A juicio de Julio Borges, Comisionado Presidencial para las Relaciones Exteriores del gobierno interino de Juan Guaidó, es un error hablar de recuperación y normalización de la economía venezolana. De esta manera salió al paso a un reportaje publicado por The New York Times, donde se afirmaba que Caracas está viviendo un auge económico.
“Los centros comerciales, que hace seis meses lucían abandonados, ahora están llenos de gente, y las camionetas importadas recorren las calles. Restaurantes y bares nuevos están apareciendo cada semana en las zonas más prósperas de la ciudad, con sus mesas llenas de empresarios extranjeros, caraqueños a la moda y personas vinculadas al gobierno”, señala la nota periodística.
Tales afirmaciones despertaron voces críticas incluso desde las filas la izquierda venezolana. Luis Salas, quien fue vicepresidente del Área Económica al inicio de la gestión del gobierno de Nicolás Maduro, consideró que lo que se ha observado en Venezuela es “un proceso que algunos han llamado de estabilización económica, desde finales del año pasado y que, según algunos, se mantiene. En mi opinión eso es una ilusión óptica”.
Frente a esto cabe preguntarse si ¿realmente hay una burbuja económica en Venezuela?
I
Para tratar de encontrar una respuesta, lo primero es dar una mirada a lo que está detrás “de la burbuja”.
El citado artículo “La capital de Venezuela está viviendo un auge. ¿Ya acabó la revolución?” expone la efervescencia comercial y de lugares de ocio que se siente en algunas zonas de Caracas, llamativa para un país que suma seis años de recesión económica y dos de hiperinflación. Pero la nota también se pasea por algunos elementos que están detrás de esta situación.
Allí se indica, por ejemplo, que “con la economía del país destruida por años de mala administración y corrupción, y luego llevada al borde del colapso por las sanciones de Estados Unidos, Maduro se vio obligado a disminuir las restricciones económicas que alguna vez definieron su gobierno socialista y proporcionaron la base de su legitimidad política”.
Y es que en efecto el régimen venezolano decidió dejar de lado la ideología “por ahora” para darle paso al pragmatismo en su afán por sostenerse en el poder. Una “flexibilización” circunstancial marcó la pauta del proceso, permitiendo importaciones exoneradas de bienes terminados, el uso sin penalización de otras divisas distintas al bolívar, y precios determinados por los distintos actores económicos sin el control del Estado.
Pero el régimen fue más allá. Urgido de recursos, comenzó a ceder espacios al sector privado en algunas áreas, como la petrolera, y tiene en la mira revertir las leyes impulsadas por Hugo Chávez que le reservaban la mayoría accionaria al Estado en las empresas mixtas, para captar recursos e inversiones que le permitan reflotar el desmantelado negocio petrolero.
Son estos elementos y no otros los que estimulan una dinámica económica que era inconcebible en los tiempos cuando se penalizaba el uso de dólares, se imponían implacables controles y regulaciones. Las autoridades intervenían en todos los procesos de la economía, para entrabar su funcionamiento, bajo la premisa de que el empresario era su enemigo.
La necesidad de sobrevivir llevó al chavismo a voltear la mirada. La doctrina quedará en segundo plano mientras así convenga a los efectos de su sobrevivencia política.
II
Lo siguiente es indagar acerca de lo que compone la supuesta burbuja de reactivación económica.
En esencia se trata de una mayor oferta de bienes, la mayoría importados gracias a la flexibilización permitida por Maduro. Esto va desde licores y golosinas hasta camionetas de alta gama. Es una actividad comercial que encandila en medio del desierto que es la economía venezolana; pero a juicio de la firma Econométrica, solo un 5% de la población disfruta de esta burbuja. Ahora hay productos que por años estuvieron ausentes de los anaqueles, razón por la que el abastecimiento mejoró sensiblemente, pero sus precios escapan de la capacidad de compra de la mayoría de los venezolanos.
Esto no quiere decir que solo 5% de la población esté conectada a la dinámica de la “dolarización” desordenada de la economía, que es un fenómeno impuesto por la misma necesidad del mercado ante la muerte de la moneda local. Si bien cerca de un 30% de la población percibe algún ingreso en dólares de manera regular, al poner esa masa a circular en la economía se termina salpicando a otras capas de la población.
Por eso se ha generalizado que mototaxistas, plomeros y peluqueras, entre otros, ya tasen sus servicios en dólares. Además de usarlo como una referencia para actualizar en bolívares el valor de su trabajo, dada la devaluación de la moneda, también logran recibir algunos pagos en dólares. Pero esto no alcanza para disfrutar de la burbuja. La misma Econométrica calcula que para atender sus gastos básicos una familia requiere percibir unos 1.000 dólares mensuales, un monto inalcanzable para el grueso de la población.
Pero si ocurre un ajuste en las tarifas de los servicios públicos, que es algo que está en la agenda de las autoridades, este monto requerido se incrementará y se reducirá el universo de venezolanos “privilegiados”.
De allí que esta aparente recuperación en realidad lo que ha hecho es acentuar las brechas sociales y profundizar los problemas estructurales de la economía. El régimen ha sacrificado la actividad productiva para maquillar la crisis con esta burbuja, cuando la economía es hoy tan solo un tercio de lo que fue en 2012 y la tendencia es a que siga contrayéndose.
Los sectores que más generan empleo están inactivos, y lo único que parece florecer es la informalidad.
“La burbuja económica solo está ayudando a una parte del comercio, pero no todos somos comerciantes, no todos podemos tener un bodegón (tiendas con productos importados); el país necesita reactivar su producción”, señaló Adán Celis, presidente de la Confederación Venezolana de Industriales (Conindustria), gremio que al cierre de 2019 reportaba estar fuertemente golpeado por el desplome de la demanda, la falta de financiamiento y el colapso de los servicios públicos, entre otros factores, por lo que el sector manufacturero operaba por debajo del 20% de su capacidad instalada. Desde 2013 este sector se ha desplomado en un 80%.
III
En conclusión, la llamada recuperación económica no es tal, aunque la burbuja de consumo resulte llamativa y acapare titulares de la prensa internacional. No obstante, sí ha funcionado como un puente para que el régimen venezolano transite un período crítico de inestabilidad política y, obviamente, seguirá usando a conveniencia esta herramienta para garantizarse su sostenibilidad, sin importar las consecuencias negativas que esto traiga al país.