En junio de 2021, de cara a las elecciones regionales y municipales de ese año, Nicolás Maduro anunció que se eliminaría la figura del “protector”. Para los que no lo recuerdan, los “protectorados” eran entidades paralelas a las gobernaciones y alcaldías que el chavismo inventó para mantener el control de aquellos estados y municipios en los que sus candidatos perdían elecciones.
En su momento, varios observadores de la política nacional (incluyendo a este servidor) emitieron opinión sobre la razón de esta conducta. Podía ser que el chavismo se inclinó por otras vías para reducir a cascarones vacíos las gobernaciones y alcaldías que cayeran en manos de la oposición, como el traspaso de sus recursos y competencias directo a Miraflores (lo que ocurrió en efecto en, al menos, Zulia y Barinas). O podía ser que Nicolás Maduro y compañía llegaron a la conclusión de que los aspirantes nominalmente opositores a esos cargos ya tenían lo suficientemente clara la norma tácita de la política venezolana que proscribe la oposición real desde despachos públicos, al punto de que ponerles encima un “protector” era innecesario.
Cualquiera que haya sido la razón, no parece que el gobierno central esté satisfecho con su influencia fuera de Caracas, puesto que el mes pasado Maduro anunció la designación de “padrinos y madrinas” para todos los estados. Uno por cada entidad.
Como pueden ver, la decisión abarca no solamente a los cuatro estados cuyas gobernaciones están actualmente ocupadas por opositores (aunque sean, repito, solo opositores de nombre). Ahora también los que tienen gobernadores chavistas contarán con un procónsul designado de la misma forma en que eran designados los “protectores” de antaño: a dedo, por el Presidente.
Hay en teoría (todas las creaciones del chavismo deben ser pensadas al principio solo en términos teóricos, puesto que la arbitrariedad inherente a este gobierno supone que lo que se dice no necesariamente será lo que se haga) diferencias importantes entre estos “padrinos” y los “protectores”. Para empezar, según Maduro, no administrarán recursos públicos correspondientes a un ejecutivo regional, sino que garantizarán “soluciones eficientes a las demandas más sensibles del pueblo venezolano”. Además, no serán oficios de tiempo completo, puesto que los titulares son ministros del gabinete presidencial.
De todas formas, cabe preguntarse por qué Maduro siente la necesidad de nombrar delegados que dizque se aseguren de que las políticas del chavismo están satisfaciendo las necesidades de la población en aquellos estados con gobernadores chavistas. ¿Es que acaso no deberían encargarse de eso los compañeros de partido a los que les asignan recursos por vía del situado constitucional? ¿No es el Consejo Federal de Gobierno el espacio natural para la sintonía entre el gobierno central y los ejecutivos regionales?
Podemos entender la medida en el marco de la consolidación de Maduro como individuo dominante en la élite gobernante. Hugo Chávez, en tanto fundador del movimiento político hegemónico en Venezuela desde 1999, siempre tuvo un liderazgo incuestionable. Maduro, en cambio, ha tenido que ir acumulando poder poco a poco para alcanzar una posición similar en medio de distintas facciones chavistas en estado de competencia.
Creo que lo ha logrado. Ya no es más que un sucesor ungido de Chávez o un primus inter pares. Luego de haber mostrado que es capaz de encabezar un gobierno estable en medio de desafíos no menores (protestas masivas, sanciones internacionales, etc.), Maduro puede enfocarse en ir más allá de la mera supervivencia. Puede construirse una identidad propia como mandatario de Venezuela, que trasciende el recuerdo de Chávez.
De hecho, el culto a la personalidad de Maduro es cada vez más marcado. Verbigracia, un montón de jóvenes disfrazados de “Súper Bigote”, ese intento de alter ego fantástico de Maduro con pretensiones de cultura pop, en los carnavales de este año auspiciados por el gobierno. O una pintura en la que Maduro y Jesucristo conducen un barco con las palabras “República Bolivariana de Venezuela” inscritas en el timón.
No estoy diciendo que este nuevo culto oficial surta el efecto deseado de cautivar a la mayoría de la población. Es más, estoy seguro de que no lo consigue. Pero eso no es lo que me interesa, sino su mera existencia.
Ahora bien, una vez que un político alcanza el poder deseado, su propósito natural será mantenerlo. Con una oposición que todavía no encuentra los medios para ejercer presión efectiva hacia un cambio de gobierno, Maduro pudiera tener más razones para temer por un desafío desde las propias filas del oficialismo. De manera que no debe extrañar que transmita mensajes implícitos sobre quién manda aquí. Los gobiernos regionales son objetivos naturales de esa comunicación. Después de todo, con su poder sobre grandes extensiones de territorio y miles o millones de personas, son buenas lanzaderas de liderazgos emergentes.
Siete de los 19 gobernadores chavistas actuales llevan siete años o más en sus cargos: Miguel Rodríguez en Amazonas, Rafael Lacava en Carabobo, Lizeta Hernández en Delta Amacuro, Víctor Clark en Falcón, José Vásquez en Guárico, Héctor Rodríguez en Miranda y Julio César León Heredia en Yaracuy. En los casos de Heredia y Hernández, son gobernadores desde… ¡2008! Es decir, cuando Chávez estaba vivo y visiblemente sano, y nadie pensaba siquiera en un Maduro Presidente. Lacava y Rodríguez, de paso, son algunos de los nombres que más han sonado como posibles eventuales sucesores de Maduro. Ahora todos ellos tendrán a un “padrino” o “madrina” evaluando la situación en sus respectivos feudos. Por más que en público lo aprueben, cuesta creer que en su fuero interno pase lo mismo.
No me parece casual que los elegidos sean ministros de Maduro. Individuos que en algunos casos han ejercido funciones claves de control para él por muchos años, como Vladimir Padrino López y Remigio Ceballos. Destaca también Delcy Rodríguez, quien junto con su hermano está al frente de una facción propia pero que ha ascendido como ninguna otra durante el gobierno de Maduro (a excepción, claro, de la del propio Maduro), por lo que es sensato asumir que son aliados cercanos. En un año electoral, la necesidad de control en Miraflores es más acuciante que nunca. Maduro querrá estar presente en todas partes. Ya escogió quiénes serán sus ojos.