando buena parte del mundo tenía sus ojos puestos en Colombia. Falta saber, si como hizo Chávez, también se empeñará en echarla andar por los caminos de la patria grande. Mal asunto, porque sale caro y sería preferible poner el dinero público en necesidades reales y prioritarias de los colombianos.

Ojalá no se le dé por repartir réplicas de diestra a “siniestros”, como hizo su colega venezolano. Porque la “Orden de la Espada que Camina”, si pudiera llamarse así al grupo de “líderes” a quienes Chávez hizo portadores de la espada bolivariana, es un auténtico dream team de canallas: Gadafi, Mugabe, Al Assad, Raúl Castro (cuarto bate, obvio), Daniel Ortega y pare de contar. Quizá fuese mejor que Petro y los suyos pensaran en otro elemento bolivariano como símbolo. Algo más significativo de la obra de Bolívar y bastante más barato: un pergamino con el Discurso de Angostura, por ejemplo.

Pero Petro es terco y berraco (sí, con b) y quiso que desde el primer día de su mandato el acero bolivariano comenzara su caminata revolucionaria, aunque limitada a la plaza dedicada a su dueño. De esa manera convirtió un acto de Estado serio, como son los colombianos, en un mitin, cuyo coro de fondo era el ya gastado cántico ñángara venezolano “Alerta, alerta que camina…”. Por lo pronto, tuvo un primer tropiezo que no podía tener mayor simbolismo: con el rey de España. Don Felipe de Borbón, como es noticia vieja, no se puso de pie para rendir honores a la espada que la izquierda continental ha ascendido a nivel de símbolo de la libertad e independencia de América Latina.

La ultraizquierda española, de Pablo Iglesias para abajo, tardó segundos en condenar la decisión de su Rey de quedarse sentado, por supuesto. Ya vendrán las respuestas de Abascal y compañía (sería por lo menos divertido escuchar la opinión de Federico Jiménez Losantos) y la trabazón de un debate airado, cuando menos. Una razón más para ahondar y ampliar la brecha existente en el sistema político de España. No es nada nuevo, las espadas, incluso la de Bolívar, siempre han servido más para cortar o separar que para unir.

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