Es habitual que confundamos las crónicas del pasado venezolano con la investigación histórica. Las crónicas requieren de cierto acercamiento a las fuentes y de una narración clara, pero apenas rozan los límites de las indagaciones hechas y derechas. Informan al lector común, en ocasiones con propiedad suficiente, lo cual es meritorio y útil, pero son relatos de superficie. Aclaran panoramas, pero no se meten en la esencia de los procesos. Por fortuna, la ciencia de la historiografía produce material suficiente para que el lector distinga la magnesia de la gimnasia sin quebraderos de cabeza. Y sin desatender el asunto primordial de la revisión de conocimientos establecidos o, más importante, la creación de entendimientos nuevos.
El párrafo que han leído, aparte de llamar la atención para que el lector no se entusiasme más de la cuenta con la morralla, una especie que abunda en las redes sociales, pretende saludar con entusiasmo la aparición de dos nuevos libros de historia de Venezuela, escritos por investigadores jóvenes que ofrecen revisiones de estreno sobre unos procesos que apenas se han estudiado, o que se han subestimado o desconocido del todo. Si alguno de ustedes se interesa en su lectura no solo entenderá el relativo valor de los trabajos habituales que aparecen en los portales más consultados, sino que también, en especial, tendrá a mano claves sustanciales para acercarse a los orígenes de la sociedad en la que vive. De esas perlas que produce la investigación hoy quiero referirme a dos, bordadas por profesionales a quienes espero conocer para una felicitación personal: Laguerra invisible. Espías yespionajeen la independencia venezolana. 1810-1821, escrito por Andrés Eloy Burgos Gutiérrez; y Ajuar doméstico.Lujo y ostentación en la Caracas del período colonial, obra de Betnaly González Yáñez.
El libro de Burgos Gutiérrez se ocupa del período de la Independencia, pero deja de lado el seguimiento de los héroes consagrados y la apología de las grandes batallas. Solo muestra interés por la actividad de los espías que trabajaron para ambos bandos, hasta descubrir una urdimbre sin la cual no se puede entender el resultado de la guerra. No solo busca los pasos de los «soplones» patriotas y realistas, sino que también demuestra cómo sin ellos el desenlace del proceso hubiera sido más arduo. O así lo puede entender el sorprendido lector.
Muchos personajes que nadie conocía ocupan ahora el centro de la escena, muchas maniobras de individuos que apenas aparecieron en un rincón de los partes de combate y de los papeles de los altos mandos, se convierten en figuras imprescindibles; numerosos episodios llevados a cabo por unos sujetos «despreciables», porque su asunto fue trabajar en la sombra, sin dar la cara, son ahora los protagonistas de un estudio respetuoso y casi exhaustivo. Hacía tiempo que no topaba con una explicación tan retadora y atrayente sobre la época de la Independencia, como la que debemos ahora a Burgos Gutiérrez.
El libro de Betnaly González Yáñez se ocupa de muebles y de otros objetos que adornan las casas de las familias ricas de nuestras postrimerías coloniales. Un tema aparentemente soso, si se piensa que nos va a fastidiar la paciencia con un inventario de peroles domésticos. Nada más alejado del interés de un análisis cuyo objeto es mostrar cómo los futuros padres de la patria, o gentes parecidas a ellos, querían exhibirse ante la sociedad de su tiempo para ser más respetables o más poderosos de lo que eran; o para que la gente les ofreciera acatamiento partiendo del ajuar que adquirían en un empeño de venderse como figuras imprescindibles de la sociabilidad colonial.
Siguiendo a la autora vemos cómo los objetos de las mansiones de la gente principal son parte de un currículo, probanzas de una alcurnia, explicaciones inmediatas de la razón que los ubica en la cumbre de la pirámide y anuncia la continuidad de un hábito de autoridad.
Vistos como credencial o como garantía de poder social, los elementos del menaje hogareño a cuya valoración acude la autora, se convierten en clave para una interpretación diversa de los intereses de la aristocracia criolla cuando está a punto de desaparecer en el huracán de la guerra. De allí la trascendencia del libro, el valor de los caminos que abre para miradas hartas de ver solo lo habitual, lo conocido suficientemente, lo que trillan las crónicas.
Las investigaciones de Burgos Gutiérrez y González Yáñez fueron las mejores del Premio de Historia Rafael María Baralt, que convocan la Academia Nacional de la Historia y la Fundación Bancaribe para la Ciencia y la Cultura. Es un certamen para investigadores jóvenes que ha llegado a su novena bienal, correspondiente a 2022-2023.
La lectura de sus textos comprueba que las generaciones recientes pueden atender grandes retos en el análisis de una sociedad que sigue su marcha contra viento y marea, y que encuentra explicaciones profundas en reflexiones realmente profesionales, divorciadas de superficialidades. Bienvenidos los dos autores a la república de Clío.