Cuando se habla en Venezuela de Mario Briceño-Iragorry y España los mayores de 40 años entienden, por lo general. Pero si eso lo decimos en Madrid o cualquier otra región de España, solo algunos historiadores y escritores tienen cierta noción. Se trata ahora, con motivo del año jubilar por los 125 años de su nacimiento, de facilitar que España pueda reparar la memoria de este venezolano que trabajó por la hispanidad como pocos y vivió los últimos años de su vida exilado en Madrid, muy poco considerado por la dictadura franquista, que permitió un atentado contra su vida el 8 de diciembre de 1954.
Con motivo del Año Centenario, en 1997, un español radicado en Venezuela, Atanasio Alegre, presentó en el Congreso Internacional, celebrado en la ciudad de Trujillo, una ponencia intitulada Mario Briceño Iragorry y España que espero puedan conocer este año venezolanos y españoles. Es una de los más de treinta trabajos del volumen Presencia y Crítica de Mario Briceño-Iragorry que reunió las actas de ese congreso. Las 17 páginas de este hermoso texto del amigo Alegre, deben servirnos ahora para una aproximación a este venezolano, a quien Dios me pidió acompañar cinco años de su exilio y en total veinte y un años de su vida; y que desde su muerte no ha dejado de velar por Venezuela y su familia.
No entendí entonces que ese tiempo fuera un master y un doctorado de esos que no se cursan en las universidades. Vivir y sufrir la agonía de un padre con un corazón afectuoso, con el que compartí los mostos maduros de su vida, no tengo como agradecerlo. Por eso ahora, al declinar de mi propia vida, y por el amor que yo misma tengo a España, solo quisiera que en el mes de abril de su año jubilar pudiera reunirme con los venezolanos en Madrid y compartir con muchos españoles la noticia de su vida y obra. Se cumplirán entonces 70 años de aquella llegada a Madrid de la familia B. Picón. Sería una forma de desagraviar al hispanista que padeció los sinsabores de su exilio 1953-58, cuando pudo mezclarse con pocos españoles por las limitaciones que le impusieron.
Don Mario, que había sido propuesto como Presidente de la República después del triunfo de las elecciones para la Constituyente en 1952, empezó su andadura en la Calle Castelló 64 y con pocos haberes pero muchos saberes continuó trabajando sin pausa. Ya en Venezuela había ganado el primer Premio Nacional de Literatura con su obra El Regente Heredia o la piedad heroica. Ahora en España su producción literaria, en ese “laboratorio de nostalgias”, fue creciendo día a día.
En Madrid empezaron a identificarle como el intelectual que es. Era uno de los pocos hombres de la América hispana que se ha opuesto públicamente a la Leyenda Negra. Así quedó de manifiesto en su hoy famoso ensayo Mensaje sin destino del año 1951, que vino precedido, casi veinte años antes, por los célebres Tapices de Historia Patria. En texto de Mario Briceño-Iragorry leemos:
Para mí, la hispanidad es una idea de ámbito moral que no puede supeditarse a la mera dirección de una política de alcance casero. España como idea, como cultura, está por encima de los adventicios intereses políticos. La España histórica, España como centro de gravedad de nuestra civilización es algo que vivirá contra el tiempo, sobre el vaivén de los hombres, más allá de los mezquinos intereses del momento. La hispanidad tiene por ello un sentido de universalidad que rebasa las lindes de toda política de circunstancias (…) la hispanidad es un factor de gravedad para el mundo americano, como lo había sido el helenismo para la cultura mediterránea.
Estas líneas son una pequeña ventana por donde deben continuar muchas reflexiones de aquí y de allá del Atlántico. Con eso me comprometo en estas jornadas de alegría desde la tierra de don Mario, en Venezuela y espero que en España, donde hoy viven muchos de sus bisnietos. En Arévalo y el país vasco resuenan sus apellidos como en Trujillo capital las campanas de la Catedral, que recuerdan su nacimiento y su bautismo.
Y para concluir hoy estas breves anotaciones recordamos que el 8 de diciembre de 1954, fiesta de la Inmaculada, don Mario fue atacado por un sicario de la Seguridad Nacional de Venezuela, en la puerta de la Iglesia de las Jerónimas en la calle Velásquez de Madrid. Una conspiración del gobierno de Caracas, disimulada por el gobierno de España, hizo posible el atentado. Una herida en la frente lució Mario Briceño-Iragorry, desde entonces, como su mejor condecoración.
Los nombres de Alfredo Sánchez Bella, Manuel Fraga Iribarne, José María Ramón y San Pedro, el doctor López Ibor, a quien conoció, a raíz del atentado, con nuestro gran venezolano Francisco Herrera Luque, figuran entre los contertulios de Castelló 86, donde adquirió un piso en 1955.
Allí en aquel hogar que papá, mamá y yo vestimos con cariño se reunían algunos venezolanos. Fue la atalaya del pensador que madrugaba cada mañana a la santa misa, en la iglesia cercana. En la primavera de 1957 aquellas paredes vieron surgir la única novela de Mario Briceño-Iragorry. Testigo de aquellos amaneceres fue Miguel Ángel Burelli Rivas, su único yerno, con quien compartió la zaga de Los Riberas, que le sirvió para hacer un retablo novelado de historia de la Venezuela de 1918 al 1940.
Escribir sobre Don Mario y España es un reto hoy para muchos peninsulares. Y sería un acto de justicia que España haga la convocatoria para los venezolanos que quieran compartir el mes de abril en Madrid, ese merecido desagravio este año jubilar.
*Humanista y periodista.
Hija menor de Mario Briceño-Iragorry.