En la aldea
16 abril 2024

El sentido vital frente al mal absoluto

“Se extermina al que se diferencia de ellos, pero también al que coopera. El cooperante es hoy victimario, mañana puede ser víctima, es una cadena sin fin (…) frente al mal no se puede ser dubitativo”.

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Mirla Pérez | 20 octubre 2022

Nuevamente, una semana dura, inquietante, arrasadora por la fuerza de la destrucción de la naturaleza acompañada por la desidia, el dejar hacer, la inexistencia de un Estado justo que garantice la vida y el bienestar. Al respecto, Viktor Frankl, hace una afirmación interesante que se repite a lo largo de los diversos eventos históricos, especialmente, bajo la experiencia del exterminio totalitario: “Muchos de los sucesos que aquí se describen no tuvieron lugar en los grandes y famosos campos, sino en los más pequeños, que es donde se produjo la mayor experiencia del exterminio…”.

La eliminación más contundente, cruel, sin límites morales, está en el dominio del pequeño mundo. Del mundo de la vida cotidiana, de lo más común y ordinario, de la vida que discurre en el día a día, en la familia, en la comunidad, en la calle y en la vecindad.

Contundente, y nada sutil, ha sido la ocupación de nuestras comunidades por el sistema de dominación comunal. Eliminaron al líder y en su lugar colocaron jefes que obedecen a la nomenklatura de la revolución. A esto tan radical no se le ha prestado la debida atención de parte de nuestros políticos, no ha habido una reacción frente al dominio del pequeño campo, del pequeño mundo cotidiano.

El autor de la referencia nos coloca en la imposibilidad de pensar el mal, el evento que presenta a continuación nos ubica en la incredulidad: “Todos creíamos que el tren se encaminaba hacia una fábrica de municiones donde nos emplearían como fuerza salarial…”. Contratados, no esclavizados.

“El hecho de estar en un país que expulsa, que obliga a abandonarlo, es un país en pleno exterminio”

Esta afirmación es argumentada, de otro modo, en una película sobre el Holocausto, en la que el escritor y guionista nos lleva de la mano de un joven a explorar la imposibilidad de pensar el mal. El argumento que sostiene la trama es que el régimen nazi necesita la mano de obra del judío para producir. Como lo necesita, por tanto, no lo matará porque es obligatorio como mano de obra. Lo que no se le ocurre pensar al pueblo dominado es que se le puede poner a producir como animales, bajo amenaza, o bajo exterminio, en un campo de concentración. Lo necesario se convierte en instrumental.

Para los sistemas totalitarios el hombre es prescindible, su naturaleza es ser instrumento, estar con vida mientras su cuerpo sirva a la producción que sostenga al sistema. Desde lo plenamente humano se puede pensar que del lado del mal hay una necesidad del hombre, pero no, no hay una necesidad del hombre, se requiere de fuerza hasta que la máquina que la genera tenga la capacidad de estar viva, una vez que atraviesa el umbral de lo productivo, se le elimina. Se elimina por ser inútil, por ser distinto, simplemente porque es un bien perecedero.

Esto se produce por escalas, la crueldad es relativa al momento y a las condiciones históricas. Extremos como los campos de concentración nazis o rusos. Extremos como la huida del venezolano que se va a pie por el Darién, desafía a la vida y a la muerte, o cuando atraviesa el Páramo de Berlín en Colombia, o cuando se ve en la obligación de ver morir a su hijo o a su madre en Venezuela porque no tiene alimento o medicinas.

En lo más pequeño, en lo cotidiano, en lo ordinario de la vida acontece el exterminio totalitario. Se extermina al que se diferencia de ellos, pero también al que coopera. El cooperante es hoy victimario, mañana puede ser víctima, es una cadena sin fin. La revolución se come al no alineado, pero también al revolucionario, su perpetrador puede ser víctima cuando el proceso así lo considere. Una línea de pensamiento y acción, una línea sin humanidad, solo fines, ejecuciones que sostengan la dominación.

Algo que apunta Frankl y que es importante tener presente frente a estos regímenes, es la actitud ante el mal. No puede ser relativizado, hay que esperar siempre la eliminación como el modo más absoluto de dominación. “Había otro grupo de prisioneros que conseguían aguardiente de las SS casi sin limitación alguna: eran los hombres que trabajaban en las cámaras de gas y en los crematorios y que sabían muy bien que cualquier día serían relevados por otra remesa y tendrían que dejar su obligado papel de ejecutores para convertirse en víctimas”.

“La revolución se come al no alineado, pero también al revolucionario, su perpetrador puede ser víctima cuando el proceso así lo considere”

Se pasa con facilidad de ser exterminadores a ser exterminados, el sistema es quien determina el lugar que se ocupa, no la persona, es una racionalidad instrumental e inhumana. La grandeza del mal es proporcional al daño que infringe sobre la vida humana. Seguramente son muchas las personas que pasan por la mente de ustedes, yo recuerdo a Raúl Isaías Baduel y a Rafael Ramírez, entre otros. Servidores ejemplares al sistema, condecorados, más de un aguardiente tomado. De ejecutores pasaron a ser ejecutados.

Tanto los suyos como los que nunca han sido, son pensados desde las mismas condiciones de posibilidad: el dominio-exterminio-eliminación. Hombres-cosas, criaturas animadas sin razón y sin afecto, dicho por Frankl, en esta vivencia radical, “el guardia decidió que no valía la pena gastar su tiempo en decir ni una palabra…, cogió una piedra alegremente y la lanzó contra mí. A mí, aquello me pareció una forma de atraer la atención de una bestia, de inducir a un animal doméstico a que realice su trabajo, una criatura con la que se tiene tan poco en común que ni siquiera hay que molestarse en castigarla”. Negación de la empatía y, por supuesto, fuera de toda consideración humana. Seguramente, hemos visto y leído mucho del Holocausto, del exterminio de los campos de concentración, nos parece distante, una experiencia vital a la que no “hemos llegado”. Lo coloco entre comillas, porque resulta que la tenemos en nuestra historia. El hecho de estar en un país que expulsa, que obliga a abandonarlo, es un país en pleno exterminio.

Venimos de un país arrasado por lo que hemos denominado Emergencia Humanitaria Compleja, las razones políticas están en la base de las causales de la pobreza extrema y el desplazamiento forzoso. Llegó el año 2020 y la pandemia, sumó al deterioro y se acopló a lo que había sido una destrucción masiva de la industria petrolera. Estuvimos aislados, incomunicados, inmovilizados no solo a causa de una pandemia sino por la crisis de combustible, toma de las carreteras por el hampa y deterioro de las vías públicas.

¿Cuál ha sido el signo de los tiempos venezolanos en las últimas décadas? El hambre, la inseguridad, el control, la eliminación, la destrucción de lo inimaginable: la empresa petrolera. La falta de mantenimiento de drenajes, agua potable, electricidad, etc. El signo ha sido llevar al límite las estructuras e infraestructuras existentes.

Las consecuencias, inundaciones (agravadas por las condiciones de los drenajes) han sido el sello de una destrucción continuada, el estado de las vías públicas que hace imposible el desplazamiento. Venimos de un país que se cae a pedazos, por razones naturales y no tan naturales. Pasamos de una Emergencia Humanitaria Compleja a una emergencia humanitaria clásica que nos lleva, nuevamente, a la compleja.

En este ciclo vamos viviendo lo que por analogía se parece a los campos de exterminio, cuando Rufino (presentado en un artículo anterior) me contaba su paso por el Darién, describía la muerte que iba viendo en el camino, las violaciones tanto a mujeres como a hombres, los atrapados por la fuerza de la selva, pero también los que se suicidaron porque perdieron a sus hijos, que tuvieron que llevarse porque no les quedó otro remedio.

Este es el signo de los tiempos, pero también el deseo de vivir y superar las adversidades. El que se va, el solo hecho de desplazarse es un acto de resignificar la vida, de resistir. Quienes nos quedamos también nos resignificamos en nuestro sentido e historia, vivimos fuera de la mentira, como lo dice Frankl: “La salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad…”.

Creo que en Venezuela lo hemos entendido como pueblo. Sueño con que los políticos y demás grupos de élite lo entiendan y sepan que frente al mal no se puede ser dubitativo.

*Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela. Investigadora del Centro de Investigaciones Populares.

@mirlamargarita

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