El 2019 en Venezuela estuvo signado por la inestabilidad política e institucional, período durante el cual Nicolás Maduro ejerció el poder de forma ilegítima, desconocido por más de 50 países y bajo sanciones internacionales. Para sostenerse recurrió a la represión, a la persecución judicial y al diálogo según el compás de las circunstancias, pero también a la consolidación de sus grandes alianzas estratégicas y a manejos de difícil seguimiento para evadir el cerco internacional.
Seis años continuos de recesión hicieron que la economía venezolana sea hoy un tercio de lo que fue en 2013, y que cerca del 80% de los venezolanos se encuentren en situación de pobreza. El colapso de la infraestructura y de los servicios públicos complementa el cuadro. Sobre tal esterero ha venido ocurriendo lo inexorable: La lenta y dolorosa muerte de la moneda local para abrirle paso a un desordenado proceso de dolarización, alentado por las autoridades, para encubrir parcialmente la crisis gestada en dos décadas de desacertadas políticas económicas.
Una “flexibilización” circunstancial marcó la pauta del proceso, permitiendo importaciones exoneradas de bienes terminados, el uso sin penalización de otras divisas distintas al bolívar y precios determinados por los distintos actores económicos sin el control del Estado. Algo que Maduro describió como “la autorregulación económica”, una frase inconcebible dentro del patrón ideológico del chavismo y ajena por completo a las líneas de acción del “Plan de la Patria” que marca la ruta hasta 2025.
Esto lo único que indica es que el régimen decidió tomar un atajo, desviarse momentáneamente del camino para garantizar su supervivencia, pero nunca que se trata de una rectificación o de un cambio de fondo. De hecho, las leyes que dan cuerpo a los controles de cambio y de precios siguen en pie, sólo que las autoridades desvían la mirada y alientan aquello del laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar) “por ahora”.
La pausa durará mientras el chavismo recompone sus fuerzas y mientras sus aliados sacan provecho; pero no mucho más. Algunos analistas afirman que en Venezuela hoy existe una “burbuja” que crea la ilusión de normalización en medio de la crisis, un espacio reducido donde prosperan los bodegones atestados de chucherías y licores importados, gracias a lo cual en Caracas y en algunas capitales del país parece que las cosas mejoran.
Así amanece 2020, con el agravante de que se trata de un año electoral, donde la gestión de todos los problemas se hará en función de la agenda política. Mientras esas estrategias se desarrollan y la “burbuja” dura, cada uno tratará de alcanzar una migaja del instante, de salpicarse un poco de la aparente bonanza, huyendo momentáneamente de la crisis que subyace tan feroz como antes y dispuesta a seguir aniquilando el futuro de generaciones enteras de venezolanos.